Una vez pasadas las fiestas, el pueblo queda como noqueado en un compás de espera de esas largas y frías noches de invierno donde ya no aparecen ni los gatos. Mientras se aprovecha el veranillo dando un paseo hasta el pueblo vecino (Galindo) que cada vez parece que lo hacemos más nuestro al ser su carretera mucho más tranquila que la de Rollán, otros, los que se sienten más ligeros, continúan fieles al paseo hacia la estación, parece como si la división de caminos estuviese en función de la edad, o mejor dicho de la agilidad y fuerza que va quedando a las personas. El camino hacia Galindo se vuelve más reposado y anima a la charla, el de la estación parece más competitivo, es un ir uno delante y otro detrás para evitar el continuo goteo de coches que va pasando hacia un lado y otro en esa carretera en estado permanente de reparación, con unas cunetas casi anuladas por el arado y la vegetación donde las altas pajas apenas dejan ver lo que se avecina por la siguiente curva. Es por eso por lo que la gente mayor prefiere el paseo hacia Galindo y poder admirar (al regreso) esas puestas de Sol, rojizas, tan bellas sobre el teso de las Coronas y una vez llegado a las puertas del pueblo, girar la vista hacia el cementerio y dirigir un sentido "hasta mañana" a aquellos que nos han precedido.
Un saludo. Rober
Un saludo. Rober