ALDEASECA DE LA FRONTERA: 1º.-PETICIÓN E INICIO DE LAS RELACIONES....

1º.-PETICIÓN E INICIO DE LAS RELACIONES.

En las sociedades en que la mujer tenía menos libertad, era el padre a quien había que pedirle las relaciones, pero en los lugares y épocas en que se reconoció a la mujer el derecho sobre sí misma, era ella, previa petición del enamorado, quien concedía la relación. La relación “lícita” entre los jóvenes era aquella orientada al matrimonio, sujeta como ya he dicho anteriormente a formalidades de las que no se podía huir ni inhibirse, so pena de rechazo social, donde la defensa de los valores era implacable. En culturas de todos conocidas, como la romana de la que somos directos herederos y beneficiarios, el padre concertaba por su cuenta la relación y posterior matrimonio de los hijos de los que existe ejemplos de importantes personas, que no vienen ahora el caso y están en los libros para su consulta y lectura. No obstante, aunque en aquellos tiempos, nuestros tiempos a los que hago referencia, la mujer ya disfrutaba de libertad de elección en sus relaciones amorosas, aunque, en contadas ocasiones, la heredada cultura y las presiones familiares hacían que triunfaran y dominaran los intereses materiales sobre los nobles sentimientos. La literatura universal y la nuestra en particular nos ofrecen sobre el caso, divertidas y apasionantes obras.

No es de mi incumbencia, y pienso que de la de nadie, por pertenecer al ámbito de la privacidad y de la más profunda intimidad, entrometerse ni realizar introspecciones arbitrarias en los estados de ánimo que producen los dulces y tiernos sentimientos recíprocos de amor entre un chico y una chica que hacen perder el raciocinio y producen un desmadejamiento de los sentidos, impelidos y estimulados por una mutua, ardorosa, apasionada e irresistible atracción física, asaeteados por un juguetón e inquieto divino Cupido.

Salvo contadas y excepcionales ocasiones las relaciones eran endogámicas, es decir, emparejamientos entre vecinos, comprensible por la naturaleza y carácter social de proximidad, de relación, contacto y conocimiento interpersonales constantes de donde nacen sentimientos. Cuando se producía algún emparejamiento amoroso que paulatinamente se iba consolidando y prometía cierta seriedad, circunstancia que obviamente no pasaba desapercibida a los censores municipales, sus medios informáticos y de difusión locales al uso, se encargaban de transmitir en conclave vecinal la novedad con toda clase de ricos y variados pormenores de la apropiada o inadecuada relación. Toda relación sentimental pasaba por el cedazo del juicio aprobatorio o de rechazo, conforme a sus personales conductas de moralidad y preservación de las buenas costumbres, decantándose y orientando, según querencia, su preferencia particular de los enamorados.

Sobre todo no faltaban las suplicantes e implorantes recomendaciones y consejos maternales: “ ¡Hijo mío!,--decía la madre al hijo--, que sea una mujer de su casa, honesta y hacendosa”.
¡“Hija mía!,-- decía la madre a la hija--, que sea un hombre trabajador, digno, amante de su familia”.
El entremetimiento del padre en asuntos del amor era de menor intensidad, era más liberal, no sin ello eludir la responsabilidad paternal de interesarse porque las relaciones de su hijo fueran un “buen partido”, puesto que aparentemente y en principio eran para toda la vida.
A la amada, a la hora propicia y convenida para disfrutar amorosamente del paseo diario o de fin de semana, se la esperaba en las proximidades de su casa y tiernamente juntos iniciaban una deseosa jornada vespertina de dulce compañía juntos, pero con el debido recato y cautela respeto a las miradas escrutadoras, ya que el más insignificante acto de demostración amorosa por muy puro y casto que fuera era juzgado por los inquisidores tribunales, --de todos conocidos--, de la decencia y la honestidad y de la pureza virginal de los cautos y precavidos jóvenes sobre los que caía toda la ira de la crítica.
Eran tiempos del pick-up, se decía ya en progre lenguaje en referencia al tocadiscos, donde en el salón de baile de la Amparo y Loren, al ritmo de los sonidos bailongos de “La Campanera”, “Caminito”, “Doce cascabeles,” ”La Cumparsita” o la música de “los Cinco Latinos”, amenizaban la tarde dominguera mientras los jóvenes, incitados por las sugerentes melodías, unos confirmaban a modo de acto de renovación sus promesas mutuas de amor y otros, susurrando entre cómplices sonrisas y miradas, se iniciaban en los íntimos secretos y misterios del querer, indiferentes a todo, danzando maquinalmente a impulsos irreflexivos e indeliberados, abstraídos por un nacimiento, un brote de sentimientos, propósitos y aspiraciones de compartir y unir vidas. Al final de la sesión del baile, si la pretendida te concedía y autorizaba, previa anhelada y ansiada petición, “acompañamiento”,--otro ritual de iniciación al noviazgo--, era preludio de esperanza. Había quien después de agotar todas sus convincentes dotes de seducción, iba para casa cargado con buena cosecha de calabazas.
No quiero pasar por alto las masivas sesiones de baile de las tardes del domingo, en el salón del Ayuntamiento, donde asistía todo el pueblo, sobre todo las vigilantes mamás de la castidad de sus queridos retoños, sentadas en los laterales del salón, impidiendo su presencia cualquier desliz de graves consecuencias. Tardes amenizadas por la orquesta compuesta por los trompetistas señores queridos e inolvidables YAYO y MARIANILLO y MARINO AL BOMBO-sentido recuerdos para ellos.

Tardes de citas y encuentros, de ilusiones y amarguras y de sueños no cumplidos, tardes forjadoras de uniones y de futuro, mientras los chavales mezclándose entre las danzarinas parejas, correteábamos entre agarrones, alterando el ritmo de los alegres bailadores.
Saludos.-

¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Tiempo muy primaveral)