VALORES DE NUESTRO PUEBLO
Si nos fijamos en las tradiciones que nos legaron nuestros antepasados, todas, o casi todas van ligadas a una necesidad de protección frente a los males que acechaban su vida cotidiana. De ahí esa encomienda a la protección de los santos que los tenían como protectores de su salud o de sus cosechas.
Hoy día cuesta más agarrarse a esas costumbres pero cuando la medicina apenas era capaz de calmar los dolores que acarreaba enfermedades o lesiones orgánicas lo fácil era encomendarse o solicitar la protección del santo patrono del lugar. Lo mismo ocurría con la protección de las cosechas cuando eran atacadas por plagas o malos temporales. Pero cuando no existían ni los abonos ni los plaguicidas de la actualidad, esa angustia de no poder alimentar a los suyos, hace que los ojos y deseos se vuelquen en solicitar esa ayuda necesaria hacia las iglesias, donde, en teoría, existía el remedio para todos los males.
Puede que con el culto a los muertos antepasados se iniciasen las religiones primitivas. Ese guante lo han ido recogiendo las religiones actuales, entre ellas la nuestra.
La Semana Santa es la puesta de largo de la religión católica con la muestra de las imágenes y el fervor del pueblo por una tradición ancestral que se popularizó por toda la geografía hispana durante la Edad Media.
Cuentan que ante el azote periódico de enfermedades (convertidas frecuentemente en epidemias que sufrían villas y ciudades ante la precariedad en la higiene y no digamos en conocimiento de medicina causando tantas o más muertes que la guerra o las hambrunas) la fórmula mágica que encontraron fue el sacar a sus santos protectores de las iglesias y pasearlos por las distintas calles de ciudades y pueblos para ahuyentar los males y malos espíritus. Posteriormente se dio más uniformidad (con imágenes) al contenido religioso de la propia Semana Santa siguiendo un orden cronológico de Domingo de Ramos, prendimiento y resurrección de Cristo.
Hoy día, tradición, fervor y creencias están unidos con una parafernalia sacra con la que muchos (o algunos) no se sienten identificados pero a la cual no se le debe perder el respeto aunque sea por el simple hecho de ser un legado (precioso legado diría yo) de cuando las carencias llamaban a las puertas de nuestras anteriores generaciones.
Rober
Si nos fijamos en las tradiciones que nos legaron nuestros antepasados, todas, o casi todas van ligadas a una necesidad de protección frente a los males que acechaban su vida cotidiana. De ahí esa encomienda a la protección de los santos que los tenían como protectores de su salud o de sus cosechas.
Hoy día cuesta más agarrarse a esas costumbres pero cuando la medicina apenas era capaz de calmar los dolores que acarreaba enfermedades o lesiones orgánicas lo fácil era encomendarse o solicitar la protección del santo patrono del lugar. Lo mismo ocurría con la protección de las cosechas cuando eran atacadas por plagas o malos temporales. Pero cuando no existían ni los abonos ni los plaguicidas de la actualidad, esa angustia de no poder alimentar a los suyos, hace que los ojos y deseos se vuelquen en solicitar esa ayuda necesaria hacia las iglesias, donde, en teoría, existía el remedio para todos los males.
Puede que con el culto a los muertos antepasados se iniciasen las religiones primitivas. Ese guante lo han ido recogiendo las religiones actuales, entre ellas la nuestra.
La Semana Santa es la puesta de largo de la religión católica con la muestra de las imágenes y el fervor del pueblo por una tradición ancestral que se popularizó por toda la geografía hispana durante la Edad Media.
Cuentan que ante el azote periódico de enfermedades (convertidas frecuentemente en epidemias que sufrían villas y ciudades ante la precariedad en la higiene y no digamos en conocimiento de medicina causando tantas o más muertes que la guerra o las hambrunas) la fórmula mágica que encontraron fue el sacar a sus santos protectores de las iglesias y pasearlos por las distintas calles de ciudades y pueblos para ahuyentar los males y malos espíritus. Posteriormente se dio más uniformidad (con imágenes) al contenido religioso de la propia Semana Santa siguiendo un orden cronológico de Domingo de Ramos, prendimiento y resurrección de Cristo.
Hoy día, tradición, fervor y creencias están unidos con una parafernalia sacra con la que muchos (o algunos) no se sienten identificados pero a la cual no se le debe perder el respeto aunque sea por el simple hecho de ser un legado (precioso legado diría yo) de cuando las carencias llamaban a las puertas de nuestras anteriores generaciones.
Rober