ALDEASECA DE LA FRONTERA: VIVENCIAS Y RECUERDOS INFANTILES...

VIVENCIAS Y RECUERDOS INFANTILES

LA FESTIVIDAD DE SAN ANTÓN, PATRÓN DE LOS ANIMALES.

SAN ANTÓN, 17 de Enero. Creo que por aquel entonces, era, como la solemnidad y grandeza religiosa y profana de la celebración lo requería, día festivo, tanto laboral como escolar. A primeras horas del día, ya se sentía el bullicio premonitorio y anunciador de un día radiante y ceremonioso; la agitada, alegre e inquietante algarabía que producía la actividad de los preparativos en la ornamentación de burros, mulos y mulas, así como de perros, gatos, y de algún que otro “marrano”, era preámbulo, prólogo y antesala de lo que se presentía una animada jornada llena de ceremonioso colorido que su contemplación excitaba los sentidos de modo alegre y vivaz, alegoría de una escenificación teatral y ritual, figurante y participante el pueblo, activos unos y pasivos otros. Era día grandioso y brillante, de repique alegre y sonoro de campanas que con su lenguaje musical y la habilidad del campanero para combinar sonidos, melodía y ritmo transmitían, comunicaban e infundía en el regocijado ánimo la fastuosidad y magnificencia del acontecimiento.

Previo toque de “las todas “, que era la señal campanil que indicaba el inicio de la ceremonia religiosa, se oían próximos los trotes y galopes de las caballerías; los ladridos constantes, amenazantes y nerviosos de los perros; algún alboroto gallináceo, gruñido de cerdos o balidos de corderos medrosos en su soledad y desamparados de su rebaño, todos anunciando su llegada, y que por diferentes calles de pueblo, entraban por la plaza. Animales domésticos y de compañía, - perros, gatos, corderos, gallinas, cerdos-, asustadizos unos y renuentes y remisos otros a la exhibición, bien en brazos de sus dueños o sujetos por correas guiados por sus dueños, pulcramente acicalados y limpios su pelo, plumas o vellón, ornados y engalanados con lazadas multicolores en su cuello o cola para tan excelso momento.

La mayor atracción la constituía la llegada de los montados, -“macho” y mulas, burros, no recuerdo ningún caballo,- bella, hábil, artística y virtuosamente ataviados, con sus cuidadas y pulcras mantas de abigarrados colores a modo de gualdrapa; quitaipones, cabezadas, arreos y jaeces en general, lustrosos y bruñidos; nuevos herrajes para asegurar con firmeza en el pavimento sus sonoros, acompasados y rítmicos trotes y galopes; su pelo exquisita, bella, primorosamente esquilado por un diestro, experimentado y ejercitado artífice capaz de formar con sus tijeras, figuras geométricas o de tracería, filigranas, arabescos, propias de conjuntos arquitectónicos que decoraban el cuerpo y cola de burros, machos y mulas; collar de esquilas o esquilones rodeando su cuello que emitía un agradable tintineo a cualquier movimiento de su cuerpo. Y realzando su erguida figura, el jinete en su montura engallado, engreído, gallardo, airoso y bizarro, circunspecto y grave en sus acciones, con dominio de su representación a sabiendas de las atentas miradas del expectante y crítico público. Era una amalgama, un tótum revolútum, mezcla confusa de personas expectantes unas y participantes otras, y de animales nerviosos, inquietos, y confusos por un desacostumbrado ambiente de gritería y guirigay; indómitos e indóciles a las órdenes de sus dueños, todos congregados y agrupados en la explanada de la iglesia en desordenada formación, en espera del ritual religioso. Don Eduardo, por aquel entonces cura del pueblo, revestido con sus ropajes eclesiásticos que la liturgia del día ordenaba, realizaba el acto sacro con las oraciones pertinentes invocando al patrón de los animales, San Antón, su intercesión ante Dios para su protección, cuidado y amparo, y Don Eduardo, elevaba su brazo lo más alto posible y con el hisopo en mano, aspergeaba con fuertes impulsos en todas las direcciones para que el agua bendita rociara a todos los allí presentes, personas y animales. Finalizado el acto religioso se iniciaba una gran, atractiva y espectacular exhibición de dominio y monta de las cabalgaduras con diferentes y distintos matices y gamas de cabriolas y piruetas, acompañados de elegantes, airosos y sincronizados trotes y galopes para la delicia, regalo, admiración y disfrute del pueblo, con el alboroto y algarabía, como activos participantes, de la chiquillería corriendo detrás. Costumbre, como otras muchas que aparecerán, tristemente desaparecida y olvidada.

Haciendo un poquito de historia, San Antonio Abad/San Antón, nació en lo que hoy es Egipto, allá por el año 251 y murió en el 356 d. c. a los 105 años de edad. Cuando tenía 20 años, siguiendo las enseñanzas bíblicas, repartió todas sus posesiones entre los pobres y se retiró a la ascética, a la práctica de la perfección espiritual. Cuenta la leyenda que cuando San Antón veía un animal herido lo curaba como hizo con el cerdo que siempre le acompañó, representándolo la iconografía a este animal a sus pies, como dominador de la impureza, dado que el cerdo era considerado un animal impuro. Así mismo cuenta la leyenda que dormía en un sepulcro. Fundador del movimiento eremítico, era hombre de gran santidad y modelo de cristianos. Su vida tiene elementos históricos y legendarios. La Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, los Hospitalario, fundada por esas fechas, se puso bajo su advocación. Son muy conocidas las tentaciones del diablo a San Antonio en el desierto. Están bajo su patronazgo los amputados, los animales, tejedores de cestas, carniceros, porqueros, enterradores, afectados de epilepsia y de eczemas, etc.

En la Edad Media había la costumbre de soltar los animales por la calle- cerdos, gallinas, etc-, para que fueran alimentados por la gente, y luego su carne destinada a los hospitales o vendida para recaudar fondos para los enfermos, y para que los amigos de los ajeno no se apropiaran de ellos, los pusieron bajo la protección de San Antón. Este quizás sea uno de los el orígenes del conocido “Marrano de San Antón” de La Alberca, suelto por sus calles, que durante siete meses es alimentado por los vecinos y visitantes, pudiéndole contemplar e incluso darle de comer, disfrutando plácidamente en su espléndida plaza sentado en cualquiera de sus terrazas, merodeando y buscando alimento por entre los piernas de los visitantes, de lo que he sido testigo y partícipe en alguna visita a La Alberca. La tradición comienza el día 13 de Junio, San Antonio de Padua, que bendecido por el párroco, sueltan al cerdo por las calles con una campanilla colgada del cuello, y así hasta el día 17 de enero, San Antonio Abad-San Antón-, que es subastado públicamente, entregando el dinero recaudado al párroco que lo destina a un proyecto solidario en beneficio del pueblo o a Caritas.

Todo ello constituye un atractivo turístico de los muchos que La Alberca nos puede ofrecer. Otro de los orígenes de tan peculiar costumbre, que es el más fiable, se puede dar igualmente en la Edad Media cuando la Inquisición perseguía, como en otros lugares, a los judíos conversos que vivían en La Sierra de Francia. Un grupo de estos judíos de La Alberca, intentaba convencer al Inquisidor del total repudio a sus heréticas costumbres, de haber adoptado las creencias y costumbres cristianas, incluida la de comer carne de cerdo, acto prohibido para ellos. Comenzaron los judíos criando cerdos en sus casas, algo que al Inquisidor, hombre de fuertes creencias y férreas convicciones no le acababa de persuadir del todo. Entonces los judíos de La Alberca, decidieron criar cada año entre todos, un cerdo, rifarlo y las ganancias obtenidas entregarlas a la Iglesia, gesto que convenció al Inquisidor, dejándolos, a partir de ello, tranquilos y en paz. Saludos.

¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid