ALDEANUEVA DE FIGUEROA: LA SIEGA...

LA SIEGA

Uno de los secretos mejor guardados, en mi pueblo, era en cuánto se habían contratado los segadores. Nadie lo decía, no siendo que quedara como un “primo” por haberlos contratado más caros que los demás.
Pero una vez que yo estaba presente en el trato, y me enteré, se lo contaba a la gente. Maldita la gracia que le hizo a mi padre, pero no me castigó. Debió de considerarse co-responsable, por haber permitido que mi ingenuidad estuviera presente en una cosa tan seria.

Se contrataba uno, dos o tres segadores, dependiendo de las huebras sembradas.
Solían ser portugueses, gallegos, pero sobre todo los zamoranos (Fuentesaúco, Guarrate, Fuentelapeña,..) eran los mejor considerados.
Durante el tiempo de la siega, por lo general, y para no perder tiempo en el ir y venir, se quedaban a dormir en las tierras.

Se segaba a tres cerros, a dos o a uno (a veces con “mordida” a la derecha para poder poner “la manada”).
Si eran dos los segadores el segundo si era diestro o zurdo era el que mejor lo tenía al soltar la manada.
Pero si eran tres, el que peor lo llevaba era el que lo pillaba a contramano.

Cada x tiempo ataban (como ya he indicado: con pan, con vencejo o con lía) no siendo que viniese una polvareda y le levantara las gavillas, con el coñazo que suponía tener que espigar, después.

Si se dormía en la casa, por la noche, y mientras se preparaba la cena, se acudía a la fragua, para aguzar las hoces. Lo que no impedía que cada dos o tres vueltas hubiera que volver a aguzarlas, ya en la tierra.
Se llevaban envueltas en unos trapos, en forma de espiral, porque cortaban casi sólo con mirarlas.
Por eso la mano izquierda, en los diestros, iba protegida con los “dediles”, de badana, que más de una vez impedía que te llevaras un dedo por delante.
A veces, también, se usaba “manija”.

Los segadores que ya estaban capeados, segar era como si nada, pero para los que estábamos, durante el año, estudiando, el ir agachados, cerro adelante, hasta llegar a la punta para que, al llegar darte la vuelta por otro cerro, producía tal dolor de riñones que, muchas veces, mi hermana me los pisaba, estando yo tumbado en el suelo.

Y los cereales, mal, pero ¿y los garbanzos? Con hocines estriados (no hoces), que tenías que bajar el hocín a ras de tierra,… ¡Dios ¡Yo no sé cómo no nos metieron en la cárcel por maltratar el cuerpo de esa manera.

Igualmente coger las lentejas, a mano, que, cuando estaba el terreno seco, nos ponían las manos como un “santocristo”. Hasta que se inventó (¿) la binadora, que, con una persona encima de ella y tirada por bueyes, las cortaba por abajo y ya sólo había que tirar de ellas, pero ya no había que arrancarlas.

Lo primero era “coger” las algarrobas, las arritas, los yeros,… (los herbáceos), posteriormente la cebada, luego venía el trigo, para terminar con la avena y el centeno.

Por la mañana, temprano, montado en la burra, les llevaba el almuerzo a las tierras (sopas de ajo, huevo frito y farinato o chorizo, y con mucho pan).
A las 10 se tomaban “las diez”, hoy lo llamaríamos el bocadillo (pan y chorizo).
A mediodía, con todo el calor del mundo, la comida (sopa de cocido, cocido, tocino, chorizo del cocido, relleno, carne, oreja,…) nunca había postre (en mi pueblo no había frutales).
Para cenar, de cuchara, (alubias, fríjoles,… con torrezno, huevo frito y chorizo).

Los más pesados eran los gallegos que pedían cocido para todo. Estaban obsesionados con el cocido.

Yo recuerdo, todavía, los trozos de jamón que, a veces (no siempre) le metía mi madre para “las diez”.

Generalmente se los contrataba con la obligación que tenían de ayudar a meter la paja en el pajar, cuando llegara la hora.

Se me olvidaban las barrilas de barro o el cántaro de agua.

Lo malo era cuando, sobre todo al mediodía, a la burra le “picaba la mosca”, se desbocaba, echaba a correr y, más de una vez, yo y la comida por el suelo. La burra corriendo y yo andando y llorando por el camino a casa.
Yo no sé cómo se llamaba/se llama “la mosca”, pero se le metía entre las patas a la burra y era auténtico pánico lo que le entraba. O se mataba a la mosca o burra desbocada.

El calzado de los segadores eran, siempre, las “albarcas”, hechas con la goma de los neumáticos de las ruedas de las coches, bien con el suelo curvado bien horizontal pero, eso sí, en vez de calcetines unas lonas que impedían que las espigas o los pinchos se clavasen en ellos.

¿Y cuando había “marea”, por la mañana temprano?. La mies no es que estuviera húmeda y correosa, gastando demasiado las hoces, es que estaba chorreando agua.

Alguna parte del término municipal estaba formada por tierras todas e iguales, de largo y de ancho, una tras otra, como partes iguales de una división. Más de una vez los segadores, cuando iba con el almuerzo, habían empezado a segar la tierra del vecino. Por lo que había que ir a comunicarle el error de los segadores, para que lo supiera.

Lo normal es que fueran andando hasta la tierra, aunque, si no había trilla, a veces, se llevaban una burra, cargada con los instrumentos de segar más el agua.