RECUERDOS DEL PUEBLO
Antes de contar un poquito la historia de la persona que describo a continuación, le diré a José Emilio, que esos gallos sacrificados en el macabro espectáculo de “correr los gallos” sin la aparente y evidente protección de San Antón, y que más tarde iban directamente a la olla para posterior disfrute y deleite gastronómico de algunos, probablemente, y de ello parece que hay constancia y documentación fiable y contrastada, eran apóstatas y ateos.
EL SEÑOR PEPE “EL HERRERO”
Hay personas que por sus obras, hechos y comportamientos, por rasgos de su peculiar y genuina personalidad, por su temperamento y carácter, - volubles y versátiles en ocasiones, constantes y firmes en otras-, han pasado a ser,-como algunos personajes de todos conocidos que la historia nos ofrece y otros sin influencia e importancia histórica,-han pasado a ser, como digo, el símbolo de la época y del lugar en los que vivieron, y han marcado, como la persona que en el título indico, un hito en el acaecer de mis acontecimientos, vivencias y recuerdos infantiles. Esa característica y emblemática persona, a la que quiero recordar y traer a la memoria de aquel tiempo y etapa infantiles, es al SR. PEPE “EL HERRERO”, llamado de esta forma por su actividad laboral y origen de su sustento familiar. Antes de continuar, quiero hacer a modo de preámbulo y observación, que todo lo que aquí expreso de esta persona o de otros aconteceres, es únicamente producto y fruto de los muchos placenteros recuerdos que anidan en mi memoria, algunos vagos e imprecisos por la lejanía del tiempo y otros lúcidos y transparentes por la firmeza de la huella marcada en mi ser, y no por un arrebato pasional e irracional de sentimientos incontrolados y desbordados, todo ello susceptible de controversia y de opiniones contrapuestas.
Aún recuerdo con palmaria y patente nitidez la distinguida y elegante personalidad del SR. PEPE “EL HERRERO”, de edad provecta y madura, vista desde aquella apreciación y perspectiva infantil, personalidad portada con donaire y gracia, con sus cabellos totalmente blancos que realzaban aún más el estado de respeto y admiración a su persona, andando por el pueblo con erguido y firme porte y señorial y aristocrática prestancia. De finos y educados modales y comportamientos con sus convecinos, propios de prosapia y ascendencia de mundos socialmente distintos y diferentes de los que habitualmente convivía-, no mejores, ¡ojo! -, trato y conducta que él a su vez recibía igualmente de sus vecinos por medio de la estima, cariño, respeto y consideración que constantemente se le dispensaba.
La fragua que él regentaba, ubicada en el espacio ocupado hoy en día por el Centro de Salud, era un local constituido y conformado con la decoración de elementos específicos, peculiares y propios de la tarea y ocupación requeridas. Aún, de manera imprecisa y ambigua, mantengo en mi retina la distribución y ubicación de los medios y útiles de labor: Según se entraba a la derecha y debajo de una mal encristalada ventana de viejos y agrietados marcos de madera, se apoyaba en la pared una ruda y tosca mesa de trabajo, con su tablero lleno de pequeñas piezas, martillos, tenazas, clavos, etc. y un tornillo de banco fijado a uno de sus extremos. Siguiendo esta dirección, en un obscuro, sombrío y tenebroso rincón, había lo que yo imaginaba como un pozo donde el SR. PEPE enfriaba las incandescentes piezas, una vez forjadas y conformadas convenientemente. Lugar que por sus peculiaridades dichas, me producía pavor y espanto por mi medrosa naturaleza infantil, gratamente superada.
En el centro del local, dos bigornias, que son bloques cuadrados de hierro con puntas en ambos lados, sostenidos por tajos de madera fuerte sin pulir y fijados al suelo de tierra, donde se forjaban los metales. Un gigantesco y desmesurado fuelle colgaba del techo, donde su mecanismo se ponía en funcionamiento tirando de una cuerda atada a uno de sus flexibles costados, con el fin de arrojar todo su absorbido aire sobre la fragua para mantener constante el fuego hasta la incandescencia de la pieza enterrada en la lumbre viva. De frente al fuelle y adosado a una pared frontal a la entrada, estaba situada la fragua, un gran fogón de forma semicircular y un metro aproximado de altura donde se caldeaban los metales destinados a la forja. A la izquierda del fogón, había una puerta, -la que jamás traspasé-, que daba entrada a un desconocido y para mí misterioso corral. Distribuidos por las paredes y sus rincones, se apilaban y amontonaban de forma abigarrada y heterogénea, rejas, formones, restos de metales en espera de reparación y otros inservibles, etc., así como barras de hierro y otros metales y utensilios apoyados en las paredes, en espera de su destino. Saludos
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Con frio y algo de lluvia)
Antes de contar un poquito la historia de la persona que describo a continuación, le diré a José Emilio, que esos gallos sacrificados en el macabro espectáculo de “correr los gallos” sin la aparente y evidente protección de San Antón, y que más tarde iban directamente a la olla para posterior disfrute y deleite gastronómico de algunos, probablemente, y de ello parece que hay constancia y documentación fiable y contrastada, eran apóstatas y ateos.
EL SEÑOR PEPE “EL HERRERO”
Hay personas que por sus obras, hechos y comportamientos, por rasgos de su peculiar y genuina personalidad, por su temperamento y carácter, - volubles y versátiles en ocasiones, constantes y firmes en otras-, han pasado a ser,-como algunos personajes de todos conocidos que la historia nos ofrece y otros sin influencia e importancia histórica,-han pasado a ser, como digo, el símbolo de la época y del lugar en los que vivieron, y han marcado, como la persona que en el título indico, un hito en el acaecer de mis acontecimientos, vivencias y recuerdos infantiles. Esa característica y emblemática persona, a la que quiero recordar y traer a la memoria de aquel tiempo y etapa infantiles, es al SR. PEPE “EL HERRERO”, llamado de esta forma por su actividad laboral y origen de su sustento familiar. Antes de continuar, quiero hacer a modo de preámbulo y observación, que todo lo que aquí expreso de esta persona o de otros aconteceres, es únicamente producto y fruto de los muchos placenteros recuerdos que anidan en mi memoria, algunos vagos e imprecisos por la lejanía del tiempo y otros lúcidos y transparentes por la firmeza de la huella marcada en mi ser, y no por un arrebato pasional e irracional de sentimientos incontrolados y desbordados, todo ello susceptible de controversia y de opiniones contrapuestas.
Aún recuerdo con palmaria y patente nitidez la distinguida y elegante personalidad del SR. PEPE “EL HERRERO”, de edad provecta y madura, vista desde aquella apreciación y perspectiva infantil, personalidad portada con donaire y gracia, con sus cabellos totalmente blancos que realzaban aún más el estado de respeto y admiración a su persona, andando por el pueblo con erguido y firme porte y señorial y aristocrática prestancia. De finos y educados modales y comportamientos con sus convecinos, propios de prosapia y ascendencia de mundos socialmente distintos y diferentes de los que habitualmente convivía-, no mejores, ¡ojo! -, trato y conducta que él a su vez recibía igualmente de sus vecinos por medio de la estima, cariño, respeto y consideración que constantemente se le dispensaba.
La fragua que él regentaba, ubicada en el espacio ocupado hoy en día por el Centro de Salud, era un local constituido y conformado con la decoración de elementos específicos, peculiares y propios de la tarea y ocupación requeridas. Aún, de manera imprecisa y ambigua, mantengo en mi retina la distribución y ubicación de los medios y útiles de labor: Según se entraba a la derecha y debajo de una mal encristalada ventana de viejos y agrietados marcos de madera, se apoyaba en la pared una ruda y tosca mesa de trabajo, con su tablero lleno de pequeñas piezas, martillos, tenazas, clavos, etc. y un tornillo de banco fijado a uno de sus extremos. Siguiendo esta dirección, en un obscuro, sombrío y tenebroso rincón, había lo que yo imaginaba como un pozo donde el SR. PEPE enfriaba las incandescentes piezas, una vez forjadas y conformadas convenientemente. Lugar que por sus peculiaridades dichas, me producía pavor y espanto por mi medrosa naturaleza infantil, gratamente superada.
En el centro del local, dos bigornias, que son bloques cuadrados de hierro con puntas en ambos lados, sostenidos por tajos de madera fuerte sin pulir y fijados al suelo de tierra, donde se forjaban los metales. Un gigantesco y desmesurado fuelle colgaba del techo, donde su mecanismo se ponía en funcionamiento tirando de una cuerda atada a uno de sus flexibles costados, con el fin de arrojar todo su absorbido aire sobre la fragua para mantener constante el fuego hasta la incandescencia de la pieza enterrada en la lumbre viva. De frente al fuelle y adosado a una pared frontal a la entrada, estaba situada la fragua, un gran fogón de forma semicircular y un metro aproximado de altura donde se caldeaban los metales destinados a la forja. A la izquierda del fogón, había una puerta, -la que jamás traspasé-, que daba entrada a un desconocido y para mí misterioso corral. Distribuidos por las paredes y sus rincones, se apilaban y amontonaban de forma abigarrada y heterogénea, rejas, formones, restos de metales en espera de reparación y otros inservibles, etc., así como barras de hierro y otros metales y utensilios apoyados en las paredes, en espera de su destino. Saludos
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Con frio y algo de lluvia)