Salamanca como ciudad estipendiaria que era de Roma pagaba fundamentalmente dos impuestos: uno el stipendium que consistía en una cantidad fija anual y otro la vicésima, que era una tasa del 5% sobre la producción. Salamanca y Miróbriga son las primeras poblaciones que se convierten en municipio en tiempo de Vespasiano. A Trajano se le debe la construcción del puente sobre el Tormes. De la época de Diocleciano y Constantino aparecen regularmente los catastros por lo que el número y reparto de parcelas se establecía mediante este proceso y era puesto al día periódicamente, por lo que establecían unidades fiscales para lo cual la tierra del Imperio se dividió en cierto nº de parcelas territoriales iguales, no desde el punto de vista de su extensión, sino desde el de su valor agrario y, por tanto, sometidas a un mismo impuesto. Además de la naturaleza y fertilidad del suelo, se tenía en cuenta también los hombres libres, esclavos, animales que había y que contribuían a aumentar el valor final de cada IUGUM. De esta manera se conocía exactamente lo que cada provincia y cada ciudad debían pagar.
El reparto local se hacía dentro de las ciudades por las curias, responsables solidarias, frente al estado, de la recaudación. Por lo que cuando llegaron las dificultades económicas para las ciudades, los curiales rehusaban desempeñar sus cargos, ya que sobre ellos recayó la obligación de pagar a la Hacienda imperial los impuestos que no podían pagar la comunidad.
La consecuencia de la política fiscal del Bajo Imperio fue el empobrecimiento de las oligarquías locales, el desinterés por las funciones públicas o su rechazo abierto, yéndose a vivir a los latifundios agrarios o abrazando la vida religiosa, ya que los monjes y el clero estaban exentos de impuestos. La presión fiscal sobre los grupos sociales más bajos favoreció un sentimiento de descontento hacia el estado, y la resistencia pasiva, cuando no de franca oposición, jugó un papel fundamental en las tensiones sociales que llevaron a la desaparición del Imperio de Occidente.
H. de Salamanca-8- Rober
El reparto local se hacía dentro de las ciudades por las curias, responsables solidarias, frente al estado, de la recaudación. Por lo que cuando llegaron las dificultades económicas para las ciudades, los curiales rehusaban desempeñar sus cargos, ya que sobre ellos recayó la obligación de pagar a la Hacienda imperial los impuestos que no podían pagar la comunidad.
La consecuencia de la política fiscal del Bajo Imperio fue el empobrecimiento de las oligarquías locales, el desinterés por las funciones públicas o su rechazo abierto, yéndose a vivir a los latifundios agrarios o abrazando la vida religiosa, ya que los monjes y el clero estaban exentos de impuestos. La presión fiscal sobre los grupos sociales más bajos favoreció un sentimiento de descontento hacia el estado, y la resistencia pasiva, cuando no de franca oposición, jugó un papel fundamental en las tensiones sociales que llevaron a la desaparición del Imperio de Occidente.
H. de Salamanca-8- Rober