CON CARA DE NIÑO
Parece que fue ayer, sin embargo hace ya mas de un año que compré a mi amigo y compañero de trabajo un libro que presentó (por mayo del 2.018) en la feria cultural del libro que la Diputación de Salamanca avala para poner en conocimiento del público nuevos autores o libros basados en historias de nuestros pueblos.
En él, Antonio, vierte sus recuerdos de niñez que cualquiera de nosotros podemos hacer como propios al comparar la similitud de sus vivencias con las propias.
En sus capítulos va desgranando el despertar al descubrimiento de la vida, de todo aquello que le rodea y muy especialmente a recuerdos y acontecimientos que quedaron impresos en su interior. Esas vivencias, no del cuerpo, sino de la emoción que fueron la base para la formación de una personalidad agradecida a su origen y a aquel entorno familiar y de lugar que llenaron sus primeros años.
Es un canto a un tiempo limpio, sin malicia, donde la inocencia rodea una infancia, la mejor que uno puede soñar. Esa infancia tan parecida a la de los niños de mi generación ocurrida en cualquier lugar de Castilla. Él, Antonio, mantiene el recuerdo con una luminosidad envidiable, digna de ser guardada en la memoria de los tiempos bajo el título de su libro: “Con cara de niño”.
En su primer capítulo, “El porqué de mi contar” nos dice que Con cara de niño es el retorno al valor de lo insignificante. Es mostrar en austero escaparate una forma de vivir, de crecer, de sentir la cercanía de tus semejantes y de la naturaleza. Es aderezar con un pequeño tanto por ciento de fantasía un elevado porcentaje de realidad dura y a la vez gratificante.
Estos relatos que deberían ir destinados a los niños y jóvenes de nuestro tiempo, fijos en las pantallas de móviles, Tablet u ordenadores, alejados del sencillo compartir de los momentos cotidianos. Pero duda que estos simples relatos atraigan a ese público del que tan solo nos separa apenas medio siglo y que, sin embargo, visto con ojos de hoy parece tan alejado que podría considerarse ancestral.
Con sus relatos pone ante nuestros ojos la fotografía de una España que intenta por todos los medios dejar atrás su propia guerra y vencer mental y materialmente una posguerra, armándose de paciencia, tolerancia, trabajo y austeridad.
El capítulo dedicado al despertar de la vida es toda una filosofía digna de darse como enseñanza obligatoria en todas las escuelas. El adquirir unos valores, ética y conocimientos con el interiorizar las propias limitaciones es un aprendizaje básico para poder afrontar con éxito y sin engaño las dificultades a que nos somete la prueba cotidiana del milagro de la vida.
Los primeros pasos por la escuela y el asombroso mundo de los números y las letras. Hay que ver para todo lo que dan veintiocho letras y diez números. ¡Quién lo iba a imaginar! Lo bueno de todo ello es que todo este mundo de aprendizaje se va endulzando con nuevas aventuras y amistades, el pequeño mundo familiar se va ensanchando.
El mundo de la ilusiones, 6 de Enero. Ese mundo de fantasías y deseos estaba representado en esa fecha mágica con la llegada de los Reyes Magos. Afortunadamente, o desgraciadamente, para los chicos de hoy día es una fecha dentro del obligatorio rosario de exigencias creadas por la sociedad de consumo.
Unos años mas tarde se comienza a formar parte de la vida laboral del pueblo en aquellos trabajos en que la ayuda de un niño se hace casi necesaria para esos menesteres que no requieren gran esfuerzo físico. El engancharte a trabajos como cuidar ganado o ayudas en el campo. También se va uno percatando de la interrelación de oficios y profesiones que aseguran el desarrollo de la comunidad o pueblo en el que se desenvuelve. La llegada de temporeros ofreciendo sus quehaceres, de oficios como hojalateros, cordeleros, esquiladores de ganao, aceiteros, vendedores ambulantes rompiendo la monotonía de la vida cotidiana, etc. Nuestros pueblos castellanos parecían que estaban dotados para que cuanto antes, comenzasen sus rapaces a aprender la lección del coste de la vida.
En otro de sus capítulos nos va desgranando como eran y estaban acondicionadas nuestras casas y el valor que se le daba a algunos de los enseres, como el famoso escaño que junto con la mesa camilla aunaba a toda la familia en distintos momentos del día (sobre todo a la hora de las comidas). El escaño, además de servir de asiento era el lugar material para la siesta en los días calurosos del verano. ¿Y el baño? De veras es posible que hoy día, los jóvenes, se imaginen una casa sin baño. El baño era cualquier cosa que no estuviese dentro de la casa. El ir a tirar el pantalón para hacer aguas mayores llevaba asociado el tener que ingeniárselas según momento y lugar en que te pillase. En el corral, en el huerto, en cuadras, tras la tapia mas cercana, etc. Bueno, pues el baño podía ser cualquier parte del entorno que te rodeaba y un canto o una teja la mejor ayuda que se presentaba para la ocasión y teniendo un poco de cuidado, pues no sueñes que tenías un grifo de agua a mano.
Pero en esos años de niñez nosotros soñábamos en nuestros juegos y en ir a buscar nidos cuando llegaba la primavera más que en la falta de un cuarto de baño.
Salvo los nidos de gorriones que estaban por todo el pueblo, prácticamente en todos los tejados salvo en aquellos que habían sido “corridos” recientemente. El resto de los pájaros tenían su propio estilo como muy bien, Antonio, nos lo deja reflejado en el capítulo destinado al pastoreo.
Entre costales y alrededor del pigorro es una imagen tierna del mundo rural ya desaparecido. Los quehaceres de unos niños que aportaron su esfuerzo en un mundo donde la llegada al mundo laboral era generalmente a edad muy temprana.
Saludos para todos. Rober
Su libro lo remata con una serie de recuerdos de ese mundo que tocó en la niñez. Entre sombreros y albarcas narra la siega, el mundo de esas cuadrillas de segadores donde el ritmo de corte lo marca el manijero en una tarea agotadora que dura varios días. El agua y el gazpacho engrasaban la musculatura de unos hombres curtidos bajo el sol que no hacían asco al esfuerzo por duro que fuera. El gazpacho se presentaba en un perol, no se usaban platos y todo el mundo metía la cuchara, lo mismo ocurría con el cocido, todas las cucharas cargaban del recipiente. Las tajadas solían ponerse sobre un zocaño de pan donde se untaba el tocino y con la ayuda de una navaja se daba buena cuenta de ello. Aquello era gloria si se podía hacer bajo la sombra de una encina.
Uno de sus últimos capítulos es un cántico a aquellos niños que durante unos meses los pasaban sobre un trillo. Ser trillique no es moco de pavo, es una tarea a respetar. Estar expuesto todo el día al sol y sobre todo el empezar la tarea de nuevo después de comer, tras una corta cabezada, son la digestión a medias, cuando parva desprende el calor recibido, es casi como estar entre dos fuegos, el del sol por arriba y el de la parva por abajo. El ir a encandilar ranas por la noche y darse un chapuzón en el regato hacían olvidar los sinsabores de la jornada.
El mundo de los huertos y sus faenas que completaban la economía familiar es la despedida de un libro que parece ser el reflejo del recuerdo de tu infancia escrita en un espejo donde quedaron grabadas las vivencias de los primeros años en aquellos pueblos llenos de una vitalidad segada por el paso de una industrialización urbanita.
Parece que fue ayer, sin embargo hace ya mas de un año que compré a mi amigo y compañero de trabajo un libro que presentó (por mayo del 2.018) en la feria cultural del libro que la Diputación de Salamanca avala para poner en conocimiento del público nuevos autores o libros basados en historias de nuestros pueblos.
En él, Antonio, vierte sus recuerdos de niñez que cualquiera de nosotros podemos hacer como propios al comparar la similitud de sus vivencias con las propias.
En sus capítulos va desgranando el despertar al descubrimiento de la vida, de todo aquello que le rodea y muy especialmente a recuerdos y acontecimientos que quedaron impresos en su interior. Esas vivencias, no del cuerpo, sino de la emoción que fueron la base para la formación de una personalidad agradecida a su origen y a aquel entorno familiar y de lugar que llenaron sus primeros años.
Es un canto a un tiempo limpio, sin malicia, donde la inocencia rodea una infancia, la mejor que uno puede soñar. Esa infancia tan parecida a la de los niños de mi generación ocurrida en cualquier lugar de Castilla. Él, Antonio, mantiene el recuerdo con una luminosidad envidiable, digna de ser guardada en la memoria de los tiempos bajo el título de su libro: “Con cara de niño”.
En su primer capítulo, “El porqué de mi contar” nos dice que Con cara de niño es el retorno al valor de lo insignificante. Es mostrar en austero escaparate una forma de vivir, de crecer, de sentir la cercanía de tus semejantes y de la naturaleza. Es aderezar con un pequeño tanto por ciento de fantasía un elevado porcentaje de realidad dura y a la vez gratificante.
Estos relatos que deberían ir destinados a los niños y jóvenes de nuestro tiempo, fijos en las pantallas de móviles, Tablet u ordenadores, alejados del sencillo compartir de los momentos cotidianos. Pero duda que estos simples relatos atraigan a ese público del que tan solo nos separa apenas medio siglo y que, sin embargo, visto con ojos de hoy parece tan alejado que podría considerarse ancestral.
Con sus relatos pone ante nuestros ojos la fotografía de una España que intenta por todos los medios dejar atrás su propia guerra y vencer mental y materialmente una posguerra, armándose de paciencia, tolerancia, trabajo y austeridad.
El capítulo dedicado al despertar de la vida es toda una filosofía digna de darse como enseñanza obligatoria en todas las escuelas. El adquirir unos valores, ética y conocimientos con el interiorizar las propias limitaciones es un aprendizaje básico para poder afrontar con éxito y sin engaño las dificultades a que nos somete la prueba cotidiana del milagro de la vida.
Los primeros pasos por la escuela y el asombroso mundo de los números y las letras. Hay que ver para todo lo que dan veintiocho letras y diez números. ¡Quién lo iba a imaginar! Lo bueno de todo ello es que todo este mundo de aprendizaje se va endulzando con nuevas aventuras y amistades, el pequeño mundo familiar se va ensanchando.
El mundo de la ilusiones, 6 de Enero. Ese mundo de fantasías y deseos estaba representado en esa fecha mágica con la llegada de los Reyes Magos. Afortunadamente, o desgraciadamente, para los chicos de hoy día es una fecha dentro del obligatorio rosario de exigencias creadas por la sociedad de consumo.
Unos años mas tarde se comienza a formar parte de la vida laboral del pueblo en aquellos trabajos en que la ayuda de un niño se hace casi necesaria para esos menesteres que no requieren gran esfuerzo físico. El engancharte a trabajos como cuidar ganado o ayudas en el campo. También se va uno percatando de la interrelación de oficios y profesiones que aseguran el desarrollo de la comunidad o pueblo en el que se desenvuelve. La llegada de temporeros ofreciendo sus quehaceres, de oficios como hojalateros, cordeleros, esquiladores de ganao, aceiteros, vendedores ambulantes rompiendo la monotonía de la vida cotidiana, etc. Nuestros pueblos castellanos parecían que estaban dotados para que cuanto antes, comenzasen sus rapaces a aprender la lección del coste de la vida.
En otro de sus capítulos nos va desgranando como eran y estaban acondicionadas nuestras casas y el valor que se le daba a algunos de los enseres, como el famoso escaño que junto con la mesa camilla aunaba a toda la familia en distintos momentos del día (sobre todo a la hora de las comidas). El escaño, además de servir de asiento era el lugar material para la siesta en los días calurosos del verano. ¿Y el baño? De veras es posible que hoy día, los jóvenes, se imaginen una casa sin baño. El baño era cualquier cosa que no estuviese dentro de la casa. El ir a tirar el pantalón para hacer aguas mayores llevaba asociado el tener que ingeniárselas según momento y lugar en que te pillase. En el corral, en el huerto, en cuadras, tras la tapia mas cercana, etc. Bueno, pues el baño podía ser cualquier parte del entorno que te rodeaba y un canto o una teja la mejor ayuda que se presentaba para la ocasión y teniendo un poco de cuidado, pues no sueñes que tenías un grifo de agua a mano.
Pero en esos años de niñez nosotros soñábamos en nuestros juegos y en ir a buscar nidos cuando llegaba la primavera más que en la falta de un cuarto de baño.
Salvo los nidos de gorriones que estaban por todo el pueblo, prácticamente en todos los tejados salvo en aquellos que habían sido “corridos” recientemente. El resto de los pájaros tenían su propio estilo como muy bien, Antonio, nos lo deja reflejado en el capítulo destinado al pastoreo.
Entre costales y alrededor del pigorro es una imagen tierna del mundo rural ya desaparecido. Los quehaceres de unos niños que aportaron su esfuerzo en un mundo donde la llegada al mundo laboral era generalmente a edad muy temprana.
Saludos para todos. Rober
Su libro lo remata con una serie de recuerdos de ese mundo que tocó en la niñez. Entre sombreros y albarcas narra la siega, el mundo de esas cuadrillas de segadores donde el ritmo de corte lo marca el manijero en una tarea agotadora que dura varios días. El agua y el gazpacho engrasaban la musculatura de unos hombres curtidos bajo el sol que no hacían asco al esfuerzo por duro que fuera. El gazpacho se presentaba en un perol, no se usaban platos y todo el mundo metía la cuchara, lo mismo ocurría con el cocido, todas las cucharas cargaban del recipiente. Las tajadas solían ponerse sobre un zocaño de pan donde se untaba el tocino y con la ayuda de una navaja se daba buena cuenta de ello. Aquello era gloria si se podía hacer bajo la sombra de una encina.
Uno de sus últimos capítulos es un cántico a aquellos niños que durante unos meses los pasaban sobre un trillo. Ser trillique no es moco de pavo, es una tarea a respetar. Estar expuesto todo el día al sol y sobre todo el empezar la tarea de nuevo después de comer, tras una corta cabezada, son la digestión a medias, cuando parva desprende el calor recibido, es casi como estar entre dos fuegos, el del sol por arriba y el de la parva por abajo. El ir a encandilar ranas por la noche y darse un chapuzón en el regato hacían olvidar los sinsabores de la jornada.
El mundo de los huertos y sus faenas que completaban la economía familiar es la despedida de un libro que parece ser el reflejo del recuerdo de tu infancia escrita en un espejo donde quedaron grabadas las vivencias de los primeros años en aquellos pueblos llenos de una vitalidad segada por el paso de una industrialización urbanita.