E L TEJAR.- OTRO RECUERDO DE INFANCIA
Como te prometí, IVÁN, cuando te di la bienvenida a este foro, te contaré algo sobre mis recuerdos e impresiones acerca del tejar, aunque poco más puedo añadir a lo expresado por José Emilio con buen criterio descriptivo y narrativo, coincidiendo en todo con él en los recuerdos y situaciones del Tejar. Pero abundaré en ello, quizá más bien añadiré a lo dicho, algo desde mi perspectiva personal, en memoria y evocación de aquellos pasados tiempos, por si pudiera, Iván, aportarte simple y sencilla información y contribuir a tu deseo.
Los primeros tejeros que yo conocí, más o menos allá por el año 1950 -- ¿tanto tiempo transcurrido ya, Dios mío?--, y que permanecieron durante largo tiempo desarrollando tal función en el pueblo, eran un matrimonio y su hijo procedentes de Paradinas de San Juan, Cecilio y Sabina de nombre y su hijo Pedrito, con los que mis abuelos y mis padres intimaron, naciendo una relación de mutua y correspondida amistad rayana en la familiaridad, sentimiento que continuó, incluso cuando Cecilio, --de reciente fallecimiento--, cesó en su actividad y se trasladó de nuevo a Paradinas, nos visitábamos recíprocamente. Más tarde, el tiempo y la lejanía marcados por rumbos y sendas diferentes diluyeron la amistad infantil entre Pedrito y yo. Con Cecilio estando en el “Asilo” de Peñaranda y de las muchas veces que salían a pasear por la ciudad, me encontré gratamente causándome gran alegría y contento el encuentro después de mucho tiempo.
Recuerdo que existía en el tejar una alargada y rectangular estancia, llena de trebejos y utensilios propios del oficio, como moldes y raseros para tejas, adobes, etc., donde práctica y asiduamente esta familia moraba, sobre todo, los días de cocción y donde más de una noche, tiempo y momento propicios de cocción de la producción de la jornada, yo pasé contemplando y disfrutando del seductor, atractivo y mágico espectáculo del proceso de enrojecimiento del enorme y abovedado horno y del mantenimiento constante y activo del fuego para que las tejas o adobes extendidos con orden y diligencia en el suelo, una vez secados por la acción del sol y el aire, fueran colocados en una especie de boca o cráter en la parte superior del horno para que se cocieran.
A la marcha de los anteriores tejeros, tus abuelos JULIO y MARÍA, junto con tu padre y tus tíos, procedentes del Campo de Peñaranda, --tu abuela MARÍA creo que era originaria de Zorita--, se hicieron cargo primordialmente de la industrial del tejar, ejerciendo otras actividades paralelas y complementarias, formando una dinastía de “los tejeros”,-- dicho con cariño--, que con el discurrir del tiempo los descendientes de tus abuelos elegisteis otras actividades diferentes a las que dio origen el sobrenombre familiar. En la estima, consideración y juicio que me merecen tus abuelos, no solamente como impresión personal, sino como criterio general por manifestaciones de sus convecinos hacia ellos y, dentro de las imperfecciones y defectos humanos, les recuerdo como unas respetadas y queridas personas dentro del trato cordial y vecinal; sufridos y sacrificados trabajadores; constantes y perseverantes en su obligación y rectos y firmes en su cumplimiento, virtudes y cualidades transmitidas a su descendencia. Era proverbial el sentido del humor, de la chanza y de la alegría de tu abuelo, muy dado a la broma y dichos graciosos.
El horno del tejar era contiguo a la pared norte del cementerio, cuya situación de proximidad a él y la cómplice anochecida, provocaban en mi desbordada y a la vez medrosa imaginación infantil, tétricos, fantasmagóricos y misteriosos espectros y apariciones procedentes del cercano camposanto, que se mezclaban con la seducción, embargo y atracción que me producía en el ánimo la contemplación del fuego flameando por la boca superior del horno crepitantes, trémulas y chisporroteantes llamas, efecto que producía el reflejo y proyección en las paredes de los edificios colindantes, de vacilantes y alargadas sombras de forma caprichosa e irregular, inundando de luminosidad el lugar y de hechizo, encantamiento, embeleso, fascinación y magia la noche tejera.
El tejar estaba situado, ubicación de todos conocida, al inicio de la carretera de Zorita y a su derecha, entre el antiguo cementerio y el matadero municipal, desaparecidos hoy día los tres lugares en aras de una finca dedicada a la agricultura. Para llegar a la boca inferior por donde se enrojaba el horno, adyacente a la pared del cementerio, había que descender una pronunciada pendiente, donde como mitológico Prometeo, dueño del divino fuego robado, allí estaba tu abuelo con el rostro sudoroso y acalorado, manteniendo constante y vivo el fuego del horno. En el centro del tejar, había un círculo de 2 ó 3 metros de diámetro y 50 cms. de profundidad,--medidas aproximadas--, donde se hacia una mezcla proporcional de agua con la arcilla traída ex profeso de distintos parajes ricos en dicho mineral, y a continuación dos o más personas, tu abuelo con alguno de tus tíos, con las perneras de los pantalones recogidos hasta las rodillas, amasaban con los pies enérgica y poderosamente la mezcla hasta que obtuvieran el grado de espesor y consistencia propios para la producción de tejas, ladrillos, adobes, y que para ello se rellenaban los moldes correspondientes con la masa ya formada. Esta función solía así mismo hacerla una persona y un macho, dirigiendo al animal a través del ramal. En el mismo entorno del círculo, había un pozo que facilitaba el agua necesaria como complemento industrial y una mesa de trabajo con todos los utensilios a emplear en la jornada.
La vivienda de mis padres estaba muy próxima al cementerio y al tejar, no más de 500 mts. y era paso obligado de ida y vuelta a la cercana huerta que mis abuelos tenían, trayecto que infinidad de veces realicé para, fardel o fiambrera en mano, llevar el almuerzo o la merienda a mi abuelo, divisando a través de un alto vallado totalmente el interior del cementerio con sus desordenadas tumbas y nichos, cuya vista y contemplación sobrecogía mi ánimo, conteniendo la respiración y tensando los músculos. Algunas veces me detuve para saciar mi curiosidad infantil, con la bonachona y cariñosa acogida y aceptación de tu abuelo, contemplando la disposición y habilidad de los “tejeros” en la fabricación de aquellos medios y materiales con los que probablemente estaba hecha mi morada y la de muchos más.
No sé si esto habrá servido para satisfacer en algo tu deseo, pero si así hubiera sido me siento complacido de haberlo conseguido, aunque muchas de las cosas aquí contadas, las conocerías por información de tu familia. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Con tiempo muy primaveral, llegando en algunos momentos a 20ºC.)
Como te prometí, IVÁN, cuando te di la bienvenida a este foro, te contaré algo sobre mis recuerdos e impresiones acerca del tejar, aunque poco más puedo añadir a lo expresado por José Emilio con buen criterio descriptivo y narrativo, coincidiendo en todo con él en los recuerdos y situaciones del Tejar. Pero abundaré en ello, quizá más bien añadiré a lo dicho, algo desde mi perspectiva personal, en memoria y evocación de aquellos pasados tiempos, por si pudiera, Iván, aportarte simple y sencilla información y contribuir a tu deseo.
Los primeros tejeros que yo conocí, más o menos allá por el año 1950 -- ¿tanto tiempo transcurrido ya, Dios mío?--, y que permanecieron durante largo tiempo desarrollando tal función en el pueblo, eran un matrimonio y su hijo procedentes de Paradinas de San Juan, Cecilio y Sabina de nombre y su hijo Pedrito, con los que mis abuelos y mis padres intimaron, naciendo una relación de mutua y correspondida amistad rayana en la familiaridad, sentimiento que continuó, incluso cuando Cecilio, --de reciente fallecimiento--, cesó en su actividad y se trasladó de nuevo a Paradinas, nos visitábamos recíprocamente. Más tarde, el tiempo y la lejanía marcados por rumbos y sendas diferentes diluyeron la amistad infantil entre Pedrito y yo. Con Cecilio estando en el “Asilo” de Peñaranda y de las muchas veces que salían a pasear por la ciudad, me encontré gratamente causándome gran alegría y contento el encuentro después de mucho tiempo.
Recuerdo que existía en el tejar una alargada y rectangular estancia, llena de trebejos y utensilios propios del oficio, como moldes y raseros para tejas, adobes, etc., donde práctica y asiduamente esta familia moraba, sobre todo, los días de cocción y donde más de una noche, tiempo y momento propicios de cocción de la producción de la jornada, yo pasé contemplando y disfrutando del seductor, atractivo y mágico espectáculo del proceso de enrojecimiento del enorme y abovedado horno y del mantenimiento constante y activo del fuego para que las tejas o adobes extendidos con orden y diligencia en el suelo, una vez secados por la acción del sol y el aire, fueran colocados en una especie de boca o cráter en la parte superior del horno para que se cocieran.
A la marcha de los anteriores tejeros, tus abuelos JULIO y MARÍA, junto con tu padre y tus tíos, procedentes del Campo de Peñaranda, --tu abuela MARÍA creo que era originaria de Zorita--, se hicieron cargo primordialmente de la industrial del tejar, ejerciendo otras actividades paralelas y complementarias, formando una dinastía de “los tejeros”,-- dicho con cariño--, que con el discurrir del tiempo los descendientes de tus abuelos elegisteis otras actividades diferentes a las que dio origen el sobrenombre familiar. En la estima, consideración y juicio que me merecen tus abuelos, no solamente como impresión personal, sino como criterio general por manifestaciones de sus convecinos hacia ellos y, dentro de las imperfecciones y defectos humanos, les recuerdo como unas respetadas y queridas personas dentro del trato cordial y vecinal; sufridos y sacrificados trabajadores; constantes y perseverantes en su obligación y rectos y firmes en su cumplimiento, virtudes y cualidades transmitidas a su descendencia. Era proverbial el sentido del humor, de la chanza y de la alegría de tu abuelo, muy dado a la broma y dichos graciosos.
El horno del tejar era contiguo a la pared norte del cementerio, cuya situación de proximidad a él y la cómplice anochecida, provocaban en mi desbordada y a la vez medrosa imaginación infantil, tétricos, fantasmagóricos y misteriosos espectros y apariciones procedentes del cercano camposanto, que se mezclaban con la seducción, embargo y atracción que me producía en el ánimo la contemplación del fuego flameando por la boca superior del horno crepitantes, trémulas y chisporroteantes llamas, efecto que producía el reflejo y proyección en las paredes de los edificios colindantes, de vacilantes y alargadas sombras de forma caprichosa e irregular, inundando de luminosidad el lugar y de hechizo, encantamiento, embeleso, fascinación y magia la noche tejera.
El tejar estaba situado, ubicación de todos conocida, al inicio de la carretera de Zorita y a su derecha, entre el antiguo cementerio y el matadero municipal, desaparecidos hoy día los tres lugares en aras de una finca dedicada a la agricultura. Para llegar a la boca inferior por donde se enrojaba el horno, adyacente a la pared del cementerio, había que descender una pronunciada pendiente, donde como mitológico Prometeo, dueño del divino fuego robado, allí estaba tu abuelo con el rostro sudoroso y acalorado, manteniendo constante y vivo el fuego del horno. En el centro del tejar, había un círculo de 2 ó 3 metros de diámetro y 50 cms. de profundidad,--medidas aproximadas--, donde se hacia una mezcla proporcional de agua con la arcilla traída ex profeso de distintos parajes ricos en dicho mineral, y a continuación dos o más personas, tu abuelo con alguno de tus tíos, con las perneras de los pantalones recogidos hasta las rodillas, amasaban con los pies enérgica y poderosamente la mezcla hasta que obtuvieran el grado de espesor y consistencia propios para la producción de tejas, ladrillos, adobes, y que para ello se rellenaban los moldes correspondientes con la masa ya formada. Esta función solía así mismo hacerla una persona y un macho, dirigiendo al animal a través del ramal. En el mismo entorno del círculo, había un pozo que facilitaba el agua necesaria como complemento industrial y una mesa de trabajo con todos los utensilios a emplear en la jornada.
La vivienda de mis padres estaba muy próxima al cementerio y al tejar, no más de 500 mts. y era paso obligado de ida y vuelta a la cercana huerta que mis abuelos tenían, trayecto que infinidad de veces realicé para, fardel o fiambrera en mano, llevar el almuerzo o la merienda a mi abuelo, divisando a través de un alto vallado totalmente el interior del cementerio con sus desordenadas tumbas y nichos, cuya vista y contemplación sobrecogía mi ánimo, conteniendo la respiración y tensando los músculos. Algunas veces me detuve para saciar mi curiosidad infantil, con la bonachona y cariñosa acogida y aceptación de tu abuelo, contemplando la disposición y habilidad de los “tejeros” en la fabricación de aquellos medios y materiales con los que probablemente estaba hecha mi morada y la de muchos más.
No sé si esto habrá servido para satisfacer en algo tu deseo, pero si así hubiera sido me siento complacido de haberlo conseguido, aunque muchas de las cosas aquí contadas, las conocerías por información de tu familia. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Con tiempo muy primaveral, llegando en algunos momentos a 20ºC.)