CONTINUACIÓN (9)
El papel del juego en el desarrollo afectivo-emocional
Desde la perspectiva del desarrollo afectivo-emocional, el juego es un escenario perfecto para que el niño exteriorice sus emociones. Es una actividad divertida, que le proporciona placer, satisfacción y alegría de vivir; que estimula su seguridad y confianza, que incrementa su autoestima, que contribuye a su bienestar emocional, y que le permite expresarse de forma libre y sin consecuencias.
Mediante el juego, el niño saca a flote todas sus energías positivas, descarga tensiones, se libera, se equilibra a nivel emocional, se hace mas resiliente, asimila y reelabora experiencias difíciles, controla la ansiedad y aprende a resolver conflictos…
El juego también permite al niño expresar de forma simbólica su agresividad y su sexualidad, y facilita, igualmente, un proceso progresivo de identificación psicosexual.
Los juegos simbólicos, de dramatización y de roles, permiten exteriorizar todo tipo de sentimientos y emociones, desempeñando una función catártica, liberadora, compensatoria, de desahogo. Jugando, el niño puede amar, dominar, construir o destruir. Hay juegos que despiertan cariño, bondad, ternura y afecto, otros permiten expresar el miedo, el enfado, la ira, la tristeza, la satisfacción, la alegría, el orgullo…, o contribuyen a paliar carencias, frustraciones y traumas, o a que el niño se libere de sus fantasmas. Los juegos motores y los de ensamblaje de piezas pueden fomentar la autosuperación y la autoestima. Los de reglas favorecen la empatía, la liberación del egocentrismo y el control y manejo de la agresividad. Los cooperativos, disminuyen, como ya hemos señalado, las conductas negativas, incrementado los comportamientos prosociales, las habilidades sociales y la asertividad. A su vez, los juegos de mesa, como las damas, el parchís o el dominó, así como todos aquellos que faciliten la comunicación social y el contacto afectivo con los demás, contribuyen a incrementar la inteligencia interpersonal de los niños, mientras que aquellos otros juegos que favorecen la introspección y la concentración, como es el caso de los juegos con témperas o plastilina, los calidoscopios, los videojuegos o los juguetes electrónicos de utlización individual, contribuyen a desarrollar la inteligencia intrapersonal.
En realidad, toda la actividad lúdica estimula en el niño la alegría de vivir, proporcionándole estados de bienestar subjetivo, de felicidad. Mientras tanto, la ausencia de juego genera en el niño todo tipo de problemas cognitivos, sociales y emocionales. Por ello es necesario potenciarlo, y no sólo por su capacidad para fortalecer la personalidad del niño y para estimular su desarrollo, sino también por sus posibilidades preventivas y terapéuticas.
El papel del juego en el desarrollo afectivo-emocional
Desde la perspectiva del desarrollo afectivo-emocional, el juego es un escenario perfecto para que el niño exteriorice sus emociones. Es una actividad divertida, que le proporciona placer, satisfacción y alegría de vivir; que estimula su seguridad y confianza, que incrementa su autoestima, que contribuye a su bienestar emocional, y que le permite expresarse de forma libre y sin consecuencias.
Mediante el juego, el niño saca a flote todas sus energías positivas, descarga tensiones, se libera, se equilibra a nivel emocional, se hace mas resiliente, asimila y reelabora experiencias difíciles, controla la ansiedad y aprende a resolver conflictos…
El juego también permite al niño expresar de forma simbólica su agresividad y su sexualidad, y facilita, igualmente, un proceso progresivo de identificación psicosexual.
Los juegos simbólicos, de dramatización y de roles, permiten exteriorizar todo tipo de sentimientos y emociones, desempeñando una función catártica, liberadora, compensatoria, de desahogo. Jugando, el niño puede amar, dominar, construir o destruir. Hay juegos que despiertan cariño, bondad, ternura y afecto, otros permiten expresar el miedo, el enfado, la ira, la tristeza, la satisfacción, la alegría, el orgullo…, o contribuyen a paliar carencias, frustraciones y traumas, o a que el niño se libere de sus fantasmas. Los juegos motores y los de ensamblaje de piezas pueden fomentar la autosuperación y la autoestima. Los de reglas favorecen la empatía, la liberación del egocentrismo y el control y manejo de la agresividad. Los cooperativos, disminuyen, como ya hemos señalado, las conductas negativas, incrementado los comportamientos prosociales, las habilidades sociales y la asertividad. A su vez, los juegos de mesa, como las damas, el parchís o el dominó, así como todos aquellos que faciliten la comunicación social y el contacto afectivo con los demás, contribuyen a incrementar la inteligencia interpersonal de los niños, mientras que aquellos otros juegos que favorecen la introspección y la concentración, como es el caso de los juegos con témperas o plastilina, los calidoscopios, los videojuegos o los juguetes electrónicos de utlización individual, contribuyen a desarrollar la inteligencia intrapersonal.
En realidad, toda la actividad lúdica estimula en el niño la alegría de vivir, proporcionándole estados de bienestar subjetivo, de felicidad. Mientras tanto, la ausencia de juego genera en el niño todo tipo de problemas cognitivos, sociales y emocionales. Por ello es necesario potenciarlo, y no sólo por su capacidad para fortalecer la personalidad del niño y para estimular su desarrollo, sino también por sus posibilidades preventivas y terapéuticas.