BARBADILLO: VESTIGIOS DEL AYER...

VESTIGIOS DEL AYER
LAS SENDAS OLVIDADAS. (I)- Las primeras horas de la mañana son aprovechadas para el sano ejercicio del paseo por parte de un número significativo de vecinos del pueblo y las vías principales de acceso se ven frecuentadas para aprovechar el regalo del frescor matutino en estos días en que el Sol se manifiesta con todo su poderío. El camino Galindo, camino Rollán y el paseo la estación (hoy día carreteras) son las rutas principales de tales paseantes.
Una de esas mañanas tomo el desvío, a la altura del parque, para internarme en el antiguo sendero que llevaba a las pozas. Llegado a la toma, una anátida, que no llego a reconocer, se zambulle ante mis ojos para desaparecer por Dios sabe dónde pues fui incapaz de volver a localizarla a pesar de creer que iba siguiendo su estela con la vista.
Algo mas lejana, una cigüeña me observa con extrañeza, cigüeña que no se de donde ha surgido pues en el pueblo ya no queda vestigio de sus tres antaño nidos. El primero en desaparecer fue el del campanario en la última reforma de la iglesia, el segundo el de la fábrica de harinas que se vino abajo ante el derrumbe de la pared que lo sustentaba. Aunque éste fue reemplazado por uno que construyeron en un viejo árbol junto al regato, en la zona de los huertos. Pero el viejo árbol sucumbió con el paso de los años. Y el tercero estaba en lo alto del depósito de aguas.
Esta cigüeña, venga de donde venga, debe frecuentar nuestra ribera pues a quien miraba como forastero era a mí. Y no es para menos. Apenas me acerqué, la cigüeña levanta el vuelo y yo me veo, tras pasar una alambrada, haciendo virguerías para tratar de buscar un sendero que llevase a las antiguas pozas.
Unas roderas de tractor me ayudan a zafarme de una hierba ya agostada donde pegotes y cardos campan a sus anchas. La decepción se va apoderando de mí. Recordaba esta zona como un prao verde, amplio, en el que pastaba el ganao del pueblo. Donde semana tras semana nuestras madres lo cruzaban con el barreño a la cabeza. Era un sendero femenino interrumpido ocasionalmente por algún por algún mozuelo en bicicleta o burro con aguaderas que se acercaba al depósito para llenar los cántaros de agua fresca y clara. Esa agua que surtía las pozas donde se reflejaba el rostro laborioso de todas aquellas que sacrificaron sus manos para que tuviésemos limpia la casi sempiterna ropa que nos acompañaba en la vida de niños.
Llegado al lugar donde suponía que estarían las pozas apenas fui capaz de localizar parte del antiguo depósito. De las pozas, nada. Una verdosa frondosidad en el cauce del regato hace sospechar que bajo ella se encuentra engullida lo que antiguamente fue el centro de dimes y diretes femenino. Era el territorio donde las mujeres se confesaban a sí mismas y hacían solidarias las penurias cotidianas.
Recordaba que más arriba estaba la fuente del bayonal. Ese manantial a cuya vera se asentaron los primeros colonos de la repoblación raimuniana. A punto de darme por vencido diviso un pequeño grupo de piedras y ocultada pro unos estacones de cemento apenas hace presencia una pequeña construcción en cuyo fondo asoma una brizna de agua.
Regreso al pueblo con la sensación de abandono de todo aquello que formó parte del pasado.
Rober. (Agosto 2018)