MÁS JUEGOS DE MI INFANCIA
Siguiendo con la serie descriptiva de los juegos de mi infancia, deseo a la vez satisfacer y complacer el interés de Roberto, dentro de mis posibilidades memorísticas, con el relato, entre otros, del juego de “LOS SANTOS”, pidiendo, así mismo, a quien pudiera aportar más información al respecto o corregir inexactitudes o errores, que lo lleva a cabo.
A LA VINAGRE:- El juego lo promueven dos organizadores contrincantes y competidores entre sí, escogiendo cada uno ellos su equipo por un sistema de elección muy singular y peculiar, y que consiste en: Cada uno de los organizadores se colocan de frente a una distancia aproximada de 3 ó 4 metros y van avanzando uno hacia el otro, anteponiendo alternativamente cada uno sus propios pies, como si de agrimensores pedestres se tratara, hasta que al encuentro, uno monta su pie encima de su oponente y que es quien tiene la facultad de seleccionar y elegir su equipo, quedando el resto para el perdedor, que será quien se “quede”. Los equipos están constituidos por un número no determinado de participantes que podrían ser 6 ó 7 jugadores.
El equipo que se “queda”, va conformando su posición en forma de “burro”, es decir, el primer miembro apoya su cabeza en la pared, con la espalda paralela al suelo y los pies firmemente asentados en el suelo, formando, más o menos, un ángulo recto, colocando el siguiente jugador su cabeza en los glúteos, culo o trasero del anterior, formando la misma figura, y así hasta completar el equipo una figura de “burro”. A la voz de A LA VINAGRE, el primer competidor del equipo contrario, tras tomar carrera, da un atlético salto, que impulsado por el apoyo de sus manos en el “burro”, se coloca en la parte más delantera posible del mismo, para dejar espacio al siguiente saltador. Una vez completada la serie de brincos y colocaciones, presumiblemente óptimas, los que están a la grupa del “ burro” se mantienen en él, hasta que éste se derrenga por el constante peso y agobiante carga y, por ende, pierde el juego y vuelve a “quedarse”.
Así mismo puede suceder que alguno de los jinetes cayera de la montura por mala colocación o por movimientos deshonestos e intencionados del “burro”, provocadores de caídas,--circunstancia fuera de norma--, o apoyaran un pie en el suelo”, éstos serían los perdedores y se “quedarían”. La situación podía durar tiempo, hasta que el cansancio físico doblegara las fuerzas del “burro” o los jinetes se fueran deslizando lentamente, y ¡vuelta a empezar!
LOS SANTOS:- Los medios y útiles para la práctica de este juego, eran simplemente las dos tapas o caras cortadas del envase, –“santos”--, que formaban las cajas de cerillas utilizadas en aquel tiempo. Una de las distintas y diferentes caras que configuraban los envases, era la figura de una cerilla encendida, con aureola amarillenta, que llamábamos “La caraba" y tenía doble valor que el resto de las caras y, por consiguiente, la más ansiada, cotizada y deseada, con independencia de las distintas figuras representadas en otras tapas. El juego generalmente, era individual.
Se dibujaba en el suelo, marcando los lados con relativa profundidad para que no se borrasen por el uso, un triángulo por su configuración, equilátero. A ±3 metros de distancia del triángulo, se marcaba un línea limitada en sus extremos, tipo segmento, a la que se llamaba “pate”. En los vértices, laterales y centro del triángulo se situaban el número de “santos”, que, previo acuerdo de los contendientes, se jugaban. Cada jugador disponía de una pieza, básicamente de goma y casi siempre procedente de tacón de zapato o similar, diligente y esmeradamente preparada para obtener el mejor uso y más eficaz rendimiento, y que era parte fundamental y esencial para el desarrollo del juego. Cada contendiente, con un pie en el lado de la base del triángulo, lanzaba, con profunda concentración y sereno pulso, la pieza al “pate” para arrimarla lo más cercano a la raya del “pate –había quien la colocaba en el centro mismo, ¡qué tíos!--, que según la aproximación de la goma al “pate” se determinada y establecía el orden, turno y sucesión de salida y tirada de los jugadores.
Establecidas estas premisas, se iniciaba el juego con el primer clasificado, que desde el “pate”, lanzaba con fuerza y preciso tino su pieza al triángulo para, con ella, sacar del recinto del triángulo la mayor cantidad de santos posibles, y que eran los que en esa tirada ganaba, continuando la serie de tiradas según turnos ya establecidos, hasta que no queda ningún “santo” en el triángulo. Se iniciaba, con consenso de todos los participantes y si así lo consideraban y estimaban oportuno, una nueva partida, llegando muchos a situaciones críticas e insostenibles de fondos para continuar, perdiendo todo su santoral caudal, que les obligaba a retirarse del juego, quedando como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.
Era muy curioso y llamativo por su singularidad, ver con cierta frecuencia a algunos chicos, portando una cantidad ingente y abundante de “santos, --agujereados por el centro--, ensartados como perlas en una cuerda, en un acto de altiva, arrogante y orgullosa exhibición de trofeos conquistados, como una implícita, tácita y velada actitud de intimidación, amedrentadora y retadora a la vez, que produjera desaliento y excitación nerviosa y falta de concentración en el juego a posibles contrincantes, ante la visión de esas armas de poder y dominio. Hasta la próxima. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Tiempo bonancible y soleado)
Siguiendo con la serie descriptiva de los juegos de mi infancia, deseo a la vez satisfacer y complacer el interés de Roberto, dentro de mis posibilidades memorísticas, con el relato, entre otros, del juego de “LOS SANTOS”, pidiendo, así mismo, a quien pudiera aportar más información al respecto o corregir inexactitudes o errores, que lo lleva a cabo.
A LA VINAGRE:- El juego lo promueven dos organizadores contrincantes y competidores entre sí, escogiendo cada uno ellos su equipo por un sistema de elección muy singular y peculiar, y que consiste en: Cada uno de los organizadores se colocan de frente a una distancia aproximada de 3 ó 4 metros y van avanzando uno hacia el otro, anteponiendo alternativamente cada uno sus propios pies, como si de agrimensores pedestres se tratara, hasta que al encuentro, uno monta su pie encima de su oponente y que es quien tiene la facultad de seleccionar y elegir su equipo, quedando el resto para el perdedor, que será quien se “quede”. Los equipos están constituidos por un número no determinado de participantes que podrían ser 6 ó 7 jugadores.
El equipo que se “queda”, va conformando su posición en forma de “burro”, es decir, el primer miembro apoya su cabeza en la pared, con la espalda paralela al suelo y los pies firmemente asentados en el suelo, formando, más o menos, un ángulo recto, colocando el siguiente jugador su cabeza en los glúteos, culo o trasero del anterior, formando la misma figura, y así hasta completar el equipo una figura de “burro”. A la voz de A LA VINAGRE, el primer competidor del equipo contrario, tras tomar carrera, da un atlético salto, que impulsado por el apoyo de sus manos en el “burro”, se coloca en la parte más delantera posible del mismo, para dejar espacio al siguiente saltador. Una vez completada la serie de brincos y colocaciones, presumiblemente óptimas, los que están a la grupa del “ burro” se mantienen en él, hasta que éste se derrenga por el constante peso y agobiante carga y, por ende, pierde el juego y vuelve a “quedarse”.
Así mismo puede suceder que alguno de los jinetes cayera de la montura por mala colocación o por movimientos deshonestos e intencionados del “burro”, provocadores de caídas,--circunstancia fuera de norma--, o apoyaran un pie en el suelo”, éstos serían los perdedores y se “quedarían”. La situación podía durar tiempo, hasta que el cansancio físico doblegara las fuerzas del “burro” o los jinetes se fueran deslizando lentamente, y ¡vuelta a empezar!
LOS SANTOS:- Los medios y útiles para la práctica de este juego, eran simplemente las dos tapas o caras cortadas del envase, –“santos”--, que formaban las cajas de cerillas utilizadas en aquel tiempo. Una de las distintas y diferentes caras que configuraban los envases, era la figura de una cerilla encendida, con aureola amarillenta, que llamábamos “La caraba" y tenía doble valor que el resto de las caras y, por consiguiente, la más ansiada, cotizada y deseada, con independencia de las distintas figuras representadas en otras tapas. El juego generalmente, era individual.
Se dibujaba en el suelo, marcando los lados con relativa profundidad para que no se borrasen por el uso, un triángulo por su configuración, equilátero. A ±3 metros de distancia del triángulo, se marcaba un línea limitada en sus extremos, tipo segmento, a la que se llamaba “pate”. En los vértices, laterales y centro del triángulo se situaban el número de “santos”, que, previo acuerdo de los contendientes, se jugaban. Cada jugador disponía de una pieza, básicamente de goma y casi siempre procedente de tacón de zapato o similar, diligente y esmeradamente preparada para obtener el mejor uso y más eficaz rendimiento, y que era parte fundamental y esencial para el desarrollo del juego. Cada contendiente, con un pie en el lado de la base del triángulo, lanzaba, con profunda concentración y sereno pulso, la pieza al “pate” para arrimarla lo más cercano a la raya del “pate –había quien la colocaba en el centro mismo, ¡qué tíos!--, que según la aproximación de la goma al “pate” se determinada y establecía el orden, turno y sucesión de salida y tirada de los jugadores.
Establecidas estas premisas, se iniciaba el juego con el primer clasificado, que desde el “pate”, lanzaba con fuerza y preciso tino su pieza al triángulo para, con ella, sacar del recinto del triángulo la mayor cantidad de santos posibles, y que eran los que en esa tirada ganaba, continuando la serie de tiradas según turnos ya establecidos, hasta que no queda ningún “santo” en el triángulo. Se iniciaba, con consenso de todos los participantes y si así lo consideraban y estimaban oportuno, una nueva partida, llegando muchos a situaciones críticas e insostenibles de fondos para continuar, perdiendo todo su santoral caudal, que les obligaba a retirarse del juego, quedando como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.
Era muy curioso y llamativo por su singularidad, ver con cierta frecuencia a algunos chicos, portando una cantidad ingente y abundante de “santos, --agujereados por el centro--, ensartados como perlas en una cuerda, en un acto de altiva, arrogante y orgullosa exhibición de trofeos conquistados, como una implícita, tácita y velada actitud de intimidación, amedrentadora y retadora a la vez, que produjera desaliento y excitación nerviosa y falta de concentración en el juego a posibles contrincantes, ante la visión de esas armas de poder y dominio. Hasta la próxima. Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Valladolid (Tiempo bonancible y soleado)