BARBADILLO: AQUELLOS PUEBLOS. – AGAPITO MODRONO ALONSO...

AQUELLOS PUEBLOS. – AGAPITO MODRONO ALONSO

Acabo de leer el libro de Agapito Modrono. Vivo retrato de la vida que se desenvolvía en aquellos pueblos que nos tocó vivir en la niñez. Es un reflejo auténtico como pocos he visto logrado en ese intento de tantos autores que han querido dejar impreso sus vivencias.
Entre sus muchos capítulos he querido resumir algunos de ellos intentando ser puente entre sus vivencias y las nuestras. Parece calcadas a las de todos, o casi todos, nuestros pueblos.
La enseñanza. Chicos y chicas separados socialmente por la impronta nacional. Separados en la escuela, en los juegos, en la iglesia…. Tal era el sistema de educación en base a unos valores de decencia y moralidad.
Eran años en los que se pasaba de golpe de la niñez a la juventud y de la juventud a ser hombre. De llevar pantalones cortos a tener que afeitarse con hojilla. Y, de repente, te fijabas en las chicas que dejaban atrás sus trenzas y comenzaban a ir al baile tras una transformación de sus caderas y unos incipientes pechos que atraían anheladamente la atención de aquellos que comenzamos a despertar a la vida.
El baile. El baile era la prueba de fuego donde tenía que curtirse uno si quería tener éxito con el otro sexo. El físico, saber llevar el ritmo, ser simpático, pertenecer a un determinado clan familiar, tener hermanas, eran factores que influían en el éxito o fracaso de las pocas oportunidades que daba el pueblo para degustar de la proximidad de las chicas. Los primeros escarceos, acuerdos clandestinos, complicidades, rubores y un sinfín de emociones lo daba el baile. Sobre todo el agarrao.
El tener por primera vez tus manos en la cintura de una chica y las caras frente a frente tratando de rehuir las miradas para no ruborizarse y hacer que el corazón se acelere realmente valía el precio de la entrada. Después, poco a poco, se van seleccionando las más afines, o las que no queda más remedio, según se diese el día.
El baile (de la sra Dolores) en mi tiempo fue la puerta abierta para que comenzásemos a emocionarnos y saber del otro sexo. Los chicos íbamos a pedir baile a las chicas. Enseguida aprendías que había unas normas, si la chica a quien querías ir a pedir baile estaba bailando, por regla general te daba para el próximo, pero si estaba sentada con alguna amiga ya podías buscarte otro compañero para la otra pues rara vez se dejaban dos amigas que estuviesen juntas, lo mismo ocurría si estaban bailando entre ellas. Eso sí, una vez que ya se quedaban con alguno, lo normal era no ir a molestar pues se suponía que ese chico le gustaba y buena gana tenías de ir para que te dijese que no.
El sexo. Entonces era algo tan misterioso para la inmensa mayoría que creo que el acceso al mismo fue a base de errores y trompicones para un gran número de candidatos al ligue. Poco a poco tuvimos que aprender en la mirada y en gestos furtivos si podías dar un paso adelante en el arrime o en la aceptación de la chica.
La belleza y emoción de aquellos tiempos te daban fuerza e ilusión para que domingo tras domingo compartieses momentos inolvidables al ritmo de pasodobles, salsas, boleros y tangos con aquellas jóvenes que el destino acompasó nuestras tardes y nuestros sueños.
Las chicas, por regla general recatadas tanto en hechos como en lenguaje, eran más presas de la dictadura familiar que los chicos y, a tal hora en casa, con lo que el baile (salvo para los que ya tenían pareja) tocaba el final de unas vibraciones que se posponían hasta el domingo siguiente.
Los noviazgos. Antes que los pueblos se fueran despoblando los noviazgos solían darse entre chicos y chicas del mismo pueblo, o como mucho de pueblos vecinos. Por regla general era un proceso que llevaba años. Una vez que ya se entraba en el baile, los chicos íbamos seleccionando las posibles candidatas a base de trato y afinidad, que si este era correspondido al aceptar la petición de baile con mayor frecuencia, miradas furtivas, complicidad en el arrime y el paso del tiempo, te declarabas a la chica para dejarse acompañar a casa y fuera tu novia.
Si aceptaba, se transformaba en un compromiso de fidelidad mutua para seguir con el proyecto a adelante, que como digo, podía durar años hasta que el chico tuviese medio de vida y poder formar una familia.
Para aquellas parejas que rompían el compromiso, la peor parte iba para la chica, sobre todo si ya llevaban tiempo “saliendo juntos”. Esto la marcaba ante el resto de los chicos del pueblo y le era más difícil comenzar una nueva relación.
Los años setenta rompieron esa dinámica ante la salida masiva de jóvenes varones en busca de trabajo en lugares lejanos al pueblo. También el salto de las chicas a los estudios hicieron que llegasen nuevas formas de relación en la pareja donde las chicas ya no estaban tan encorsetadas y ganasen libertad. Lo raro hoy día es precisamente el casarse con alguien del mismo pueblo.
La relación entre chicos y chicas ha cambiado tanto como la propia dinámica de la vida. Ya no gira nada en torno a aquellos bailes. (Por no existir, ya no existe ninguno de los salones de baile en los pueblos).
La familia y la Iglesia ejercía un fuerte control sobre aquellos noviazgos, que además de parecer debían ser “decentes”.
Por aquellos tiempos las chicas no entraban en los bares (eso se rompió a principios de los 70) y a pasear se salía en pandilla.
Para aquellos que llegaban a la boda eran los propios padres los que pasaban por casa del familiares y amigos a dar la noticia que se le casaba el hijo o la hija con lo que se daban invitados a la misma. Por regla general el convite se hacía en casa de la novia. Una vez pasadas las obligadas amonestaciones, el cura realizaba la ceremonia eclesiástica y comenzaba la celebración a base de dulces, bebidas, baile y comida en las que participaban los más allegados aunque indirectamente participaba todo el pueblo al acompañar a los novios hasta la puerta o en la misma iglesia.
Los rituales anteriores al día de la boda consistían en un auténtico peregrinar de comadres y vecinos a casa de los novios para llevarles el regalo y darles la enhorabuena, al tiempo eran enseñados los ajuares y vestido de la novia.
Acabada la ceremonia, no solía haber en aquellos tiempos viaje de novios, cada uno seguía con sus quehaceres. Mi tío Manolo me contaba, con ironía, que precisamente aquella noche de bodas fue su padre (mi abuelo Isidro) a levantarlo más temprano que de costumbre porque tenían que ir a estercar las tierras, asi es que ese fue su viaje de novios.