EL FINAL DE LA COLONIZACION
En las décadas centrales del S XIII, todos los territorios de la provincia e incluso del otro lado de las montañas, llegando a la Transierra y que poco a poco habían ido quedando desgajados del original alfoz salmantino, se había convertido ya de manera definitiva en zonas de retaguardia dentro de la corona de Castilla. La función militar se había convertido en función política, existiendo abundantes núcleos estables de población muy cercanos entre ellos y con un escasísimo volumen de habitantes en cada pueblo y muy bajo nivel de urbanización, en definitiva pocas ciudades o villas en un mar de aldeas.
Las villas eran las aglomeraciones con mas habitantes, a la vez que los centros donde se concentraban las funciones típicamente urbanas como las relacionadas con la producción artesanal y el comercio. Frente a ellas, en los espacios rurales circundantes que constituían el término concejil, se encontraban las numerosísimas pequeñas aldeas que jalonaban el paisaje, en cada una de las cuales vivía agrupa una población casi exclusivamente dedicada a actividades agrarias y un nº muy bajo de familias campesinas que tenían sus viviendas al lado mismo de los campos de cultivo y de los espacios herrenales, montes comunales o rastrojos donde pastar el ganado.
En los núcleos urbanos, al crecer la población, se hizo una fragmentación religiosa y política entre sus habitantes, contando con más de una iglesia que daba nombre a cada barriada, las cuales a su vez se terminaron convirtiendo en distritos de participación o representación política y de reparto fiscal. Lo que quiere decir que los núcleos cabeceros, a diferencia de lo que ocurría en las aldeas, tenían siempre varias “collaciones” que funcionaban como células básicas de organización de la vida comunitaria. La multiplicación de barrios con iglesia propia y la existencia de tiendas y mercados permanentes fueron otros rasgos peculiares de la ciudad. Pero lo más específico de los asentamientos con concejos independientes, aunque éstos y sus áreas de dominación hubieran salido ya del realengo, desde el punto de vista de su topografía fueron las fortalezas y las murallas. Durante este periodo, y debido a la constante importancia de la funcionalidad militar de la ordenación concejil dentro y fuera del realengo, toda capital era también sede del poder local y del poder delegado del monarca o del titular del señorío cuando se trataba de una villa señorializada. En consecuencia, tal núcleo debía disponer, si ya antes no lo tenía construido, de castillo, cárcel, horca y muralla, obras y emblemas que remarcaban su carácter de centros políticos y de residencias permanentes de grupos sociales privilegiados. Algunos castillos han durado hasta nuestros días; C. Rodrigo, Monleón, S. Felices de los Gallegos, Miranda del Castañar, etc.
De la H. de Salamanca. 33
En las décadas centrales del S XIII, todos los territorios de la provincia e incluso del otro lado de las montañas, llegando a la Transierra y que poco a poco habían ido quedando desgajados del original alfoz salmantino, se había convertido ya de manera definitiva en zonas de retaguardia dentro de la corona de Castilla. La función militar se había convertido en función política, existiendo abundantes núcleos estables de población muy cercanos entre ellos y con un escasísimo volumen de habitantes en cada pueblo y muy bajo nivel de urbanización, en definitiva pocas ciudades o villas en un mar de aldeas.
Las villas eran las aglomeraciones con mas habitantes, a la vez que los centros donde se concentraban las funciones típicamente urbanas como las relacionadas con la producción artesanal y el comercio. Frente a ellas, en los espacios rurales circundantes que constituían el término concejil, se encontraban las numerosísimas pequeñas aldeas que jalonaban el paisaje, en cada una de las cuales vivía agrupa una población casi exclusivamente dedicada a actividades agrarias y un nº muy bajo de familias campesinas que tenían sus viviendas al lado mismo de los campos de cultivo y de los espacios herrenales, montes comunales o rastrojos donde pastar el ganado.
En los núcleos urbanos, al crecer la población, se hizo una fragmentación religiosa y política entre sus habitantes, contando con más de una iglesia que daba nombre a cada barriada, las cuales a su vez se terminaron convirtiendo en distritos de participación o representación política y de reparto fiscal. Lo que quiere decir que los núcleos cabeceros, a diferencia de lo que ocurría en las aldeas, tenían siempre varias “collaciones” que funcionaban como células básicas de organización de la vida comunitaria. La multiplicación de barrios con iglesia propia y la existencia de tiendas y mercados permanentes fueron otros rasgos peculiares de la ciudad. Pero lo más específico de los asentamientos con concejos independientes, aunque éstos y sus áreas de dominación hubieran salido ya del realengo, desde el punto de vista de su topografía fueron las fortalezas y las murallas. Durante este periodo, y debido a la constante importancia de la funcionalidad militar de la ordenación concejil dentro y fuera del realengo, toda capital era también sede del poder local y del poder delegado del monarca o del titular del señorío cuando se trataba de una villa señorializada. En consecuencia, tal núcleo debía disponer, si ya antes no lo tenía construido, de castillo, cárcel, horca y muralla, obras y emblemas que remarcaban su carácter de centros políticos y de residencias permanentes de grupos sociales privilegiados. Algunos castillos han durado hasta nuestros días; C. Rodrigo, Monleón, S. Felices de los Gallegos, Miranda del Castañar, etc.
De la H. de Salamanca. 33