En otro capítulo nos habla de la mendicidad, sobre aquellos que se veían obligados a pedir limosna y sobre los comedores de Auxilio Social para los más necesitados. De como en la postguerra se crea el Instituto Nacional de Previsión donde los obreros pagaban el “sello” de esta manera los asalariados eran incluidos en la Seguridad Social teniendo gratuita las medicinas y asistencia sanitaria con lo que mejoró la situación de muchos hogares y para la vejez, el derecho a cobrar el subsidio de jubilación, posteriormente se consiguió el derecho a subsidio de desempleo.
La luz. Quinqués, velas, candiles, farol para ir a la cuadra o salir fuera de casa. Al principio no toda la gente tenía luz en casa porque había que pagar unas dos pesetas al mes y la potencia era tan escasa que apenas era suficiente para la estancia a la que estaba asignada.
El alumbrado público llega a su pueblo alrededor de 1920-1925.
La luz, como todo progreso, llegaba a nuestro pueblo desde la carretera de C. Rodrigo. El transformador a la altura de la cerámica, aún hoy en pie, mudo testigo de tan celebrado acontecimiento, sirvió para que se levantase en la carretera la fábrica de harinas. Hoy en ruinas. Edificio que de conservarse en la actualidad sería el orgullo y emblema del pueblo, posible centro turístico como museo de harinas, pero Barbadillo es uno de esos pueblos que rápidamente da la espalda a su pasado y todo lo que va dejando atrás no es que quede en el olvido, lo devora, lo destruye como si el pasado quemara.
También nos habla de aquellos juegos que viene a ser los mismos o muy semejantes a los nuestros: el “chorro morro” o la fuente, el rescate, el “chichaveo”, el clavo o “jinco”, los platillos, el pico molino, peonza, la cuarta, la “dola” o al “tirable”.
Los desafíos de pelota y la calva para cuando iba uno siendo algo más mayor, etc. Y de como os pueblos castellanos, desde la Edad Media, basaban su economía en cuatro puntales. La lana, la protección de las ovejas. (por eso las Mestas eran la asociación mas poderosa), los montes y pastizales que servían de abrigo y sustento. El trigo y el vino, prácticamente monedas de trueque entre sus gentes y base de la alimentación. Sobre los montes y pastos comunales todos los vecinos tenían derecho a su aprovechamiento.
Si todos estos capítulos son más o menos afines a nuestro pueblo, hay uno que me emociona y sobrecoge por su relato y el gran sentimiento que pone en ello. Lo titula “La novia eterna” en él narra las ilusiones truncadas de una pareja de jóvenes con la llegada de la guerra civil. Dicha historia recuerda la de tantos jóvenes a los que la dichosa guerra cambió su destino y vivieron vidas que no le correspondieron, adaptándose de la mejor manera que supieron para sobrevivir.
La novia eterna es la llama apagada de toda una generación que de forma silenciosa interiorizó el dolor de una brutal realidad que le llevó lo más hermoso de sus vidas. La ilusión de vivir. Agapito, con una simple frase, nos describe como era la hija del herrero. “Tenía la belleza fresca y morena de los campos soleados tras la lluvia de verano”.
Concertada la boda para octubre de 1936, su novio fue llevado al frente, murió en uno de esos bombardeos realizados por la aviación republicana. Enterrado en fosa común, no se puedo recuperar su cuerpo. A pesar de del paso del tiempo y algún que otro pretendiente, pudo más el recuerdo, dedicando su vida a cuidar de sus sobrinos, llevando flores todos los años al árbol donde declararon amarse para toda la vida.
Este libro de Agapito Modrono Alonso titulado Aquellos Pueblos, para mí, es uno que, por su lenguaje, descripción de oficios, anécdotas, sensibilidad y conocimientos se puede considerar de las mejores alabanzas que una persona puede hacer a su pueblo.
Febrero, 2020.
La luz. Quinqués, velas, candiles, farol para ir a la cuadra o salir fuera de casa. Al principio no toda la gente tenía luz en casa porque había que pagar unas dos pesetas al mes y la potencia era tan escasa que apenas era suficiente para la estancia a la que estaba asignada.
El alumbrado público llega a su pueblo alrededor de 1920-1925.
La luz, como todo progreso, llegaba a nuestro pueblo desde la carretera de C. Rodrigo. El transformador a la altura de la cerámica, aún hoy en pie, mudo testigo de tan celebrado acontecimiento, sirvió para que se levantase en la carretera la fábrica de harinas. Hoy en ruinas. Edificio que de conservarse en la actualidad sería el orgullo y emblema del pueblo, posible centro turístico como museo de harinas, pero Barbadillo es uno de esos pueblos que rápidamente da la espalda a su pasado y todo lo que va dejando atrás no es que quede en el olvido, lo devora, lo destruye como si el pasado quemara.
También nos habla de aquellos juegos que viene a ser los mismos o muy semejantes a los nuestros: el “chorro morro” o la fuente, el rescate, el “chichaveo”, el clavo o “jinco”, los platillos, el pico molino, peonza, la cuarta, la “dola” o al “tirable”.
Los desafíos de pelota y la calva para cuando iba uno siendo algo más mayor, etc. Y de como os pueblos castellanos, desde la Edad Media, basaban su economía en cuatro puntales. La lana, la protección de las ovejas. (por eso las Mestas eran la asociación mas poderosa), los montes y pastizales que servían de abrigo y sustento. El trigo y el vino, prácticamente monedas de trueque entre sus gentes y base de la alimentación. Sobre los montes y pastos comunales todos los vecinos tenían derecho a su aprovechamiento.
Si todos estos capítulos son más o menos afines a nuestro pueblo, hay uno que me emociona y sobrecoge por su relato y el gran sentimiento que pone en ello. Lo titula “La novia eterna” en él narra las ilusiones truncadas de una pareja de jóvenes con la llegada de la guerra civil. Dicha historia recuerda la de tantos jóvenes a los que la dichosa guerra cambió su destino y vivieron vidas que no le correspondieron, adaptándose de la mejor manera que supieron para sobrevivir.
La novia eterna es la llama apagada de toda una generación que de forma silenciosa interiorizó el dolor de una brutal realidad que le llevó lo más hermoso de sus vidas. La ilusión de vivir. Agapito, con una simple frase, nos describe como era la hija del herrero. “Tenía la belleza fresca y morena de los campos soleados tras la lluvia de verano”.
Concertada la boda para octubre de 1936, su novio fue llevado al frente, murió en uno de esos bombardeos realizados por la aviación republicana. Enterrado en fosa común, no se puedo recuperar su cuerpo. A pesar de del paso del tiempo y algún que otro pretendiente, pudo más el recuerdo, dedicando su vida a cuidar de sus sobrinos, llevando flores todos los años al árbol donde declararon amarse para toda la vida.
Este libro de Agapito Modrono Alonso titulado Aquellos Pueblos, para mí, es uno que, por su lenguaje, descripción de oficios, anécdotas, sensibilidad y conocimientos se puede considerar de las mejores alabanzas que una persona puede hacer a su pueblo.
Febrero, 2020.