OTROS JUEGOS DE MI INFANCIA
A LA LUZ:- Para el desarrollo de este juego, no se requería más que potencial humano, formando dos equipos, cuya composición de miembros solía ser de 6 ó 7, e incluso podría ser, según el contingente de asistencia y deseos de jugar, mayor el número. Uno de los dos equipos, previo sorteo y selección semejante al empleado en el juego de “LA VINAGRE” --en anterior escrito relatado--, se “quedaba”, formando todos sus componentes un círculo agarrados de la mano, excepto uno que hará de atento y precavido vigilante. A la voz de “HAY LUZ”, daba comienzo el juego, donde el equipo contrario, estratégicamente situado y prudentemente alejado del círculo humano, tenía que montarse, con artimañas, amagos y retos, ademanes e intentos provocativos, maniobras falsas y eficaces trucos y emboscadas, a las espaldas de cualquiera de los componentes de la rueda humana, eludiendo la estrecha custodia del vigilante. Este tenía la misión, con ingenio y perspicacia posibles, de evitar la acción para que nadie lograra cumplir y conseguir su objetivo, bien persiguiendo a un oponente, al que, atenta, minuciosa y detalladamente estudiaba y media las posibilidades de darle alcance, mientras el resto aprovechaba el descuido provocado estratégicamente por el equipo, para subirse a las espaldas de los componentes del círculo. No muy lejos del círculo humano, se marcaba en el suelo una zona de protección y de salvación donde el perseguido se salvaba del perseguidor si lograba introducirse en él antes de ser pillado. Mas si esta circunstancia se producía, el equipo contrario perdía y le correspondía “quedarse”. Así mismo se producía pérdida del lance si uno de los subidos a las espaldas contrarias se caía por deslizamiento u otros motivos, o bien por apoyar un pie en el suelo, pero siempre era obligación, porque lo dictaban las reglas, ser tocado o agarrado por el correspondiente vigilante. Si no se producía ningún requisito o condición de la naturaleza antes reseñada, se “quedaba” de nuevo el mismo equipo.
LAS CHOCHAS:- Era una juego simple, sencillo y sin ninguna complicación, monótono y sin variedad competitiva, que no requería más habilidades y virtudes que la puntería. Los medios para su práctica eran un hoyo en el suelo, semejando al gua, y huesos,--chochos en Salamanca--, de aceitunas, que podían ser éstas tamaño pequeño de las variedades “negra y manzanilla de color verde”, o de tamaño grande de los tipos “barranqueña y de “la reina”, ambas igualmente verdes. A cada variedad tito o “chocho”, se la designaba un valor, teniendo las de menor volumen la unidad y las de mayor tamaño el doble. Desde el hoyo al “pate”,--lugar de lanzamiento ya descrito en otros juegos--, había una distancia aproximada de 3 ó 4 metros. Para iniciar el juego, se sorteaba el orden y turno de tiradas, y a continuación, cada jugador introducía en el hoyo, tanto número de “chochos” como se determinaba por acuerdo. Establecidos estos requisitos y cláusulas, comenzaba el primero en orden a lanzar “un chocho”, afinando el tino y puntería, con la finalidad y naturaleza del juego de meterlo en el hoyo al primer intento y ganarse, de esta manera, todas las “chochas” existentes en él. Si el “chocho” no entraba, el lanzador lo introducía sin más pretensiones, de forma obligatoria, en el agujero, para así aumentar la cantidad a jugar. Juego desapasionado, con algún inconveniente y contrariedades de utilidad higiénica: El suministro de “chochos” procedía, una vez descarnada su sabrosa parte mollar por el desconocido y anónimo catador, ¡que vaya Vd. a saber!, procedía de los bares y los consumos caseros y… de ¡algún que otro muladar! Eso sí, aquí se empleaban todas las normas de seguridad e higiene establecidas por ley ¡que conste! Como el contacto con la tierra era constante,--en aquellos tiempos las calles no estaban pavimentadas--, entre la tintura de los “chochos” y la tierra en ocasiones húmeda, nos poníamos las manos empercudidas, llenas de suciedad negruzca y ¡claro! había que entrar en la escuela de esta guisa. Don Vicente, nuestro maestro, al ver, en una rápida inspección higiénica, nuestro lamentable y relevante estado “guarrindongo”y asqueroso, más propio de centros “pocilgueros” que educativos, y otros chavales con los bolsos de sus pantalones henchidos y colmados de “chochos” ganados, montaba en cólera,-- ¡con razón!--, y los “ ¡ay, ay, huy, huy!, eran lastimeros y corales, con promesas de enmienda y actos de contrición, mientras los “chochos” se vertían de los bolsillos, esparciéndose por los suelos con el riesgo de algún peligroso resbalón. Así transcurría y se realizaba el juego llamado de “LAS CHOHAS”.
OBSERVACIONES: El chocho, --palabra sinónima de hueso y pepita, no incluida en la DRAE y de uso en Salamanca,--tiene, según el Diccionario del castellano tradicional editado por Ediciones ÁMBITO, el mismo significado que tito, vocablo igualmente de uso en Salamanca, Valladolid y Zamora e incluido en la DRAE.
El chocho, así mismo, es una variedad de dulce típico salmantino de diferentes tamaños, de elaboración artesanal y de origen desconocido, asemejándose a una peladilla, aunque áquellos no llevan dentro almendras o piñones. Su color blanco, típico del azúcar, les aporta una vistosidad particular. Se pueden encontrar recetas para elaborarlos, pero la buena es un secreto que pasa de generación en generación, según dicen las crónicas y está escrito en los libros, a lo que me acojo y me amparo. Se pueden adquirir en cualquier pastelería-confitería de Salamanca. ¡Buen provecho, si los probáis! Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Desde Aldeaseca de la Frontera (Hoy con muchísimo frío)
A LA LUZ:- Para el desarrollo de este juego, no se requería más que potencial humano, formando dos equipos, cuya composición de miembros solía ser de 6 ó 7, e incluso podría ser, según el contingente de asistencia y deseos de jugar, mayor el número. Uno de los dos equipos, previo sorteo y selección semejante al empleado en el juego de “LA VINAGRE” --en anterior escrito relatado--, se “quedaba”, formando todos sus componentes un círculo agarrados de la mano, excepto uno que hará de atento y precavido vigilante. A la voz de “HAY LUZ”, daba comienzo el juego, donde el equipo contrario, estratégicamente situado y prudentemente alejado del círculo humano, tenía que montarse, con artimañas, amagos y retos, ademanes e intentos provocativos, maniobras falsas y eficaces trucos y emboscadas, a las espaldas de cualquiera de los componentes de la rueda humana, eludiendo la estrecha custodia del vigilante. Este tenía la misión, con ingenio y perspicacia posibles, de evitar la acción para que nadie lograra cumplir y conseguir su objetivo, bien persiguiendo a un oponente, al que, atenta, minuciosa y detalladamente estudiaba y media las posibilidades de darle alcance, mientras el resto aprovechaba el descuido provocado estratégicamente por el equipo, para subirse a las espaldas de los componentes del círculo. No muy lejos del círculo humano, se marcaba en el suelo una zona de protección y de salvación donde el perseguido se salvaba del perseguidor si lograba introducirse en él antes de ser pillado. Mas si esta circunstancia se producía, el equipo contrario perdía y le correspondía “quedarse”. Así mismo se producía pérdida del lance si uno de los subidos a las espaldas contrarias se caía por deslizamiento u otros motivos, o bien por apoyar un pie en el suelo, pero siempre era obligación, porque lo dictaban las reglas, ser tocado o agarrado por el correspondiente vigilante. Si no se producía ningún requisito o condición de la naturaleza antes reseñada, se “quedaba” de nuevo el mismo equipo.
LAS CHOCHAS:- Era una juego simple, sencillo y sin ninguna complicación, monótono y sin variedad competitiva, que no requería más habilidades y virtudes que la puntería. Los medios para su práctica eran un hoyo en el suelo, semejando al gua, y huesos,--chochos en Salamanca--, de aceitunas, que podían ser éstas tamaño pequeño de las variedades “negra y manzanilla de color verde”, o de tamaño grande de los tipos “barranqueña y de “la reina”, ambas igualmente verdes. A cada variedad tito o “chocho”, se la designaba un valor, teniendo las de menor volumen la unidad y las de mayor tamaño el doble. Desde el hoyo al “pate”,--lugar de lanzamiento ya descrito en otros juegos--, había una distancia aproximada de 3 ó 4 metros. Para iniciar el juego, se sorteaba el orden y turno de tiradas, y a continuación, cada jugador introducía en el hoyo, tanto número de “chochos” como se determinaba por acuerdo. Establecidos estos requisitos y cláusulas, comenzaba el primero en orden a lanzar “un chocho”, afinando el tino y puntería, con la finalidad y naturaleza del juego de meterlo en el hoyo al primer intento y ganarse, de esta manera, todas las “chochas” existentes en él. Si el “chocho” no entraba, el lanzador lo introducía sin más pretensiones, de forma obligatoria, en el agujero, para así aumentar la cantidad a jugar. Juego desapasionado, con algún inconveniente y contrariedades de utilidad higiénica: El suministro de “chochos” procedía, una vez descarnada su sabrosa parte mollar por el desconocido y anónimo catador, ¡que vaya Vd. a saber!, procedía de los bares y los consumos caseros y… de ¡algún que otro muladar! Eso sí, aquí se empleaban todas las normas de seguridad e higiene establecidas por ley ¡que conste! Como el contacto con la tierra era constante,--en aquellos tiempos las calles no estaban pavimentadas--, entre la tintura de los “chochos” y la tierra en ocasiones húmeda, nos poníamos las manos empercudidas, llenas de suciedad negruzca y ¡claro! había que entrar en la escuela de esta guisa. Don Vicente, nuestro maestro, al ver, en una rápida inspección higiénica, nuestro lamentable y relevante estado “guarrindongo”y asqueroso, más propio de centros “pocilgueros” que educativos, y otros chavales con los bolsos de sus pantalones henchidos y colmados de “chochos” ganados, montaba en cólera,-- ¡con razón!--, y los “ ¡ay, ay, huy, huy!, eran lastimeros y corales, con promesas de enmienda y actos de contrición, mientras los “chochos” se vertían de los bolsillos, esparciéndose por los suelos con el riesgo de algún peligroso resbalón. Así transcurría y se realizaba el juego llamado de “LAS CHOHAS”.
OBSERVACIONES: El chocho, --palabra sinónima de hueso y pepita, no incluida en la DRAE y de uso en Salamanca,--tiene, según el Diccionario del castellano tradicional editado por Ediciones ÁMBITO, el mismo significado que tito, vocablo igualmente de uso en Salamanca, Valladolid y Zamora e incluido en la DRAE.
El chocho, así mismo, es una variedad de dulce típico salmantino de diferentes tamaños, de elaboración artesanal y de origen desconocido, asemejándose a una peladilla, aunque áquellos no llevan dentro almendras o piñones. Su color blanco, típico del azúcar, les aporta una vistosidad particular. Se pueden encontrar recetas para elaborarlos, pero la buena es un secreto que pasa de generación en generación, según dicen las crónicas y está escrito en los libros, a lo que me acojo y me amparo. Se pueden adquirir en cualquier pastelería-confitería de Salamanca. ¡Buen provecho, si los probáis! Saludos.
¡PAZ Y BIEN!
Paco García Sánchez.- Desde Aldeaseca de la Frontera (Hoy con muchísimo frío)