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ALDEASECA DE LA FRONTERA: A LA MEMORIA Y RECUERDO DE VENTURITA...

A LA MEMORIA Y RECUERDO DE VENTURITA
A lo largo de tu enfermedad, tuve la oportunidad de conversar contigo, ya en el pueblo o ya en el hospital en las ocasiones que te visité interesándome por tu estado de salud, y en ninguna ocasión mostraste el más mínimo estado de abatimiento, decaimiento, desaliento o desanimo por tu sabida y conocida grave enfermedad. Más bien te manifestabas con fuerza, entereza, firmeza y vigor en tu ánimo, con la esperanza, que se adentraba en los terrenos de la seguridad, de que tu grave enfermedad era eventual y pasajera y que en tiempo prudente, y con acción de la ciencia te restablecerías y sanarías. En tertulias, esas tertulias entre vecinos, callejeras y entrañables que ocasional y eventualmente se forman con un simple y sincero saludo, no exento de sana curiosidad… ¡hola! ¿qué tal? ¿cómo te va la vida?,.. sin protocolos, consignas ni orden establecidos, aprovechando el tiempo bonancible y apacible, donde cualquier tema sin presuntuosidades ni pretensiones oratorias, retóricas y dialécticas, ni grandes disertaciones ni profundas reflexiones, únicamente con el lenguaje llano y sencillo, paradigma de la gente franca y leal, es bueno, como digo, para formarlas. Se discute, se controvierte, unas veces acalorada y apasionadamente y otras sosegada y tranquilamente, a la vez que se crea un saludable y afable ambiente, que invita a la amistad y comunicación social y, por ende, al conocimiento personal, de donde, a pesar de la aparente intrascendencia de la conversación, se obtienen sabias conclusiones y enseñanzas. En esas tertulias, eras el animador de las mismas, el tertuliano más carismático, el transmisor de alegrías que con tus palabras, chascarrillos y anécdotas ligeras y picantes, y sobre todo con tu proverbial y alto sentido del humor, adobado y aderezado con sutil ironía, provocabas nuestras sonoras carcajadas, aparcando por unos momentos nuestros problemas y preocupaciones. Eras el mensajero y correo,- como el dios alado Mercurio-, de las noticias que en el pueblo, o fuera de él se producían y que afectaban e interesaban a sus vecinos. Esto es dicho, y así lo mantengo, sin ningún sentido peyorativo ni crítico. Mostraba una natural voluntad a la colaboración y participación desinteresada y altruista, ya fuera en actos lúdicos o religiosos que en el pueblo se celebraban. Voluntad que transmitías y contagiabas. En una de las ocasiones que te visitamos en el hospital mi mujer, mi hijo y yo, el tiempo que estuvimos acompañándote, fue una constante y continua sesión de humor por tu característico ingenio y agudeza en el relato de las cosas, de los hechos, de los acontecimientos. Tu compañero de habitación, así como sus familiares gozaban y disfrutaban plenamente de tu jovialidad y de la alegría que los transmitías. Según manifestaciones de alguna de tus hermanas en el tanatorio, te habías ganado el cariño y simpatía de médicos y enfermeras. Cómo una conversación normal, la aliñabas, la aderezabas y componías de esa chispa espontánea y natural de gracia, viveza y gracejo, lejos del chiste manido, vulgar y consabido. Y ante todo esto y a tenor de lo dicho, me pregunto, pleno de admiración… ¿Cómo es posible que sabiendo la enfermedad que tenías y que progresivamente se manifestaba con síntomas nada halagüeños y prometedores y lo que ello te iba a acarrar, por muy grande que fuera tu esperanza, cómo es posible soportarla con tanta entereza y firmeza, manteniendo un espíritu robusto y ánimo esperanzador, alegre y apacible? ¿La resignación de lo inevitable? ¿La frustración de lo inmejorable? ¿Tus roqueñas, fuertes y duras convicciones y creencias religiosas y, por tanto, tu fe? Desconozco cómo sería tu estado psíquico y anímico en las horas de soledad, cuando el “YO” está consigo mismo pensativo, abstracto en situaciones transcendentales de la vida, del ser, de la duda del más allá o no tan dudoso. Desconozco todo ello. Pero si sé que has sido valiente, enfrentándote a la muerte y retándola con ardor e intrepidez, con gallardía y arrojo, no obstante defendiendo con ansia, ahínco y anhelo aquello más preciado, apreciado y querido de todos, LA VIDA. Como en la película de Ingmar Bergman “El Séptimo sello”, entablas una partida con la muerte apostando muy fuerte, y posiblemente no pudiste o no quisiste, en tu osadía y atrevimiento, abandonar la partida cuando aún estabas a tiempo o aplazarla y así, de este modo precipitaste la pérdida del encuentro, del juego, del lance, finalizando y terminando el proyecto de vida, creo que excesivamente pronto, cuando aún te quedaba por cumplir muchos compromisos vitales. La muerte es implacable, insaciable, voraz. Como SATURNO, hambriento de venganza devora a sus hijos para no destronarle, pero con argucias, artimañas y tretas, uno de ellos consiguió esquivar ese destino y se salva, así la muerte actúa. Pero con ella, no sirven trucos ni engaños para eludirla. No hace selección ni distinción de clases, dignidades y categorías personales. Si el cariño fuera medible y mensurable por la multitud de vecinos, amigos, familiares que te acompañó en tu último momento, nos daría un resultado de” infinito”. En el interior de la iglesia no cabía un alma, quedándose muchísimas personas en el exterior si poder entrar. Que Dios en el que creías, te acoja y sea benevolente con tus humanas imperfecciones, que lo será, no me cabe la menor duda y que mantengas allá, tertulias tan joviales, animadas y jubilosas como acá. Quiero terminar con unos versos de una composición poética “DÉCIMA MUERTE” del poeta mejicano del pasado siglo, JAVIER VILLAURRUTIA, con el deseo que se cumpla en todos.
Si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando,
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir ni un goce
ni un dolor contigo, Muerte.
Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid