El paisaje urbano era “diferente”, las ciudades y las villas parecían islotes en medio del mundo rural, un entramado de calle de trazado irregular, en su mayoría sin empedrar y en pésimo estado de uso y conservación, permaneciendo polvorientas en verano y enlodadas en invierno. Así el Príncipe D. Juan, hijo de los Reyes Católicos y Señor de la Ciudad, manda el 15 de Febrero de 1497, empedrar con piedra menuda, a costa de los dueños de las casas, la principal calle de la Ciudad, la Rúa de San Martín. La satisfacción de los salmantinos debió ser grande porque, quince años después, se pedía a la Reina Juana que proveyera la reparación del empedrado hecho a ciertas calles, porque así “la Ciudad está más sana.”
La falta de salubridad en las calles era grande, en ella se mataban las reses, el ganado andaba suelto, mezclándose en ellas peatones y caballos, carretas con los productos más diversos, etc (animales como gallinas, vacas, cerdos, perros) sin contar los grandes rebaños de ovejas que, dos veces al años, cruzaban el Tormes por el Puente Romano, atravesando la ciudad de Sur a Norte hacia las montañas leonesas y de Norte a Sur hacia las dehesas de Extremadura.
Lecheros, aguadores, caldereros, afiladores, buhoneros….Recorren las calles anunciando sus mercancías, mientras que los numerosos talleres y tiendas abrían sus puertas. Por sus calles cruzaban arrieros y trajinantes los días de mercado, los mesones, bodegones y posadas donde sed, hambre y sueño eran aliviados por los forasteros, así como un número de gentes que acudían a las iglesias al tañer de las campanas. El bullicio de sus calles hizo del mundo urbano un lugar diferente al de las aldeas, mucho más sereno en el discurrir de la vida.
Con la llegada de la noche, la sensación de bullicio se perdía y las poblaciones grandes, reflejaban un ambiente diferente, de oscuridad y de silencio y, por ello, mucho más intranquilizador. De ahí que existiera una ronda que patrullaba por las calles y que ejercía la vigilancia nocturna. Por esta razón, pocos vecinos se aventuraban a salir de noche a la calle, máxime cuando al amparo de las tinieblas y de la cortedad de la ronda nocturna, eran frecuentes las peleas de espadachines o estudiante pendencieros, los asaltos de maleantes a vecinos que se atrevían a transitar por la vía pública tras la puesta del Sol.
De la Hª de Salamanca. (61)
La falta de salubridad en las calles era grande, en ella se mataban las reses, el ganado andaba suelto, mezclándose en ellas peatones y caballos, carretas con los productos más diversos, etc (animales como gallinas, vacas, cerdos, perros) sin contar los grandes rebaños de ovejas que, dos veces al años, cruzaban el Tormes por el Puente Romano, atravesando la ciudad de Sur a Norte hacia las montañas leonesas y de Norte a Sur hacia las dehesas de Extremadura.
Lecheros, aguadores, caldereros, afiladores, buhoneros….Recorren las calles anunciando sus mercancías, mientras que los numerosos talleres y tiendas abrían sus puertas. Por sus calles cruzaban arrieros y trajinantes los días de mercado, los mesones, bodegones y posadas donde sed, hambre y sueño eran aliviados por los forasteros, así como un número de gentes que acudían a las iglesias al tañer de las campanas. El bullicio de sus calles hizo del mundo urbano un lugar diferente al de las aldeas, mucho más sereno en el discurrir de la vida.
Con la llegada de la noche, la sensación de bullicio se perdía y las poblaciones grandes, reflejaban un ambiente diferente, de oscuridad y de silencio y, por ello, mucho más intranquilizador. De ahí que existiera una ronda que patrullaba por las calles y que ejercía la vigilancia nocturna. Por esta razón, pocos vecinos se aventuraban a salir de noche a la calle, máxime cuando al amparo de las tinieblas y de la cortedad de la ronda nocturna, eran frecuentes las peleas de espadachines o estudiante pendencieros, los asaltos de maleantes a vecinos que se atrevían a transitar por la vía pública tras la puesta del Sol.
De la Hª de Salamanca. (61)