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VILLAMORONTA: La jota y las alubias ...

La jota y las alubias
Villamoronta tuvo una guarnicionería y una fábrica de gaseosas, y ahora, un taller de carpintería metálica

Hacía un día espléndido y la plaza de Villamoronta era una algarabía, pues cuando llegué allí era la hora de la salida de los niños de clase, a los que esperaban charlando y tomando el sol sus madres. Y es que Villamoronta todavía tiene colegio, situado en los bajos del Ayuntamiento, en el que una joven maestra imparte clase de Educación Infantil y primer ciclo de Primaria a ocho niños de diferentes edades.
Alguien dijo que donde hay niños, hay esperanza, y otro añadió que donde hay trabajo hay futuro. Las dos cosas se dan en este pequeño rincón de la Vega saldañesa, pues en la villa se mantienen un buen número de explotaciones ganaderas. Jóvenes ganaderos han tomado el relevo de sus padres, ampliando y mejorando las instalaciones, por lo que no es raro encontrarse con algunos establos que alojan dos centenares de vacas. Los aprovechamientos agrícolas de regadío tampoco les van a la zaga, cultivándose en la actualidad por el término maíz, trigo y cebada.
Pocos ya recuerdan que de Villamoronta fueron famosas -aparte de su conocida y popular jota- sus alubias blancas, de las que hace cuarenta años se llegaban a recoger 600 cargas. Esto me lo hacen saber Eliseo Marcos y Luis María Antolín, dos villamorontinos que amablemente se ofrecen a darme información sobre el pueblo mientras tomamos un vino en el bar de la plaza, aunque Villamoronta cuenta con otro más a la entrada del pueblo.
Eliseo tiene 84 años, fue pastor y conserva una memoria portentosa. Recuerda que en el pueblo también se cultivaba lino, por lo que llegaron a existir dos molinos, uno de ellos, ya desaparecido, se conocía como 'molino del oilo', donde se extraía el aceite de linaza, y que del otro -el que molía grano- todavía pueden verse sus piedras en la fachada de un edificio a la entrada del pueblo.
Mi otro contertulio, Luis María, es más joven, lleva muy bien y con gran afabilidad sus 49 años ejerciendo como obrero del campo. Me dice que también en el pueblo hubo una guarnicionería y hasta una fábrica de gaseosas, aunque hoy el tejido industrial de Villamoronta lo conforma un buen taller de carpintería metálica.
Me despido de mis amables informadores y me acerco a dar un vistazo a la iglesia parroquial de Villamoronta, que tiene todas sus cubiertas, incluidas las de la torre, invadidas por nidos de cigüeñas. Mientras estoy haciendo una foto, pasa a mi lado un viejo cargado de retranca, que sin mediar saludo alguno me dice que «en todos los pueblos hay un tonto y una cigüeña». Por seguirle la chanza, le contesto que alguno he conocido yo que no tenía ni cigüeña.
Aunque no puedo visitar esta iglesia parroquial de Villamoronta al estar cerrada, sí que recuerdo que está dedicada a San Pelayo, santo niño y mártir leonés, de clara advocación y preferente devoción mozárabe, que su planta se distribuye en una sola nave con capillas entre contrafuertes, y que toda ella se cubre con bóveda de cañón con lunetos decorados con yeserías barrocas y bóveda de arista sobre el presbiterio, también decorada con yeserías planas.
Tres retablos de estilos barroco y plateresco pueden contemplarse dentro de ella, entre los que sobresale el mayor -del siglo XVII- y otro plateresco, que conserva pinturas sobre tabla, donde se representan escenas del martirio del santo titular y patrono del pueblo.
Como trágica curiosidad, diremos que de este lugar de la Vega saldañesa era natural Thomas Montes, mozo arriero que fue salvajemente crucificado en un árbol por las tropas de ocupación francesas a la salida de la capital palentina en el año 1810, durante la Guerra de la Independencia, y de cuyo bestial y execrable hecho todavía puede verse a la entrada de Palencia, en la Avenida de Asturias, un pedestal con cruz e inscripción que así lo relata y que fue erigido en 1820.

El Norte de Castilla, Edición Palencia, 26-03-2009.