VESTIGIOS DEL AYER
LAS SENDAS OLVIDADAS. (III).- No hace mucho tiempo que ha amanecido. Miro hacia los tesos y al pasar por la puente grande intento pasar rápido ese feo e impersonal puente de cemento que sustituyó a las cíclopeas piedras que antaño salvaron el mayor escollo que los lugareños tenían para sembrar los campos del otro lado de la ribera y esmochar la barrera de encinas que calentaban sus hogares.
El antiguo camino a Salamanca se iniciaba con unos barreros a ambos lados que surtían los siete tejares que llegó a tener nuestro pueblo. Hoy día, el rastrojo y abandono de la margen derecha, así como el uso de vertedero y escombrera de la margen izquierda afean enormemente el paseo. A esto hay que añadir el lamentable estado del camino, todo esconchao y lleno de rollos sueltos por el paso de los tractores.
La subida a los tesos se hace perezosa y uno intenta mirar el amplio horizonte que comienza a divisarse teniendo como límite la barrera montañosa salmantina. Peña de Francia, Sierras de Tamames y Linares al sur, ampliando la mirada, los pueblos de Calzada y Canillas se pierden en una llanura que choca con el lejano cinturón de encinas. Una vez coronado los tesos, el imponente macizo de la sierra de Béjar y todo el Sistema Central realzan el paisaje.
Solo el primero de los tesos parece tener nombre propio, Teso Valdecibián, posible derivación de Val de Zebrián o Ziprián, santo a quien se tuvo gran devoción allá por la edad media en muchos pueblos de nuestra geografía. Con el segundo, no nos esforzamos mucho pues lo llamamos “teso el medio” y el tercero “teso el monte”. Creo que ninguno de mi generación vimos encina alguna por estos lares y mucho menos monte. Lo que sí oímos a las anteriores generaciones era que conocieron hacer allí carbón e incluso algunos de ellos fueron protagonistas de alguna carbonera.
El propio camino Salamanca sale a la izquierda una vez coronado los tesos. Su firme es mas suave y menos rollizo. Antes acababa en las cercanías de La Rad uniéndose a la carretera Salamanca-Ciudad Rodrigo, ahora es cortado sin miramiento alguno por la alambrada que protege vía y autovía que se cruza en su camino.
Pero el objetivo de mi paseo no era esta ruta hoy día despersonalizada. Regreso sobre mis pasos y agradezco que el sol se ponga a mi espalda. Caminar con el sol de frente hace pasar desapercibidos pequeños detalles que acompañan y estimulan al viajero a seguir descubriendo los vivos colores mañaneros que generosamente ofrecen los campos.
Llegado de nuevo al teso Valdecibián, donde antes hubo un prao al que de pequeños íbamos los muchachos a buscar grillos, enfilo dirección la cabeza grande. Recordaba que ese camino llevaba a la fuente Las Regueritas. Hasta esa fuente nos llegábamos mi primo Jesús (Tato) y yo a llenar el botijo para aquellos que hacían las faenas veraniegas a modo de era en ese prao que creo era del sr. Juanito (Becerro).
La fuente la recordaba como más idealizada. Busqué al lagarto pero no vi vestigio alguno de su presencia y desde allí miré al pueblo. Algo no me cuadraba. ¿Cómo es posible que la tradición no se cumpla? De siempre oímos decir que el pueblo seguiría vivo mientras existiese un lagarto en esta fuente.
Antaño era fácil encontrarlo y había que espantarlo para agacharse a llenar el botijo. Hoy día, echándole un poco de imaginación, parece vislumbrarse algún pequeño rastro de animales que se acercan allí a refrescarse, posiblemente algún ave o liebre que vuele o corretee por estos amplios parajes.
La “cabeza” parece recuperar parte de sus antiguos carrascales, refugio ideal para la fauna. Los campos de girasoles cumplen ahora esa labor de refugio para todos aquellos animales cuyo peligro les llueve del cielo.
Me enfundo el sombrero a la cabeza no sin antes guardar en mi retina el limpio azul del cielo y esa amplitud de nuestros campos pintados sobre la planicie. Camino hacia el pueblo a medio gas, luchando entre lo apremiante del incipiente calor veraniego y el deseo de prolongar todo lo posible esta visión del enclave barbadillino.
Agosto 2018. Rober
LAS SENDAS OLVIDADAS. (III).- No hace mucho tiempo que ha amanecido. Miro hacia los tesos y al pasar por la puente grande intento pasar rápido ese feo e impersonal puente de cemento que sustituyó a las cíclopeas piedras que antaño salvaron el mayor escollo que los lugareños tenían para sembrar los campos del otro lado de la ribera y esmochar la barrera de encinas que calentaban sus hogares.
El antiguo camino a Salamanca se iniciaba con unos barreros a ambos lados que surtían los siete tejares que llegó a tener nuestro pueblo. Hoy día, el rastrojo y abandono de la margen derecha, así como el uso de vertedero y escombrera de la margen izquierda afean enormemente el paseo. A esto hay que añadir el lamentable estado del camino, todo esconchao y lleno de rollos sueltos por el paso de los tractores.
La subida a los tesos se hace perezosa y uno intenta mirar el amplio horizonte que comienza a divisarse teniendo como límite la barrera montañosa salmantina. Peña de Francia, Sierras de Tamames y Linares al sur, ampliando la mirada, los pueblos de Calzada y Canillas se pierden en una llanura que choca con el lejano cinturón de encinas. Una vez coronado los tesos, el imponente macizo de la sierra de Béjar y todo el Sistema Central realzan el paisaje.
Solo el primero de los tesos parece tener nombre propio, Teso Valdecibián, posible derivación de Val de Zebrián o Ziprián, santo a quien se tuvo gran devoción allá por la edad media en muchos pueblos de nuestra geografía. Con el segundo, no nos esforzamos mucho pues lo llamamos “teso el medio” y el tercero “teso el monte”. Creo que ninguno de mi generación vimos encina alguna por estos lares y mucho menos monte. Lo que sí oímos a las anteriores generaciones era que conocieron hacer allí carbón e incluso algunos de ellos fueron protagonistas de alguna carbonera.
El propio camino Salamanca sale a la izquierda una vez coronado los tesos. Su firme es mas suave y menos rollizo. Antes acababa en las cercanías de La Rad uniéndose a la carretera Salamanca-Ciudad Rodrigo, ahora es cortado sin miramiento alguno por la alambrada que protege vía y autovía que se cruza en su camino.
Pero el objetivo de mi paseo no era esta ruta hoy día despersonalizada. Regreso sobre mis pasos y agradezco que el sol se ponga a mi espalda. Caminar con el sol de frente hace pasar desapercibidos pequeños detalles que acompañan y estimulan al viajero a seguir descubriendo los vivos colores mañaneros que generosamente ofrecen los campos.
Llegado de nuevo al teso Valdecibián, donde antes hubo un prao al que de pequeños íbamos los muchachos a buscar grillos, enfilo dirección la cabeza grande. Recordaba que ese camino llevaba a la fuente Las Regueritas. Hasta esa fuente nos llegábamos mi primo Jesús (Tato) y yo a llenar el botijo para aquellos que hacían las faenas veraniegas a modo de era en ese prao que creo era del sr. Juanito (Becerro).
La fuente la recordaba como más idealizada. Busqué al lagarto pero no vi vestigio alguno de su presencia y desde allí miré al pueblo. Algo no me cuadraba. ¿Cómo es posible que la tradición no se cumpla? De siempre oímos decir que el pueblo seguiría vivo mientras existiese un lagarto en esta fuente.
Antaño era fácil encontrarlo y había que espantarlo para agacharse a llenar el botijo. Hoy día, echándole un poco de imaginación, parece vislumbrarse algún pequeño rastro de animales que se acercan allí a refrescarse, posiblemente algún ave o liebre que vuele o corretee por estos amplios parajes.
La “cabeza” parece recuperar parte de sus antiguos carrascales, refugio ideal para la fauna. Los campos de girasoles cumplen ahora esa labor de refugio para todos aquellos animales cuyo peligro les llueve del cielo.
Me enfundo el sombrero a la cabeza no sin antes guardar en mi retina el limpio azul del cielo y esa amplitud de nuestros campos pintados sobre la planicie. Camino hacia el pueblo a medio gas, luchando entre lo apremiante del incipiente calor veraniego y el deseo de prolongar todo lo posible esta visión del enclave barbadillino.
Agosto 2018. Rober