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ALDEASECA DE LA FRONTERA: VIVENCIAS DE LA INFANCIA...

VIVENCIAS DE LA INFANCIA
Existe una falsa y errónea creencia muy generalizada y extendida en ambientes de ciudad o de grandes urbes, que he deducido de percepciones personales a través de manifestaciones expresadas al respecto, que la vida y existencia rurales de sus moradores en general y de nuestra infancia o juventud en particular, transcurría o se desarrollaba monótona, aburrida, tediosa, abúlica. Sin alegrías ni satisfacciones, habitando un submundo alejado de la civilización, exento de virtudes, inquietudes y ambiciones personales que nos anclaban y paralizaban en una cultura atávica, arcaica y retrógrada. Así mismo, cierta clase de literatura y cinematografía, entre otros medios, han contribuido a su divulgación, propagación y difusión, retratando miserias, penurias y tristezas, ridiculizando, por faltos de tacto, actos y comportamientos de sus moradores, de zafios y toscos en sus modales y expresiones, de groseros y ordinarios en sus modales, situaciones que sirvieron para calificarlos,-yo diría descalificarlos,-y ridiculizarlos acremente de paletos, catetos y tontos pueblerinos, como protagonistas de sus satíricas e hirientes comedias y películas sin fijarse en otras manifestaciones, y obviando valores y reconocimientos de muchas facultades, aptitudes y virtudes de todos conocidas, que poseían y poseen la gente del mundo rural, así como la verdadera y real existencia y convivencia de una sociedad rural y comunitaria en su sentido más amplio del significado. Tristemente, esa irreal imagen se transmitió, para gozo y disfrute de un “avanzado”, “adelantado” y “progresado” mundo, y que determinó, equivocadamente, como rasgos, peculiaridades y características definidores del mundo rural en general y que, desgraciadamente, en alguna mente malhadada, aún perduran estos pensamientos en evidente retroceso por los movimientos y cambios sociales. En infinidad de ocasiones, es justo reconocer, que los injustificados motivos y causas que producían esas ridículas e indignas burlas, eran aplaudidas, reídas y celebradas por algún burlado, sin mostrar una rebelión a semejante agravio y ofensa.
Nuestro mundo infantil, estaba reducido y limitado, no de manera absoluta y total, a la existencia y convivencia que marcaban las lindes territoriales y geográficas, traspasando esos límites cuando las circunstancias, necesidades y momentos así lo requerían. Nuestras necesidades primarias como la sanidad preventiva, educación y escolarización, asistencia religiosa y manutención, etc. estaban cubiertas y fijadas en el mismo núcleo, con independencia de la calidad, importancia y condición de las mismas y que de ello habría que debatir largo y tendido.
Estábamos inmersos e integrados en una sociedad participativa y activa de cuantos acontecimientos y eventos sucedían en el pueblo, ya felices y venturosos, como bodas, nacimientos, fiestas patronales, etc., ya desgraciados, tristes y funestos, como enfermedades, defunciones, etc. Éramos de manera tácita y silenciosa los indirectos invitados. Algún cercano día comentaremos estas invitaciones. Practicábamos actividades de ocio y deportivas (-las actividades educativas y escolares se dan por sentado y por supuesto-), con reglas establecidas consuetudinariamente, transmitidas de generación en generación y fielmente respetadas, como el GUA, A CIVILES Y LADRONES, ALAS CINCO en el frontón, AL BURRO, A LA PEONZA O PEÓN, AL ESCONDITE, LA CHIRUMBA, AL HINQUE O JINQUE, A LOS SANTOS, A LA CADENETA, A LA GALLINA CIEGA, etc., etc.,
Celebrada era igualmente la llegada, en épocas vacacionales, de “ilustres y notables” chavales procedentes de “otros cultivados mundos” que, acompañados de sus padres, nacidos u originarios del pueblo, disfrutaban de sus días en él. Existía por aquel entonces en la cultura rural, una costumbre o hábito sin fundamento, quizá transmitida y heredada de nuestros ancestros, de idolatrar y reverenciar, como un acto de consentidos y aceptados agasajos y muestras de afecto al foráneo, como supuesto portador de conocimientos imposibles, fabulosos y míticos (por lo de la procedencia capitalina), por sus maneras y comportamientos refinados y sofisticados, carentes, según nuestra apreciación, de la naturalidad propia del lugareño. Claro que esa deificación se desmoronaba, se derrumbaba gratamente, cuando el forastero ciudadano de ciudad, se introducía en nuestro ambiente y le atacaban serias dificultades para adaptarse a nuestros juegos y vivencias e inmediatamente le bajamos del pedestal como ídolo de barro. Al finalizar sus vacaciones, cuando la hora de la marcha era llegada, afloraban y emanaban de nuestros sentimientos infantiles, esas inevitables e ineludibles emociones naturales, limpias de intereses, sin distinción de lugares ni categorías, rendidos, ganados y abatidos por el noble sentido de la amistad, que aún hoy día, en muchos perdura. Cualquier hecho, situación y acontecimiento en el pueblo por nimio e insignificante que fuese, se le revestía de gran importancia y ello era motivo suficiente para un debate o reunión, bien en la plaza o bien en grupos vecinales, o excusa para un descanso del quehacer doméstico o agrícola. La llegada de un vendedor ambulante anunciando a grandes voces su mercancía, CASTAÑUELAS con su baratillo en la plaza, LAUREANO el fresquero ofreciendo sus pescados, el botijero con su cansino burro portando sus vasijas. Acontecimientos más notables como la fiesta de San Isidro y la puesta del MAYO, tristemente desaparecida, los Carnavales, que en aquella época eran celebrados en el pueblo, las Aguederas, la fiestas de los Quintos, la “Gitaná”, las fiestas de San Antón con la bendición de los animales y sus postreras exhibiciones de mulas, caballos y burros engalanados y enjaezados, las matanzas, Semana Santa, Navidades. Un sinfín de acontecimientos para reparar y recuperar energías y fuerzas gastadas en las duras y trabajosas labores agrícolas, ganaderas y caseras y para goce y disfrute así mismo, de los infantiles deseos. Todo ello se vivía con plenitud, con deleite y fruición sin desperdiciar ni un segundo festivo.
Hay hechos muy relevantes y sobresalientes que denotan nobleza, dignidad, integridad, así como una alta calidad y responsabilidad humana y un canto a la confianza y seguridad entre la gente del pueblo y que son: Existía la sagrada y santa costumbre, cuando un vecino salía de su casa a realizar alguna gestión dentro del pueblo, de dejar la puerta abierta de su vivienda, con la plena seguridad de que nadie del pueblo le iba a robar. Y si cualquier vecino tenía necesidad de acudir a solicitar algún servicio del propietario de esa casa abierta, entraba reclamando la presencia del dueño con un ¿QUIÉN VIVE? ¿HAY ALGUIEN?, y si no recibía respuesta, abandonaba la casa. Cuando en la época veraniega de la siega y de la recolección de la mies, si algún agricultor andaba apurado o tardío en su siega y ello le producía pérdidas y mermas en su producción, siempre había otro agricultor que ofrecía su cuadrilla para ayudar y acelerar su siega y conseguir los objetivos. Si una tormenta amenazaba con impedir la trilla o recogida de la parva con las previsibles y fatídicas consecuencias, ya estaba presto y solidario, con sus mulas y trillos el vecino de era para la feliz trilla y recogida de la jornada. Todo ello, con independencia de las rencillas y hostilidades, todas superables, que se pudieran producir del trato cotidiano, inherente de una sociedad en vivencias comunitarias. Un sinfín de acontecimientos para reparar y recuperar energías y fuerzas gastadas en las duras y trabajosas labores agrícolas, ganaderas y caseras y para goce y disfrute así mismo, de los infantiles deseos. Todo ello se vivía con plenitud, con deleite y fruición sin desperdiciar ni un segundo festivo. Hay comportamientos y conductas que he vivido y presenciado en el pueblo, y que por mi inmadurez infantil de raciocinio y discernimiento no supe valorar y reconocer en su momento, y ya en el transcurso del tiempo, la experiencia y la práctica de la edad que proporciona conocimientos por circunstancias y situaciones vividas, que no la sabiduría, me ha dado capacidad de enjuiciar aquellos maravillosos y admirables hechos, y que aun hoy día, en la época de loas y alabanzas de la solidaridad y colaboración humanas, a la vez que una sociedad egoísta, individual y despersonalizada, excesivamente interesada en sus bienes, me pregunto con reticencia y reserva, si seríamos capaces de practicar aquellos actos. La vida en los pueblos era y sigue siendo, solidaria, participativa, comunitaria. Creo con firmeza que nuestra infancia ha sido y ha tenido grandes momentos y vivencias alegres, felices y divertidos y otros apenados y tristes, dominando más los primeros que los segundos, porque ¿puede un niño ser infeliz? ¡Ah! Eso sí. Al toque de oración, todos a casita. Esos momentos y situaciones pasados en nuestra pequeña y reducida sociedad, han sido provechosos, fructíferos y enriquecedores para la formación de nuestra infantil persona, en tránsito para otras responsables, sesudas y serias etapas humanas. Pero ¿qué ocurría cuando los acontecimientos que sucedían en el pueblo sobrepasaban la humano y transcendía a lo sobrenatural y prodigioso, como el milagro sucedido hace años? Lo contaré en otra ocasión. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid