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BARBADILLO: Temas mundanos....

Temas mundanos.
Antonio Sánchez Zamarreño en la introducción del libro de Don Miguel de Unamuno "Por tierras de Portugal y España" nos dice: Los pueblos soñadores pueden volver a ser activos, para los que no hay redención es para los dormilones.
Sin embargo, Alejandro López Andrade en su libro "El viento derruido. La España rural que se desvanece" nos enfoca el tema de una manera más cercana, más humana.
Alejandro, en su primer capítulo: El aire en las retamas. Nos dice que la memoria de un pueblo no reside en su materia, en la cal y en las piedras de sus casas y edificios, si no, más bien en los hechos y en las palabras, en el alma de las personas que lo habitan, incluso en aquellos que en otro tiempo lo habitaron y, a pesar de estar lejos de él, aún lo recuerdan de una manera auténtica y profunda. La vida en el medio rural, en los últimos tiempos, es un sucedáneo de lo que antaño fue y ha acabado perdiendo su carácter más genuino: su folclore esencial, sus costumbres, sus raíces; pero quienes antaño vivieron en eso mundo y regresan al pueblo después de varias décadas vuelven a percibir la luz de entonces, el mismo fulgor que tuvo en otra época, aunque el paso del tiempo lo haya transformado y sus gentes y sus calles ya no sean los mismos.
La muerte de un pueblo simboliza la de otros; al final todos mueren de un modo parecido: familias que salen en busca de trabajo, casas cerradas que van descomponiéndose, paredes agrietadas, campanas tocando a difunto... En cualquier lugar apartado de España viene sucediendo así desde hace décadas, sin que nadie pueda remediarlo: la despoblación es un hecho real, tangible. La España rural va desapareciendo a un ritmo trágico, de una manera lenta, irremediable, y de su presencia apenas quedan ya señales, efímeras huellas que la acerque a la imagen de pureza ancestral que, en otro tiempo, tuvo. Los pueblos se mueren como se mueren las personas; se les va arrugando el espíritu despacio y se va apoderando de ellos la tristeza, ese rictus que llena de escombros la mirada y deja el aire un rumor de musgo y líquenes que se incrusta en las casas, en los tejados derrumbados, en las viejas estancias donde hoy mora un lento olvido.
Estamos asistiendo, o quizás acabamos de asistir, a la desaparición irreversible de un modo de vida que, hasta no hace mucho tiempo, dio forma y sentido a espacios singulares que antaño gozaron de un particular bullicio hoy ahogados entre zarzas y sombras vespertinas; lugares en los que ayer brilló la cal y hoy se amontonan costras de dolor. Lo podemos observar en muchos rincones del país: la población rural sigue envejeciendo y los jóvenes, hoy más que nunca, huyen del pueblo e instalan, si pueden, en la urbe su futuro: un porvenir de asfalto y de hormigón donde el vértigo ha sustituido a la lentitud y el silencio es violado y roto por el ruido. No obstante, como contrapunto a ese ocre éxodo, hay almas que todavía permanecen voluntariamente en pueblos muy pequeños y, por muchos motivos, se resisten a abandonarlos; son personas atadas al ciclo de las estaciones y al transcurrir de un tiempo lento y puro. Aunque quizás el urbanita no lo entienda, la vida en el mundo rural tiene su música: el petirrojo escondido en el zarzal, el dolor de la noria al atardecer regando el huerto, el ladrido del perro, rumor del viento en los corrales, el ronroneo del gato en la bodega mientras resbala la lluvia en las paredes de la tarde en silencio como una profecía. Todo ocurre en el pueblo a un ritmo tan lento y sosegado que el paso del tiempo, a veces, resulta imperceptible.
Todo ello es un texto extraído de las primeras páginas de este libro que narra la agonía de nuestros pueblos. Os recomiendo leerlo. Un saludo Rober.