12º:- COBRAR LA “COSTUMBRE”
-Algunas de las manifestaciones que a continuación expongo por crearlas de interés y que trasplanto a la realidad del pueblo en aquel entonces y que muchos recordarán, están inspiradas y basadas, en pequeños y ligeros matices y detalles por su semejanza de conductas en él descritos, en el apasionante libro “Sangre, amor e interés” de Pilar Muñoz López.
-Hasta no hace mucho, bien entrado el siglo XX, España generalmente como en toda sociedad agraria, se caracterizaba por comunidades cerradas, no sólo desde el punto de vista geográfico sino social, cultural, etc. A la hora de elegir novio/novia primaba, como ya he comentado anteriormente, la endogamia. La endogamia geográfica derivaba, en ocasiones, en endogamia familiar, ya que se daban matrimonios entre familiares muy próximos, --parentesco de consanguinidad--, necesitando para ello solicitar una “dispensa papal”. Aunque esta situación no era frecuente por la creencia de que dichos matrimonios acostumbraban a ser poco felices o la prole resultaba muy degenerada.
-Creo que en otro momento he dicho que los matrimonios entre forasteros no eran frecuentes, por razones culturales y también económicas, por conocerse desde temprana edad y compartir ciertas afinidades, sobre todo la mujer, ya que lo habitual era que el nuevo matrimonio, salvo contadas excepciones, se instalara en el pueblo del marido, obligando a separar a la mujer de la familia y las amistades, ya que inmediatamente a la boda abandonaban el pueblo de la mujer. Existía cierto recelo u oculto temor a lo externo y desconocido y como recoge el dicho: “El que fuera va a casar, va engañando o va a engañar”, sentencia que no se ajusta a la realidad, sino más bien producto de esos infundados rechazo y suspicacia a lo extraño. Los mozos no aceptaban ni toleraban ese intrusismo, oponiéndose por la fuerza en algunas ocasiones por considerar amenazado su “derecho natural”, y “posesión” añadiría, al caudal o fondos comunes locales de las mujeres casaderas. Ello explica que en muchos lugares el novio forastero debía “pedir autorización o permiso” a los mozos del pueblo para poder visitar a su novia, obteniéndolo, sólo después, de “pagar la cantarada”, y que según localidades la denominación de esta costumbre variaba, llamándose “piso” o “patente”, “derechos de rotura” o compra de la novia”, que consiste en una comida o en un número determinado de jarros de vino, pagados lógicamente por el pretendiente como tributo o compensación por esa pérdida.
-En Aldeaseca esta circunstancia se llamaba “cobrar la costumbre”, y que consistía en la petición al pretendiente, a través de una delegación y representación del mocerío masculino popular, de una cantidad de dinero lo suficientemente generosa para que todo el conjunto de mozos de una determinada edad y preferiblemente solteros, tuvieran parte en el convite tributario, a modo de fielato de derechos amorosos. Ocurría en ocasiones, que el aspirante y novicio se citaba a una determinada hora en el bar con el grueso de las fuerzas moceriles, preferentemente cuando había dejado a su novia en casa e invitaba, sin necesidad de aportación dineraria, “a vino” sin límites y en abundancia para todos en sana, complaciente y amistosa camaradería, obteniendo de esta guisa la bula y la patente de protegido y aceptado en la comunidad. ¿Qué tiempo debía de transcurrir para llevar a la práctica esta norma? Generalmente cuando el pretendiente acompañaba, cortejaba y visitaba regularmente durante cuatro o cinco domingos seguidos a la misma dama. Si el presunto aspirante a los amores de la mujer, futura madre de sus retoños, se resistía a pagar el correspondiente y exigido canon para poder continuar con el romance, podría tener graves consecuencias para su integridad física y sus pertenencias o medios de locomoción,--por aquel entonces la bicicleta--, porque a la salida del pueblo, de regreso a su localidad, era esperado por grupos de mozos, amparados en la obscuridad y aprovechando su complicidad, se le conminaba con “suaves, delicados y convincentes razonamientos” al cumplimiento de lo exigido por las normas de la “costumbre”, advirtiéndole de la dureza de las penas y castigos para el próximo domingo, que el tribunal mocil impondría y aplicaría si no accedía a lo que dispone y requiere la “sacrosanta costumbre”.
-Ni que decir tiene, que si las intenciones del cortejador y las correspondencias amatorias de la pretendida iban más allá de un atractivo sexual pasajero y de tormentoso y ardoroso furor físico, sino más bien con pretensiones y aspiraciones sanas y nobles de emparejamiento para toda la eternidad, gustosamente, con agrado y complacencia, prodigalidad y distinción, el enamorado cumplía, como era habitual, con “la costumbre”, y si no había buenas intenciones o intereses, el visitador, con buen criterio, en evitación de males mayores, no volvía. La fábula y la conseja dicen que aquél que se negaba al cumplimiento de la estipulado por la ley de la “costumbre”, le lazaban al pilón de la fuente, le picaban las ruedas de la bicicleta o bien sufría daños físicos No tengo constancia de ningún caso en Aldeaseca donde se haya producido estos actos de violencia por este motivo, y si los ha habido los desconozco. Serias advertencias conminatorias, intimidaciones e “invitaciones” al pretendiente a cumplir con “la costumbre”, posiblemente había, ¡no me cabe duda!, pero no más allá de acaloradas discusiones.
-Sí recuerdo un caso muy comentado en su día por la gravedad de los hechos y, que resumidos, en el que estuvieron únicamente implicados los mozos y no el pagador, de esta manera sucedieron: A una dama del pueblo la cortejaba un mozo procedente de otra localidad, --cuyo nombre ahora no recuerdo--, y no viene al caso. Cuando las fuerzas vivas juveniles del pueblo creyeron que la pareja llevaba el tiempo suficiente de relaciones y que éstas se consolidaban y adquirían consistencia y firmeza, era ya llegado el momento propicio para que el galán cumpliera con las obligaciones de “pagar las costumbre”. A él acudieron para que procediera con su deber, y sin ningún reparo ni regateo a las exigencias, entregó una holgada y generosa cantidad de dinero a un grupo de mozos como prueba de su amor a su adorada “prenda”. Una vez con el botín en el bolso, sin demora ni dilación, acudieron al bar y con un inmoderado y exagerado egoísmo y sin consentimiento del resto de los mozos que en esos momentos no se encontraban en el pueblo, gastaron el dinero. El resto de los mozos que no participaron en los bacanales festejos por ausencia, criticaron ácidamente la actitud y conducta del grupito, reclamando con increpaciones y exabruptos su parte y ante la negativa de los escrupulosamente aprovechados, se retaron y enzarzaron en peleas y riñas y que en el transcurso de la noche, alguno subrepticiamente y oculto en la noche obscura detrás de una esquina, sacó la navaja a relucir hiriendo a su adversario, lo cual acarreó la consiguiente alarma vecinal y peticiones de venganza, sin obviar los correspondientes procedimientos legales.
Saludos
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Con tiempo frío, bajando de los 0º C.)
-Algunas de las manifestaciones que a continuación expongo por crearlas de interés y que trasplanto a la realidad del pueblo en aquel entonces y que muchos recordarán, están inspiradas y basadas, en pequeños y ligeros matices y detalles por su semejanza de conductas en él descritos, en el apasionante libro “Sangre, amor e interés” de Pilar Muñoz López.
-Hasta no hace mucho, bien entrado el siglo XX, España generalmente como en toda sociedad agraria, se caracterizaba por comunidades cerradas, no sólo desde el punto de vista geográfico sino social, cultural, etc. A la hora de elegir novio/novia primaba, como ya he comentado anteriormente, la endogamia. La endogamia geográfica derivaba, en ocasiones, en endogamia familiar, ya que se daban matrimonios entre familiares muy próximos, --parentesco de consanguinidad--, necesitando para ello solicitar una “dispensa papal”. Aunque esta situación no era frecuente por la creencia de que dichos matrimonios acostumbraban a ser poco felices o la prole resultaba muy degenerada.
-Creo que en otro momento he dicho que los matrimonios entre forasteros no eran frecuentes, por razones culturales y también económicas, por conocerse desde temprana edad y compartir ciertas afinidades, sobre todo la mujer, ya que lo habitual era que el nuevo matrimonio, salvo contadas excepciones, se instalara en el pueblo del marido, obligando a separar a la mujer de la familia y las amistades, ya que inmediatamente a la boda abandonaban el pueblo de la mujer. Existía cierto recelo u oculto temor a lo externo y desconocido y como recoge el dicho: “El que fuera va a casar, va engañando o va a engañar”, sentencia que no se ajusta a la realidad, sino más bien producto de esos infundados rechazo y suspicacia a lo extraño. Los mozos no aceptaban ni toleraban ese intrusismo, oponiéndose por la fuerza en algunas ocasiones por considerar amenazado su “derecho natural”, y “posesión” añadiría, al caudal o fondos comunes locales de las mujeres casaderas. Ello explica que en muchos lugares el novio forastero debía “pedir autorización o permiso” a los mozos del pueblo para poder visitar a su novia, obteniéndolo, sólo después, de “pagar la cantarada”, y que según localidades la denominación de esta costumbre variaba, llamándose “piso” o “patente”, “derechos de rotura” o compra de la novia”, que consiste en una comida o en un número determinado de jarros de vino, pagados lógicamente por el pretendiente como tributo o compensación por esa pérdida.
-En Aldeaseca esta circunstancia se llamaba “cobrar la costumbre”, y que consistía en la petición al pretendiente, a través de una delegación y representación del mocerío masculino popular, de una cantidad de dinero lo suficientemente generosa para que todo el conjunto de mozos de una determinada edad y preferiblemente solteros, tuvieran parte en el convite tributario, a modo de fielato de derechos amorosos. Ocurría en ocasiones, que el aspirante y novicio se citaba a una determinada hora en el bar con el grueso de las fuerzas moceriles, preferentemente cuando había dejado a su novia en casa e invitaba, sin necesidad de aportación dineraria, “a vino” sin límites y en abundancia para todos en sana, complaciente y amistosa camaradería, obteniendo de esta guisa la bula y la patente de protegido y aceptado en la comunidad. ¿Qué tiempo debía de transcurrir para llevar a la práctica esta norma? Generalmente cuando el pretendiente acompañaba, cortejaba y visitaba regularmente durante cuatro o cinco domingos seguidos a la misma dama. Si el presunto aspirante a los amores de la mujer, futura madre de sus retoños, se resistía a pagar el correspondiente y exigido canon para poder continuar con el romance, podría tener graves consecuencias para su integridad física y sus pertenencias o medios de locomoción,--por aquel entonces la bicicleta--, porque a la salida del pueblo, de regreso a su localidad, era esperado por grupos de mozos, amparados en la obscuridad y aprovechando su complicidad, se le conminaba con “suaves, delicados y convincentes razonamientos” al cumplimiento de lo exigido por las normas de la “costumbre”, advirtiéndole de la dureza de las penas y castigos para el próximo domingo, que el tribunal mocil impondría y aplicaría si no accedía a lo que dispone y requiere la “sacrosanta costumbre”.
-Ni que decir tiene, que si las intenciones del cortejador y las correspondencias amatorias de la pretendida iban más allá de un atractivo sexual pasajero y de tormentoso y ardoroso furor físico, sino más bien con pretensiones y aspiraciones sanas y nobles de emparejamiento para toda la eternidad, gustosamente, con agrado y complacencia, prodigalidad y distinción, el enamorado cumplía, como era habitual, con “la costumbre”, y si no había buenas intenciones o intereses, el visitador, con buen criterio, en evitación de males mayores, no volvía. La fábula y la conseja dicen que aquél que se negaba al cumplimiento de la estipulado por la ley de la “costumbre”, le lazaban al pilón de la fuente, le picaban las ruedas de la bicicleta o bien sufría daños físicos No tengo constancia de ningún caso en Aldeaseca donde se haya producido estos actos de violencia por este motivo, y si los ha habido los desconozco. Serias advertencias conminatorias, intimidaciones e “invitaciones” al pretendiente a cumplir con “la costumbre”, posiblemente había, ¡no me cabe duda!, pero no más allá de acaloradas discusiones.
-Sí recuerdo un caso muy comentado en su día por la gravedad de los hechos y, que resumidos, en el que estuvieron únicamente implicados los mozos y no el pagador, de esta manera sucedieron: A una dama del pueblo la cortejaba un mozo procedente de otra localidad, --cuyo nombre ahora no recuerdo--, y no viene al caso. Cuando las fuerzas vivas juveniles del pueblo creyeron que la pareja llevaba el tiempo suficiente de relaciones y que éstas se consolidaban y adquirían consistencia y firmeza, era ya llegado el momento propicio para que el galán cumpliera con las obligaciones de “pagar las costumbre”. A él acudieron para que procediera con su deber, y sin ningún reparo ni regateo a las exigencias, entregó una holgada y generosa cantidad de dinero a un grupo de mozos como prueba de su amor a su adorada “prenda”. Una vez con el botín en el bolso, sin demora ni dilación, acudieron al bar y con un inmoderado y exagerado egoísmo y sin consentimiento del resto de los mozos que en esos momentos no se encontraban en el pueblo, gastaron el dinero. El resto de los mozos que no participaron en los bacanales festejos por ausencia, criticaron ácidamente la actitud y conducta del grupito, reclamando con increpaciones y exabruptos su parte y ante la negativa de los escrupulosamente aprovechados, se retaron y enzarzaron en peleas y riñas y que en el transcurso de la noche, alguno subrepticiamente y oculto en la noche obscura detrás de una esquina, sacó la navaja a relucir hiriendo a su adversario, lo cual acarreó la consiguiente alarma vecinal y peticiones de venganza, sin obviar los correspondientes procedimientos legales.
Saludos
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Con tiempo frío, bajando de los 0º C.)