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UN PASO ADELANTE
En nuestros campos el arado romano arañaba la tierra tirado de forma perezosa por animales que compartían largas horas de esfuerzo con el hombre. Los ciclos de labor se sucedían año tras año realizados por propietarios o renteros que ayudados de jornaleros y familiares completaban las faenas como si de una eterna reencarnación obligatoria se tratase.
El potro, olvidado durante el resto del año despertaba para las faenas de herraje y cura de animales que se empleaban en las faenas agrícolas. Aún sobrevive en el corral del concejo bajo la amenaza de derrumbe de la destartalada tenada que milagrosamente lo cubre. Parece mentira como vamos dando la espalda a aquellos útiles que fueron uña y carne en el desarrollo de nuestras antiguas actividades para dejarlos arrinconados en un olvido casi sepulcral.
La llegada de la siega sacudía la población con un aumento de braceros venidos de la sierra y otros lugares lejanos englobados con el nombre de gallegos o serranos. Hoces, carros y trillos pasaban a ser los protagonistas de la transformación de los campos dejando la tierra huérfana de sus frutos.
Nuestro término estaba exageradamente parcelado y era el ganado, dirigido por el hombre, el encargado de la realización de las faenas. La maquinaria aún no era rentable. Sin embargo, es en esta década cuando se inicia la utilización de tractores. El primero en nuestro pueblo fue el Land que conducía el señor Emiliano. Lento y ruidoso, apenas ahondaba el surco superando los 20 cmts que habitualmente se conseguía con las yuntas de bueyes. Después llegaron segadoras, trilladoras, empacadoras y cosechadoras que relegaron de tenadas y corrales a esos fieles y ancestrales servidores dejando desiertos sus boíles.
Ciclos de trigo, cebada y leguminosas (garbanzo, muelas, arritas…) se sucedían en nuestro pueblo, escasamente ganadero, que contaba solo con la necesaria para las faenas del campo a las que había que añadirle la cabaña porcina y aves de corral para el sustento.
Años 50. I. Rober
En nuestros campos el arado romano arañaba la tierra tirado de forma perezosa por animales que compartían largas horas de esfuerzo con el hombre. Los ciclos de labor se sucedían año tras año realizados por propietarios o renteros que ayudados de jornaleros y familiares completaban las faenas como si de una eterna reencarnación obligatoria se tratase.
El potro, olvidado durante el resto del año despertaba para las faenas de herraje y cura de animales que se empleaban en las faenas agrícolas. Aún sobrevive en el corral del concejo bajo la amenaza de derrumbe de la destartalada tenada que milagrosamente lo cubre. Parece mentira como vamos dando la espalda a aquellos útiles que fueron uña y carne en el desarrollo de nuestras antiguas actividades para dejarlos arrinconados en un olvido casi sepulcral.
La llegada de la siega sacudía la población con un aumento de braceros venidos de la sierra y otros lugares lejanos englobados con el nombre de gallegos o serranos. Hoces, carros y trillos pasaban a ser los protagonistas de la transformación de los campos dejando la tierra huérfana de sus frutos.
Nuestro término estaba exageradamente parcelado y era el ganado, dirigido por el hombre, el encargado de la realización de las faenas. La maquinaria aún no era rentable. Sin embargo, es en esta década cuando se inicia la utilización de tractores. El primero en nuestro pueblo fue el Land que conducía el señor Emiliano. Lento y ruidoso, apenas ahondaba el surco superando los 20 cmts que habitualmente se conseguía con las yuntas de bueyes. Después llegaron segadoras, trilladoras, empacadoras y cosechadoras que relegaron de tenadas y corrales a esos fieles y ancestrales servidores dejando desiertos sus boíles.
Ciclos de trigo, cebada y leguminosas (garbanzo, muelas, arritas…) se sucedían en nuestro pueblo, escasamente ganadero, que contaba solo con la necesaria para las faenas del campo a las que había que añadirle la cabaña porcina y aves de corral para el sustento.
Años 50. I. Rober