La primera de la temporada.
Pues sí, en efecto, la nevada que se dejó sentir ayer por estas tierras, con mucha más intensidad y contundencia en el Norte provincial que tierras más abajo, ha sido la primera de la temporada. Y por ello, quizá, durante buena parte de su presencia entre nosotros gozó de una gran expectación, siendo objeto de multitud de fotografías que al minuto mismo quedaban inmortalizadas para la posteridad, a la vez que se difundían de inmediato de acá para allá –consecuencia de los tiempos modernos- a través de las diferentes redes sociales.
Y nuestro pueblo recibió también los primeros copos de la temporada que cubrieron de un manto blanco e impoluto las calles y los campos, como siempre que ocurre este fenómeno atmosférico. Aunque en esta ocasión, la era junto a la escuela permaneció desierta y no corrió hasta allí ningún grupo de chavales prestos a lanzarse una interminable serie de bolas de nieve y, en el intermedio de la batalla, aunar sus manos en la construcción apresurada de un muñeco de nieve gigante.
E incluso la nieve de sus calles apenas si guardaría alguna que otra pisada antes de derretirse por el paso de las horas.
Es el signo de los tiempos que se manifiesta en cada detalle del discurrir diario.
Javier.
Pues sí, en efecto, la nevada que se dejó sentir ayer por estas tierras, con mucha más intensidad y contundencia en el Norte provincial que tierras más abajo, ha sido la primera de la temporada. Y por ello, quizá, durante buena parte de su presencia entre nosotros gozó de una gran expectación, siendo objeto de multitud de fotografías que al minuto mismo quedaban inmortalizadas para la posteridad, a la vez que se difundían de inmediato de acá para allá –consecuencia de los tiempos modernos- a través de las diferentes redes sociales.
Y nuestro pueblo recibió también los primeros copos de la temporada que cubrieron de un manto blanco e impoluto las calles y los campos, como siempre que ocurre este fenómeno atmosférico. Aunque en esta ocasión, la era junto a la escuela permaneció desierta y no corrió hasta allí ningún grupo de chavales prestos a lanzarse una interminable serie de bolas de nieve y, en el intermedio de la batalla, aunar sus manos en la construcción apresurada de un muñeco de nieve gigante.
E incluso la nieve de sus calles apenas si guardaría alguna que otra pisada antes de derretirse por el paso de las horas.
Es el signo de los tiempos que se manifiesta en cada detalle del discurrir diario.
Javier.