Un misionero ciego y sordo.
Fray Santos López Miguel, OP
Hace unos días me comunicaba el P. Ignacio, desde Sepahua,
que el P. Nemesio Martínez se estaba quedando sordo y ciego.
No me ha extrañado la noticia teniendo en cuenta la vida
que ha llevado este palentino de Villavega de Aguilar. Nació
hace ochenta y ocho años. Yo lo conocí en Quellouno en el
año 1973. Lo que más me impresionó de él fue la capacidad
de aguante que tenía. Su paciencia siempre me llevaba a
compararlo con el bíblico Job. Nunca lo vi enfadarse lo más
mínimo y eso que tenía muchos motivos para ello. Más bien su
actitud era la de pedir siempre disculpas. Yo aparentaba ser
su hijo, pero él siempre me trataba como si fuera su superior.
Era proverbial cómo aguantaba a mayores y niños, cómo cualquier
conversación era para él motivo de interés, por más que
fueran asuntos baladís. Sabía de todo, porque todo le interesaba,
sobre todo lo que era práctico para los demás.
En aquel entonces tenía una salud a prueba de ermitaño; podía
estar días sin comer, como comer cualquier plato que le
ofreciesen como si fuera el manjar más exquisito. Tenía su
habitación llena de medicinas pero todas eran para atender a
los demás. Cuando le llegaba algún dinero extra inmediatamente
le buscaba destino, porque siempre estaba atento a los
apuros que tenía la gente a su alrededor. Y es que se pasaba
horas y horas escuchando, y parecía que nunca se cansaba;
en esos momentos el reloj, para él, era un adorno en su muñeca;
y esto cuando lo tenía.
No me extraña que el P. Nemesio esté sordo y ciego, porque
hizo trabajar mucho estos sentidos, y siempre en beneficio de
los demás. Conocía la selva muy bien. Había estado en la zona
de Maldonado, y los Huarayos le habían llevado a los rincones
más apartados del lugar, porque no le importaba ni el
tiempo que tardasen, ni la dificultad que ese viaje tuviese y
menos la lentitud de sus canoas. Recuerdo ahora que una vez
me tocó a mí viajar por aquellas tierras inhóspitas y tuve la
curiosidad de preguntar si se acordaban de algún misionero de
los que hubiesen llegado por allí; y para sorpresa mía del único que se acordaban era del P. Nemesio.
Fray Santos López Miguel, OP
Hace unos días me comunicaba el P. Ignacio, desde Sepahua,
que el P. Nemesio Martínez se estaba quedando sordo y ciego.
No me ha extrañado la noticia teniendo en cuenta la vida
que ha llevado este palentino de Villavega de Aguilar. Nació
hace ochenta y ocho años. Yo lo conocí en Quellouno en el
año 1973. Lo que más me impresionó de él fue la capacidad
de aguante que tenía. Su paciencia siempre me llevaba a
compararlo con el bíblico Job. Nunca lo vi enfadarse lo más
mínimo y eso que tenía muchos motivos para ello. Más bien su
actitud era la de pedir siempre disculpas. Yo aparentaba ser
su hijo, pero él siempre me trataba como si fuera su superior.
Era proverbial cómo aguantaba a mayores y niños, cómo cualquier
conversación era para él motivo de interés, por más que
fueran asuntos baladís. Sabía de todo, porque todo le interesaba,
sobre todo lo que era práctico para los demás.
En aquel entonces tenía una salud a prueba de ermitaño; podía
estar días sin comer, como comer cualquier plato que le
ofreciesen como si fuera el manjar más exquisito. Tenía su
habitación llena de medicinas pero todas eran para atender a
los demás. Cuando le llegaba algún dinero extra inmediatamente
le buscaba destino, porque siempre estaba atento a los
apuros que tenía la gente a su alrededor. Y es que se pasaba
horas y horas escuchando, y parecía que nunca se cansaba;
en esos momentos el reloj, para él, era un adorno en su muñeca;
y esto cuando lo tenía.
No me extraña que el P. Nemesio esté sordo y ciego, porque
hizo trabajar mucho estos sentidos, y siempre en beneficio de
los demás. Conocía la selva muy bien. Había estado en la zona
de Maldonado, y los Huarayos le habían llevado a los rincones
más apartados del lugar, porque no le importaba ni el
tiempo que tardasen, ni la dificultad que ese viaje tuviese y
menos la lentitud de sus canoas. Recuerdo ahora que una vez
me tocó a mí viajar por aquellas tierras inhóspitas y tuve la
curiosidad de preguntar si se acordaban de algún misionero de
los que hubiesen llegado por allí; y para sorpresa mía del único que se acordaban era del P. Nemesio.