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BARBADILLO: LAS SENDAS OLVIDADAS. (IV).- Las Rutas del Sur. Los...

LAS SENDAS OLVIDADAS. (IV).- Las Rutas del Sur. Los pueblos vecinos (Calzada de Don Diego y Canillas de Abajo) parecen jugar al escondite. Tenemos que situarnos en la salida del camino Rollán si queremos divisar, a la vez, sus enclaves.
Es la parte por donde le horizonte se alarga de forma perezosa. Estas rutas, peladas, son las mas hermanadas al presentar unos matices muy similares una de la otra.
Su panorámica de campos labrados parece asemejarse en ambas sendas como reflejo de un mismo espejo. Pero cada una tiene sus propias peculiaridades.
El de Calzada comparte origen con el de la estación y se despega del regato camino de un altozano que una vez coronado agranda un horizonte que vislumbra toda la ampulosidad del término. Este pequeño altozano (no sé si tendrá nombre) divide las cuencas de los dos pequeños riachuelos de cauce silencioso que distraen sus aguas hacia el pueblo.
Los montes se sienten lejanos, los campos siguen su ciclo sempiterno de verdor, amarillo y ocre según los ritmos de la naturaleza. Estos campos fueron el maná en tiempos pretéritos para los habitantes y ganados de estas tierras. Entre los dos caminos abrazan el fértil valle donde los ganados de labor rumiaban en los periodos sabáticos que permitían las faenas del campo.
Plenitud, sosiego, tranquilidad. El camino hacia las “tierras del Sol” son un baño de naturaleza, simple y austera, donde el sol, el viento y el resto de fenómenos atmosféricos te abrazan fundiéndose con el viajero en forma de capa invisible. La monotonía de una línea continua nos lleva a Calzada de Don Diego donde ferrocarril y carretera transcurren de forma paralela en todo su término.
El otro, el camino de Canillas, tiende como a apropiarse más de la zona deportiva donde jóvenes y niños compiten en sus desafíos futboleros.
Este campo deportivo formaba parte del basto prado donde se hacían las eras.
Hasta los años 70 fue el lugar donde, finalizado el verano, se erguían orgullosos los muelos junto a la charca, donde el esfuerzo de todo un año se compensaba en forma de grano. Charca de la minigüela (Muñovela para los más doctos) en ella de pequeños intentamos nuestros primeros pinitos para aprender a nadar y la mayoría de las veces lo único que conseguíamos era salir llenos de barro. Esa gran charca robada al prado para que saciase la sed de todos aquellos bueyes que participaban en las faenas agrícolas.
Después de dejar este animado lugar nos acercamos al inicio del valle de la charca de los haces, más pequeña que la anterior pero con unas sanguijuelas que parecían estar esperando la llegada de los más incautos para chuparle la sangre pues apenas te metías en ella ya las tenías succionando sin darte cuenta de la habilidad tan espantosa que tenían para adosarse a tu cuerpo.
Aves como milanos, cernícalos, ratoneros en los cielos y codorniz en tierra comparten estos lares junto a liebres y conejos. Esos lugares conservan los últimos vestigios verdes del verano. El camino también es monótono pero su horizonte limpio con el pueblo de Canillas al fondo lo hace entrañable.
Estas sendas silenciosas invitan al paseo, un paseo solitario cuyas tonalidades del azul celeste acompañan y dan colorido al viajero.
Rober (Agosto 2.018)