A LA MEMORIA Y EN RECUERDO DE DON PEPE
Saludos a todos.-
Si nos atenemos y acogemos única y exclusivamente a la definición técnica y académica de las palabras, vocablos y conceptos que los sabios padres de la lengua así nos indican y enseñan, con su doctos y magistrales conocimientos y sabiduría para fijar con claridad, exactitud y precisión y también con belleza su significado o la naturaleza de alguien o algo con sus caracteres genéricos y diferenciales, infinidad de veces, aparentemente, no me parecen coincidente y ajustado con las impresiones que pasajes, momentos o situaciones especiales de mi existencia, han producido o producen en mi ser y han marcado en demasía mi vida, gratas y felices unas veces, amargas y desagradables otras. Me refiero concretamente al vocablo ILUSIÓN, con definiciones más o menos como: Distorsión de una percepción sensorial errónea de la realidad; esperanza infundada o anhelo por algo en concreto; representación sin verdadera realidad, sugerida por la imaginación o causada por engaño de los sentidos, etc. etc.
Me viene a la memoria entre otros, un pasaje, un maravillosos, grato e inolvidable pasaje de mi infancia, en el que se manifestó y se hizo patente en mi ser y naturaleza, esa bella y hermosa cualidad y facultad mental de creación que es la ILUSIÓN, que ha compuesto, conformado, definido y determinado, entre otros conceptos psicológicos, mi personalidad a lo largo de mi vida. Pero no una ilusión distorsionada sensorialmente en la percepción de la realidad ni en la esperanza infundada en la consecución u obtención de lo material. Y la causa y origen de esa iniciación a la ILUSIÓN, fue primordialmente un BELÉN que por épocas navideñas, Don PEPE instalaba y colocaba, para contemplación y admiración de todos, en una habitación de su vivienda y que a través de la ventana, pegadas nuestras caras a los barrotes, mirábamos y observábamos extasiados y arrobados, disfrutando con deleite, placer y fruición de la perfecta disposición de las imágenes que componían el NACIMIENTO. Todos, o la mayor parte de los infantes de aquella generación de nuestro pueblo, y algunos no tan niños, acudíamos prestos diariamente, porque “VACANTES NOS HAN DADO”, a reponer nuestra carga de ILUSIÓN, como alimento y sustento reparador y mantenedor de esa grata y dulce realidad irreal o irrealidad real interior, manifestada exteriormente con alegre, sana, infantil, excitante, bullanguera y nerviosa curiosidad para nombrar, reconocer y distinguir a los inmóviles personajes del BELÉN. Inmóviles o inanimados en sus disposición y ubicación física, pero llenos de animación, vitalidad, actividad y movimiento en la imaginación, según el personal y diferencial criterio y capacidad creativa de ILUSIÓN de cada uno. ¡¡Mirad los pastorcillos con su rebaño! se decía con cariño y sentimiento. ¡Allí, en aquel montículo, ved el palacio de Herodes! se señalaba con acento acusador y condenador, ante la antipatía y desprecio que producía tal personaje. Allá a lo lejos, muy lejos, en lontananza, se divisaban, parsimoniosa y lentamente cabalgando sobre sus camellos, primorosa y esmeradamente enjaezados con sus reales arreos y arneses, los tres Reyes Magos cargados con grandes paquetes de ILUSIÓN. Pero la parte del NACIMIENTO que más atracción, veneración y admiración suscitaba, era naturalmente el PORTAL. Para sus moradores, tanto para el Niño, como para la Virgen y San José, así como para el buey y la mula, eran más abundantes y sentidos los requiebros, piropos, elogios y lisonjas. Esta contemplación del BELÉN me transportaba a mundos mágicos, sobrenaturales, quiméricos, encantados y que parecía más bien, un culto herético, reverencial y venerador, tendente a la idolatría e iconolatría que me servía de nexo, de hilo de Ariadna o cordón de plata para conducirme y unirme con el espíritu navideño que invadía, empapaba y calaba el ambiente, con ese penetrante aroma mágico entre pagano, festivo y religioso que embargaba y embriagaba el espíritu, y desafortunada y desventuradamente, se ha perdido en aras de un materialismo exacerbado, que ha impregnado y penetrado honda y profundamente en todos los rincones y recovecos del ser, en detrimento y perjuicio de sí mismo. Por todo ello, quiero agradecer a Don PEPE intensamente, esa complicidad y grata “culpabilidad” en despertar en mí la ILUSIÓN y mantener tan bellos recuerdos, a través del sencillo, pero grandioso BELÉN.
Tuve oportunidad, ya en la práctica del ejercicio de su profesión médica, de valorar la capacidad humana en el trato a los enfermos, en personas de mi familia como mi hija, mi abuela y mi suegro, entre otras. ¡Con qué atención, delicadeza y sensibilidad prestaba sus servicios médicos! Esta afabilidad, amabilidad, cortesía, respeto y afecto infundía y transmitía confianza y seguridad al enfermo que, se reflejaba en su evolución y diagnóstico favorables. Porque no olvidemos que somos seres psicosomáticos, espíritu y materia. Es más fácil que el espíritu sane a la materia, que la materia al espíritu. Varias veces me indicó y me sugirió, que si durante la noche necesitara de sus servicios por agravamiento del enfermo, que no dudase en dar unos toquecitos a la ventana donde el dormía. En un par de ocasiones tuve necesidad de ello y presto y diligente fue al domicilio, llegando casi antes que yo. Se me puede objetar que es su obligación como profesional. ¡De acuerdo! Pero hay personas y profesionales que rebasan los límites de la profesionalidad, adentrándose en los terrenos del altruismo, de la generosidad, de la humanidad y de la ética. Y entre esas personas estaba Don PEPE. Muchas gracias y que descanse en paz.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid
Saludos a todos.-
Si nos atenemos y acogemos única y exclusivamente a la definición técnica y académica de las palabras, vocablos y conceptos que los sabios padres de la lengua así nos indican y enseñan, con su doctos y magistrales conocimientos y sabiduría para fijar con claridad, exactitud y precisión y también con belleza su significado o la naturaleza de alguien o algo con sus caracteres genéricos y diferenciales, infinidad de veces, aparentemente, no me parecen coincidente y ajustado con las impresiones que pasajes, momentos o situaciones especiales de mi existencia, han producido o producen en mi ser y han marcado en demasía mi vida, gratas y felices unas veces, amargas y desagradables otras. Me refiero concretamente al vocablo ILUSIÓN, con definiciones más o menos como: Distorsión de una percepción sensorial errónea de la realidad; esperanza infundada o anhelo por algo en concreto; representación sin verdadera realidad, sugerida por la imaginación o causada por engaño de los sentidos, etc. etc.
Me viene a la memoria entre otros, un pasaje, un maravillosos, grato e inolvidable pasaje de mi infancia, en el que se manifestó y se hizo patente en mi ser y naturaleza, esa bella y hermosa cualidad y facultad mental de creación que es la ILUSIÓN, que ha compuesto, conformado, definido y determinado, entre otros conceptos psicológicos, mi personalidad a lo largo de mi vida. Pero no una ilusión distorsionada sensorialmente en la percepción de la realidad ni en la esperanza infundada en la consecución u obtención de lo material. Y la causa y origen de esa iniciación a la ILUSIÓN, fue primordialmente un BELÉN que por épocas navideñas, Don PEPE instalaba y colocaba, para contemplación y admiración de todos, en una habitación de su vivienda y que a través de la ventana, pegadas nuestras caras a los barrotes, mirábamos y observábamos extasiados y arrobados, disfrutando con deleite, placer y fruición de la perfecta disposición de las imágenes que componían el NACIMIENTO. Todos, o la mayor parte de los infantes de aquella generación de nuestro pueblo, y algunos no tan niños, acudíamos prestos diariamente, porque “VACANTES NOS HAN DADO”, a reponer nuestra carga de ILUSIÓN, como alimento y sustento reparador y mantenedor de esa grata y dulce realidad irreal o irrealidad real interior, manifestada exteriormente con alegre, sana, infantil, excitante, bullanguera y nerviosa curiosidad para nombrar, reconocer y distinguir a los inmóviles personajes del BELÉN. Inmóviles o inanimados en sus disposición y ubicación física, pero llenos de animación, vitalidad, actividad y movimiento en la imaginación, según el personal y diferencial criterio y capacidad creativa de ILUSIÓN de cada uno. ¡¡Mirad los pastorcillos con su rebaño! se decía con cariño y sentimiento. ¡Allí, en aquel montículo, ved el palacio de Herodes! se señalaba con acento acusador y condenador, ante la antipatía y desprecio que producía tal personaje. Allá a lo lejos, muy lejos, en lontananza, se divisaban, parsimoniosa y lentamente cabalgando sobre sus camellos, primorosa y esmeradamente enjaezados con sus reales arreos y arneses, los tres Reyes Magos cargados con grandes paquetes de ILUSIÓN. Pero la parte del NACIMIENTO que más atracción, veneración y admiración suscitaba, era naturalmente el PORTAL. Para sus moradores, tanto para el Niño, como para la Virgen y San José, así como para el buey y la mula, eran más abundantes y sentidos los requiebros, piropos, elogios y lisonjas. Esta contemplación del BELÉN me transportaba a mundos mágicos, sobrenaturales, quiméricos, encantados y que parecía más bien, un culto herético, reverencial y venerador, tendente a la idolatría e iconolatría que me servía de nexo, de hilo de Ariadna o cordón de plata para conducirme y unirme con el espíritu navideño que invadía, empapaba y calaba el ambiente, con ese penetrante aroma mágico entre pagano, festivo y religioso que embargaba y embriagaba el espíritu, y desafortunada y desventuradamente, se ha perdido en aras de un materialismo exacerbado, que ha impregnado y penetrado honda y profundamente en todos los rincones y recovecos del ser, en detrimento y perjuicio de sí mismo. Por todo ello, quiero agradecer a Don PEPE intensamente, esa complicidad y grata “culpabilidad” en despertar en mí la ILUSIÓN y mantener tan bellos recuerdos, a través del sencillo, pero grandioso BELÉN.
Tuve oportunidad, ya en la práctica del ejercicio de su profesión médica, de valorar la capacidad humana en el trato a los enfermos, en personas de mi familia como mi hija, mi abuela y mi suegro, entre otras. ¡Con qué atención, delicadeza y sensibilidad prestaba sus servicios médicos! Esta afabilidad, amabilidad, cortesía, respeto y afecto infundía y transmitía confianza y seguridad al enfermo que, se reflejaba en su evolución y diagnóstico favorables. Porque no olvidemos que somos seres psicosomáticos, espíritu y materia. Es más fácil que el espíritu sane a la materia, que la materia al espíritu. Varias veces me indicó y me sugirió, que si durante la noche necesitara de sus servicios por agravamiento del enfermo, que no dudase en dar unos toquecitos a la ventana donde el dormía. En un par de ocasiones tuve necesidad de ello y presto y diligente fue al domicilio, llegando casi antes que yo. Se me puede objetar que es su obligación como profesional. ¡De acuerdo! Pero hay personas y profesionales que rebasan los límites de la profesionalidad, adentrándose en los terrenos del altruismo, de la generosidad, de la humanidad y de la ética. Y entre esas personas estaba Don PEPE. Muchas gracias y que descanse en paz.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid