Pasados que fueron estos días un tanto especiales que las fechas navideñas nos trajeron, y durante los cuales nuestros pequeños núcleos rurales, incluso los de menor población, volvieron a sacar pecho y a experimentar una vez más una auténtica reafirmación en su constante estado de lucha por sobrevivir, tras haber recibido con los brazos abiertos a sus añorados convecinos de otro tiempo que ahora viven fuera de allí, alejados de su marco territorial por circunstancias de todos conocidas, retornarán ahora a su estado anterior de existencia, quedándose reducidos a la mínima expresión en cuanto a vida humana en torno a ellos se refiere, y rumiando en soledad estos momentos de efervescencia de la vida en torno a sus calles y casas.
Ansiando en su foro interno lleguen pronto unas próximas fechas en el calendario en las que, interviniendo por medio una pequeña disculpa, o sin mediar disculpa alguna seguramente, estos ríos de gente en sus calles y esa vitalidad añadida de los días, vuelvan a repetirse y les saquen por un tiempo de la particular rutina a la que se ven sometidos, como presas de una situación sobrevenida a la que, aunque deban acostumbrarse, bien que les gustaría que fuese muy otra. Es el signo actual de estos pequeños núcleos rurales de nuestra España, que luchan cada día por sobrevivir, aún a sabiendas de que lo único que pueden hacer en la práctica es resistir de la mejor manera posible, aunque el tiempo corra en su contra, pero que también lo hace en el mismo sentido para el resto de nosotros, y ahí está parte de la dificultad.
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