ALDEANUEVA DE FIGUEROA: EL HAMBRE....

EL HAMBRE.

Los años de la postguerra no sólo fueron años de miedo y de persecución de republicanos, también fueron años de hambre, de mucha hambre.
Mi padre, que había vivido/sufrido la guerra desde el 18 de Julio del 36 hasta el 1 de Abril del 39, “el día y el año de la victoria, en aquellas largas caminatas, en el acarreo, me contaba historia de los “maquis”, la guerrilla o Resistencia Española que, por la noche bajaban al pueblo desde su escondite en el monte a pedir o a aprovisionarse de comida.

En mi pueblo se pasó hambre, mucha hambre, y de mucha gente.

Una persona mayor, Maricruz, la mujer de “Pajalarga” le recordaba constantemente a mi madre, muy agradecida, la noche en que no pudo darle “nada” de cenar a sus hijos y acudió a nuestra casa, llorando. Mi madre le dio un trozo de tocino y medio pan, con el que hicieron una gran perola de sopa y pudieron cenar “de caliente”, “como reyes”.

Sin contar aquellos días de nieve en que, por la mañana, llamaban a la puerta y mi padre me daba la llave del pajar para que llevasen un saco de paja y poder poner lumbre, para calentarse y hacer la comida.

Me contaba mi madre el caso de la mujer del “tío Patitas”, que acudió al ultramarinos de Esteban, “el fraile”, compró ¼ litro de aceite y medio pan y, a la hora de pagar, sacó del bolso una sayaguesa (manta artesanal, de lana, zamorana, de la comarca de Sayago, larga y estrecha, multicolor, y que igual servía de manta de cama como para llevársela al campo, como abrigo.

Ante la escasez de alimentos para las personas estaba prohibido echarles grano a los animales, sobre todo a los cerdos, por lo que Intendencia vigilaba la caca de los cerdos, multando a los dueños de los mismos, requisándole los cerdos o haciendo un registro en la casa, buscando el escondite del grano.
Incluso, cualquier persona podía denunciar a un sospechoso y si se comprobaba que era verdad lo denunciado, una parte de lo requisado iba a parar al “chivato”.
Más de uno (no quiero escribir aquí su nombre) tendría que irse del pueblo por la presión social y la exclusión que se le hacía insoportable.
Pero no me resisto a hablar del “tío Geras o Jeras”, hermano de la Srª. Blasa, que, además de chivato era una mala persona.
A su abuela, ciega, a la hora de comer o beber el sopicaldo iba echándole moscas muertas haciéndole creer que eran trocitos de carne.

Era normal en las casa de la gente “sin dificultades” tener unos lugares secretos en que guardar los garbanzos, lentejas, patatas,.. desde un zulo en el establo, tapado con tablas y con paja por encima, que servía de cama a los animales, como (en el caso de mi abuelo) en un hueco de la bodega, perfectamente disimulado.
No sólo era usado para alimento, también para el estraperlo.

Era normal que, durante el recreo, los niños fueran casa por casa pidiendo un mendrugo de pan, aunque fuera duro y del día anterior.

Para el pan, la norma era entregarle al panadero una fanega de trigo y él se comprometía a darte 16 panes.
Para llevar la cuenta de los panes retirados, y antes de que aparecieran los vales, se marcaba en una “taja”, un palo cuadrado, con el sello o la firma del panadero y al que, cada vez que se retiraba un pan se le hacía un diente o una mella con el cuchillo en uno de los cuatro ángulos de la “taja”.

Eran varios los que, a falta de trigo que entregar, por la noche iban al campo a recoger tomillos que, en haces, se los cargaban a las costillas (como ahora pueden verse a las mujeres marroquíes, por los caminos) y por la mañana temprano se lo cambiaban al panadero de Parada de Rubiales, para encender el horno, a cambio de medio pan.

1.919, en mi pueblo fue “annus horribilis”, el año de la peste, que diezmó al pueblo, y el año de la “piedra o pedrea” que arrasó totalmente casi todo el término municipal (menos la parte de Cabeza Barajas y el Hoyo del Infierno).
No sólo no se recolectó grano, es que hubo que comprar hasta paja para los animales.