OTROS JUEGOS DE MI INFANCIA
A LA UNA:- No recuerdo con exactitud si la denominación del juego es la correcta, pero ello no es obstáculo para explicar y definir sus características y formas.
Un número impreciso de chavales reunidos para realizar el juego, deciden que un integrante del grupo, a través de la suerte, sea el destinado para “quedarse”. Una vez designado, éste debe de adoptar agachado, una postura en forma de “burro”. Una vez compuesta la figura, los demás irá saltando por turno, cantando y recitando al tiempo que realizan el salto una estrofa cada uno del siguiente, llamémoslo por decirlo de alguna forma de identificación, “poema”.
--A la una anda la mula
--A las dos el reloj
--A las tres el polique inglés. En este punto, a la vez que se salta y se recita, ha de darse un golpe con el talón en el culo del “burro”.
--A las cuatro el peor salto. Ha de hacerse un salto estrambótico, extravagante y con desgana.
--A las cinco el mejor brinco. Se da un asalto elegante y chulo, con gracia y donaire e incluso sin apoyar las manos.
--A la seis, mi teniente coronel. Se hace un marcial saludo militar a la par que el salto.
--A las siete fue a la guerra.
--A las ocho le mataron.
--A las nueve le enterraron.
--A las diez, tocaron la “esquililla” para ir al molino.
El grupo saltador, una vez terminada la ronda de brincos, escupía en un lugar cercano, siempre conociendo cada uno su escupitina. “Escupicina” decíamos. El que se había “quedado”, elegía al azar, una escupitina que la tapaba con un puñado de tierra que en la mano llevaba al efecto. Por lo tanto, el propietario de ella era quien se “quedaba” para la siguiente ronda.
ALLÁ ARRIBITA:- Me sucede con la denominación de este juego, lo mismo que en la anterior descripción, pero el desarrollo era el siguiente:
De la misma forma que en el anterior juego de LA UNA, un componente igualmente designado por sorteo, se “quedaba”, haciendo la posición del burro y el resto recitaba y cantaba al saltar una estrofa cada uno:
--Allá arribita arribita.
--Había una montañita
--En la montañita un árbol.
--En el árbol una rama.
--En la rama un nido.
--En el nido tres huevos.
--Que son tres pies.
--Manco, cojo y “escalabrao”.
LA CALVA:- Es un juego tradicional, que aunque extendido a otras Comunidades por la emigración, tiene su origen en algunas provincias de Castilla y León, entre ellas Salamanca y cuya práctica se remonta a pueblos prerromanos que ocuparon ciudades castellanas, y que más adelante lo jugaban, para entretenerse, los pastores, modificándose con el tiempo hasta llegar a nosotros. Para la práctica es necesario un pedazo de madera,--calva--, en forma de ángulo obtuso que se apoya en el suelo por uno de sus lados, y unas piezas, llamadas marros en forma cilíndrica u ovalada, con una distancia de lanzamiento de ±15 metros desde el “pate” a la calva. Era habitual su práctica, primordialmente en tiempo de Semana Santa, pudiéndose jugar de forma individual o por equipos. Consistía en lanzar el marro desde el “pate”, con el objetivo de dar a la calva de pleno, sin que tocara el suelo y derribarla, no teniendo, por ello, validez el tanto producido por un rebote previo del marro en el suelo, y como consecuencia del impulso el marro derribara la calva. Bien se jugara por equipos, que era la modalidad más habitual, o bien individualmente, el turno y orden de tirada no se perdía mientras se derribara la calva. Había jugadores, que era tal su tino y precisión en la tirada, que podrían mantener su vez durante largo tiempo, para desesperación del adversario. Parece ser, según dicen los libros y las crónicas, de los que me guío y fío, que la etimología de ”calva” procede del lugar donde se jugaba y se practicaba este deporte, que era el calvero, paraje, según la DRAE, libre de árboles, maleza y piedras, adecuado, por tanto, para su desarrollo.
LOS BOLOS:- Este deporte no era apropiado y generalmente no practicado por la chiquillería, más bien era de uso de los que estaba en transición e iniciación de la niñez a la juventud, es decir a la “pollería”, ya que se apostaba dinero. Eran las tardes dominicales cuando se practicaba, teniendo por espacio destinado a ello, el corral del SR. Manolo (q. e. p. d.) o el “tenadón” del Sr. Raimundo (q. e. p. d.). Antes de introducirse el bolo americano o bowlin, ya se disponía de boleras y se practicaba en Aldeaseca este juego, perdido y olvido en provecho del extranjero invasor. El material deportivo eran seis bolos de madera de ±15 cms. de largo, con base lisa para su apoyo, de forma ligeramente, torneados y pulidos, rematados por arriba por una especie de bolinche, y tres manillas cilíndricas, redondeadas en sus extremos. Se marcaba una distancia desde los bolos, ya en formación por sus bases en fila de a tres, hasta el “pate”, aproximadamente de tres metros. El fin único del juego consistía en lazar las tres manecillas, si ello fuera necesario, y derribar todos los bolos menos uno. Establecidas las premisas según normas del juego, los futuros lanzadores o voluntarios espectadores apostaba una cantidad de dinero, depositada en el suelo, contra el primer lanzador. Si este conseguía mantener, como dice la regla, un solo bolo en pie, ganaba esa partida y todo lo apostado era para él y continuaba tirando. Pero en caso contrario, debía de pagar el doble de lo pujado a cada apostante y perdía su tirada, pasando la vez a otro tirador.
Dentro de los elementos materiales y humanos necesarios para el desarrollo del juego, existía un peculiar personaje que era el mantenedor o encargado de organizar y colocar los bolos para la próxima tirada, y que sin riesgo para su integridad pecuniaria por no invertir ni apostar en la puja, se llevaba un porcentaje fijo de la cantidad ganada. En definitiva era quien se llevaba, limpio de polvo y paja, el momio, la substancia y la tajada más grande del banquete.
El juego de los bolos se ha ido transmitiendo de generación en generación y evolucionando en sus distintas modalidades, con el paso del tiempo. Dicen los historiadores, que allá por el año 5.000 A. C., los niños egipcios ya practicaban algo similar a lo que hoy conocemos por bolos, utilizando piedras para derribar los pines o bolos. Bajo el dominio romano en Egipto, Roma asimiló el juego, extendiéndolo por todo el Imperio.
Otra teoría muy aceptada, sitúa el nacimiento de los bolos en los monasterios de la Europa continental (Alemania) en el siglo IV, como rito religioso personificado en la Divinidad y el maligno, el Bien y el Mal y la purificación del alma a través del reconocimiento de la culpa y posterior arrepentimiento. La entrada en España se produce por medio de los peregrinos a Santiago de Compostela, practicando junto a las posadas el juego de los bolos. Con el paso del tiempo, las normas se modifican y aparecen las distintas modalidades autonómicas y regionales. En el siglo XVI, el juego está muy extendido en toda Europa y en algunos lugares son prohibidos por indecentes, producto del pecado, vicio y deshonra. La iglesia con la Reforma Protestante, da pie a partidarios y contrarios al juego de los bolos. Parece demostrado que fue Lutero quien determinó que el número de bolos fuera de nueve. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Aldeaseca de la Frontera
A LA UNA:- No recuerdo con exactitud si la denominación del juego es la correcta, pero ello no es obstáculo para explicar y definir sus características y formas.
Un número impreciso de chavales reunidos para realizar el juego, deciden que un integrante del grupo, a través de la suerte, sea el destinado para “quedarse”. Una vez designado, éste debe de adoptar agachado, una postura en forma de “burro”. Una vez compuesta la figura, los demás irá saltando por turno, cantando y recitando al tiempo que realizan el salto una estrofa cada uno del siguiente, llamémoslo por decirlo de alguna forma de identificación, “poema”.
--A la una anda la mula
--A las dos el reloj
--A las tres el polique inglés. En este punto, a la vez que se salta y se recita, ha de darse un golpe con el talón en el culo del “burro”.
--A las cuatro el peor salto. Ha de hacerse un salto estrambótico, extravagante y con desgana.
--A las cinco el mejor brinco. Se da un asalto elegante y chulo, con gracia y donaire e incluso sin apoyar las manos.
--A la seis, mi teniente coronel. Se hace un marcial saludo militar a la par que el salto.
--A las siete fue a la guerra.
--A las ocho le mataron.
--A las nueve le enterraron.
--A las diez, tocaron la “esquililla” para ir al molino.
El grupo saltador, una vez terminada la ronda de brincos, escupía en un lugar cercano, siempre conociendo cada uno su escupitina. “Escupicina” decíamos. El que se había “quedado”, elegía al azar, una escupitina que la tapaba con un puñado de tierra que en la mano llevaba al efecto. Por lo tanto, el propietario de ella era quien se “quedaba” para la siguiente ronda.
ALLÁ ARRIBITA:- Me sucede con la denominación de este juego, lo mismo que en la anterior descripción, pero el desarrollo era el siguiente:
De la misma forma que en el anterior juego de LA UNA, un componente igualmente designado por sorteo, se “quedaba”, haciendo la posición del burro y el resto recitaba y cantaba al saltar una estrofa cada uno:
--Allá arribita arribita.
--Había una montañita
--En la montañita un árbol.
--En el árbol una rama.
--En la rama un nido.
--En el nido tres huevos.
--Que son tres pies.
--Manco, cojo y “escalabrao”.
LA CALVA:- Es un juego tradicional, que aunque extendido a otras Comunidades por la emigración, tiene su origen en algunas provincias de Castilla y León, entre ellas Salamanca y cuya práctica se remonta a pueblos prerromanos que ocuparon ciudades castellanas, y que más adelante lo jugaban, para entretenerse, los pastores, modificándose con el tiempo hasta llegar a nosotros. Para la práctica es necesario un pedazo de madera,--calva--, en forma de ángulo obtuso que se apoya en el suelo por uno de sus lados, y unas piezas, llamadas marros en forma cilíndrica u ovalada, con una distancia de lanzamiento de ±15 metros desde el “pate” a la calva. Era habitual su práctica, primordialmente en tiempo de Semana Santa, pudiéndose jugar de forma individual o por equipos. Consistía en lanzar el marro desde el “pate”, con el objetivo de dar a la calva de pleno, sin que tocara el suelo y derribarla, no teniendo, por ello, validez el tanto producido por un rebote previo del marro en el suelo, y como consecuencia del impulso el marro derribara la calva. Bien se jugara por equipos, que era la modalidad más habitual, o bien individualmente, el turno y orden de tirada no se perdía mientras se derribara la calva. Había jugadores, que era tal su tino y precisión en la tirada, que podrían mantener su vez durante largo tiempo, para desesperación del adversario. Parece ser, según dicen los libros y las crónicas, de los que me guío y fío, que la etimología de ”calva” procede del lugar donde se jugaba y se practicaba este deporte, que era el calvero, paraje, según la DRAE, libre de árboles, maleza y piedras, adecuado, por tanto, para su desarrollo.
LOS BOLOS:- Este deporte no era apropiado y generalmente no practicado por la chiquillería, más bien era de uso de los que estaba en transición e iniciación de la niñez a la juventud, es decir a la “pollería”, ya que se apostaba dinero. Eran las tardes dominicales cuando se practicaba, teniendo por espacio destinado a ello, el corral del SR. Manolo (q. e. p. d.) o el “tenadón” del Sr. Raimundo (q. e. p. d.). Antes de introducirse el bolo americano o bowlin, ya se disponía de boleras y se practicaba en Aldeaseca este juego, perdido y olvido en provecho del extranjero invasor. El material deportivo eran seis bolos de madera de ±15 cms. de largo, con base lisa para su apoyo, de forma ligeramente, torneados y pulidos, rematados por arriba por una especie de bolinche, y tres manillas cilíndricas, redondeadas en sus extremos. Se marcaba una distancia desde los bolos, ya en formación por sus bases en fila de a tres, hasta el “pate”, aproximadamente de tres metros. El fin único del juego consistía en lazar las tres manecillas, si ello fuera necesario, y derribar todos los bolos menos uno. Establecidas las premisas según normas del juego, los futuros lanzadores o voluntarios espectadores apostaba una cantidad de dinero, depositada en el suelo, contra el primer lanzador. Si este conseguía mantener, como dice la regla, un solo bolo en pie, ganaba esa partida y todo lo apostado era para él y continuaba tirando. Pero en caso contrario, debía de pagar el doble de lo pujado a cada apostante y perdía su tirada, pasando la vez a otro tirador.
Dentro de los elementos materiales y humanos necesarios para el desarrollo del juego, existía un peculiar personaje que era el mantenedor o encargado de organizar y colocar los bolos para la próxima tirada, y que sin riesgo para su integridad pecuniaria por no invertir ni apostar en la puja, se llevaba un porcentaje fijo de la cantidad ganada. En definitiva era quien se llevaba, limpio de polvo y paja, el momio, la substancia y la tajada más grande del banquete.
El juego de los bolos se ha ido transmitiendo de generación en generación y evolucionando en sus distintas modalidades, con el paso del tiempo. Dicen los historiadores, que allá por el año 5.000 A. C., los niños egipcios ya practicaban algo similar a lo que hoy conocemos por bolos, utilizando piedras para derribar los pines o bolos. Bajo el dominio romano en Egipto, Roma asimiló el juego, extendiéndolo por todo el Imperio.
Otra teoría muy aceptada, sitúa el nacimiento de los bolos en los monasterios de la Europa continental (Alemania) en el siglo IV, como rito religioso personificado en la Divinidad y el maligno, el Bien y el Mal y la purificación del alma a través del reconocimiento de la culpa y posterior arrepentimiento. La entrada en España se produce por medio de los peregrinos a Santiago de Compostela, practicando junto a las posadas el juego de los bolos. Con el paso del tiempo, las normas se modifican y aparecen las distintas modalidades autonómicas y regionales. En el siglo XVI, el juego está muy extendido en toda Europa y en algunos lugares son prohibidos por indecentes, producto del pecado, vicio y deshonra. La iglesia con la Reforma Protestante, da pie a partidarios y contrarios al juego de los bolos. Parece demostrado que fue Lutero quien determinó que el número de bolos fuera de nueve. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Aldeaseca de la Frontera