La difusión de la cultura grecorromana, aunque gradual, fue mucho más intensa en la zona íbera (la bética, costa levantina, y valle del Ebro), en la meseta y parte norte de la Península fue un proceso menos intenso, más de las ciudades que del medio rural. Los más considerables fueron la introducción del latín como lengua común que sustituyó las indígenas (excepto el vascuence), las formas de vestir, la forma de construcción de casas y planteamiento urbano en las ciudades, así como la introducción del cristianismo y las formas de economía y comercio romano.
Durante el Imperio, convivieron en la meseta, tanto las creencias romanas como los cultos indígenas, siempre que estos no supusiesen una alteración del orden. Si bien se introdujo el culto al emperador entre las clases altas, Júpiter y Hércules fueron los más aceptados, Hércules como un semidios liberando a la Tierra de los monstruos y bandidos y Júpiter como divinidad bienhechora y protector del estado romano.
Los dioses indígenas solían ser más locales y dedicados a fuentes o cosas relacionadas con la naturaleza, probablemente estos cultos perduraron hasta el S. V y VI en los medios rurales, como el culto a las aguas, ninfas, faunos, silvanos, lares y genios.
El desarrollo de comunidades cristianas en la P. I. fue tardío y como siempre llega a través de las ciudades más romanizadas, parece ser que S. Pablo llegó a predicar con poco éxito, siendo en el S. III cuando comienza a formar parte de la sociedad hispana.
En el S. I a los paganos les resultaba muy difícil distinguir ente judío y cristiano, su difusión fue por judíos y sus primeros miembros eran de origen judío. El cristianismo surgió como una religión de las clases bajas de la sociedad, esclavos, libertos, comerciantes y artesanos de la plebe que hallaban en el mensaje cristiano consuelo a su situación económica y social. Solamente a partir de la época Flavia comenzó a penetrar en las capas altas de la sociedad. El cristianismo en principio fue una religión urbana, teniendo las primeras comunidades en la Bética, costa mediterránea y valle del Ebro. Según los historiadores, el cristianismo en la P. I, tuvo un origen africano (comercio con Cartago).
H. de Salamanca-8-Rober
Durante el Imperio, convivieron en la meseta, tanto las creencias romanas como los cultos indígenas, siempre que estos no supusiesen una alteración del orden. Si bien se introdujo el culto al emperador entre las clases altas, Júpiter y Hércules fueron los más aceptados, Hércules como un semidios liberando a la Tierra de los monstruos y bandidos y Júpiter como divinidad bienhechora y protector del estado romano.
Los dioses indígenas solían ser más locales y dedicados a fuentes o cosas relacionadas con la naturaleza, probablemente estos cultos perduraron hasta el S. V y VI en los medios rurales, como el culto a las aguas, ninfas, faunos, silvanos, lares y genios.
El desarrollo de comunidades cristianas en la P. I. fue tardío y como siempre llega a través de las ciudades más romanizadas, parece ser que S. Pablo llegó a predicar con poco éxito, siendo en el S. III cuando comienza a formar parte de la sociedad hispana.
En el S. I a los paganos les resultaba muy difícil distinguir ente judío y cristiano, su difusión fue por judíos y sus primeros miembros eran de origen judío. El cristianismo surgió como una religión de las clases bajas de la sociedad, esclavos, libertos, comerciantes y artesanos de la plebe que hallaban en el mensaje cristiano consuelo a su situación económica y social. Solamente a partir de la época Flavia comenzó a penetrar en las capas altas de la sociedad. El cristianismo en principio fue una religión urbana, teniendo las primeras comunidades en la Bética, costa mediterránea y valle del Ebro. Según los historiadores, el cristianismo en la P. I, tuvo un origen africano (comercio con Cartago).
H. de Salamanca-8-Rober