ALDEASECA DE LA FRONTERA: 6º.- LA BODA....

6º.- LA BODA.

-La ceremonia del casamiento constituía uno de los acontecimientos de mayor relevancia en la sociedad tradicional, como dije en otro apartado, pues en ella convergían una serie de elementos característicos, como son los sociales, rituales, económicos y los referentes al ciclo vital, y en todos ellos, la música, el baile, la indumentaria y la gastronomía encontraban en la boda el marco idóneo para mostrar la solemnidad y vistosidad.

-Antaño las celebraciones de las bodas eran en esencia y naturaleza semejantes a las actuales, pero diametralmente opuestas en la forma de celebración. Todos los actos que conformaban la ceremonia, desde el religioso al profano, eran celebrados en el pueblo, bien de la novia o bien del novio en circunstancias excepcionales en este caso, y como todos los acontecimientos de carácter popular estaban regidos por unas severas normas de transmisión generacional, de tradicional y rígido cumplimiento, que derivaban en leyes y que su relajación o laxitud en el cumplimiento, suponía una gravísima injuria y un ultraje a los sentimientos y enseñanzas recibidos y heredados de nuestros antepasados.

-Días previos a la fecha de la boda, el movimiento y trajín en los domicilios paternos eran constantes en la organización, control y preparación de un acontecimiento de tan singulares características, ya que todos los actos inherentes a la ceremonia se celebraban en el pueblo, incluido el laborioso y engorroso banquete nupcial, que eran de absoluta responsabilidad y vigilancia directa de los padres.

-Con antelación calculada se preparaba la comida y la cena de la boda, ya que ambas correspondían a los actos programados. Las guisanderas y cocineras encargadas de la elaboración y servicio del ingente menú, eran familiares o personas allegadas a las familias de los novios que por aportación personal se ofrecían para que los gastos no fueran tan gravosos en su economía. Una vez conocido el número de invitados asistentes al enlace, se abastecían y proveían de víveres, todos de procedencia casera, como embutidos, pollos, gallos, gallinas, conejos, corderos, tostones, carne mechada, etc. etc. como platos fuertes y como primeros tipo sopas, paellas o legumbres y verduras de la huerta, no faltando los dulces como los ya descritos en otros apartados y nuestro riquísimo bollo maimón. Colesterol sin límites que ya se eliminaría en las fuertes labores agrícolas.

-Era costumbre ofrecer a los invitados no solamente la comida, sino también la cena como parte de la boda, por lo que las cocineras se tenían que emplear a fondo para cumplir los objetivos y que todo resultara del agrado de los exigentes comensales, para regocijo y contento de los novios y padres.

-El menú de la comida se componía de combinaciones de los productos antes descritos y el de la cena de alubias, menudillos, huevos hilados rellenos de bonito, pesca, etc. todo ello regado con profusión y abundancia de vino. Para la comida y la cena, se acondicionaban paneras u otros locales agrícolas, bien propios o cedidos altruistamente por algún benefactor vecino. Eran comidas pantagruélicas propias y adecuadas al clásico y célebre personaje de Rabelais y ¡aseguro! que en aquellos tiempos en Aldeaseca había grandes y destacados “comedores”,-dicho sin ánimo ofensivo ni peyorativo--, que semejaban competiciones gastronómicas, y que luego presumían y se vanagloriaba como una conquista de sus grandes panzadas y comilonas antes sus amistades.

-Sucedía en ocasiones que de manera subrepticia y clandestinamente, algún malvado y perverso comensal con aviesas y torcidas intenciones, en connivencia y confabulación con alguna cocinera, aprovechándose de la confusión que el jolgorio, griterío y barahúnda reinantes provocaban y la desbordada e irreflexiva alegría que la ocasión incitaba, echaban algún producto químico en la comida que, al ingerirla, producía reacciones físicas con agudas y desagradables indisposiciones intestinales entre los comensales, y cuando el aditivo hacía reacción, los afectados, como alma que lleva el diablo, abandonaban el comedor en posturas y descomposturas físicas nada elegantes, incómodas y ordinarias, sujetándose con las manos el dolorido vientre para aliviar los efectos ventrales con peligro inminente de parto público. Esta embarazosa situación y escatológica broma de anónimo personaje, conducta execrable, vituperable y condenable, eran, no obstante, celebradas y aprobadas con mucha hilaridad con sarcásticas y guasonas miradas de soslayo hacia el sufrido convidado.

-No existía, como hemos visto, los preocupantes problemas y dilemas de reserva anticipada del restaurante elegido para el banquete, que en ocasiones y en el mejor de los casos hay actualmente una demora de un año, situación inquietante para los novios en la organización y planificación del evento.

-Así mismo no había, programados por la dirección del restaurante con todo boato y estudiados movimientos y colocación estratégicos de novios y padrinos al son de la marcha nupcial de Félix Mendelssohn, -- ¡ay si levantara la cabeza y viera cómo han dejado su “Sueño de una noche de verano”--, no había como digo, recepciones o recibimientos ñoños y melindrosos, cargados de excesivo refinamiento y cursilería, sensibilidades y sensaciones dirigidas por los legítimos intereses empresariales, previo acuerdo con los recién casados ¡claro! y que todo ello revestía a la ceremonia de una gran brillantez y solemnidad. ¡qué emoción!

-De igual forma aún no había llegado en aquellos tiempos los pijoteros LUNCH previos al banquete, acto cuya práctica no se adapta a la definición de la palabreja. En aquellos tiempos existían a cargo de los padrinos, creo, los convites,-- palabra más bella y hermosa que “lunch”,-- previos a la comida nupcial e inmediatamente de la celebración de la ceremonia religiosa, a base de típicos y caseros bollos regados con vinos de la cosecha, gaseosa, refrescos, etc. y quiero recordar que en ellos también participaba como invitado el pueblo en general. Saludos.

¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (El sol brilla en días primaverales vallisoletanos