BARBADILLO: San Pedro y los segadores iban de la mano una vez pasado...

San Pedro y los segadores iban de la mano una vez pasado el Corpus, fiesta por excelencia, celebrada con gran solemnidad. San Roque que tenía la ventura de ver los muelos en las eras, era agasajado con toros y partido de pelota. Las madrinas, esas chulapas a la salmantina con sus peinetas y juventud irradiaban el primer domingo de octubre dando paso a la fiesta de todos Los Santos en recuerdo de aquellos que nos precedieron entre las plazas y callejuelas del pueblo y de nuevo las Navidades… y el frío.
Con el paso de los años los niños íbamos dejando atrás los pantalones cortos, ya nos aventurábamos por las afueras del pueblo en cuestiones banales o en busca de nidos (y que crueles éramos con los pajarillos). Las lagañas en los ojos y la roña de orejas y cuello que se apoderaba de nosotros durante el invierno, nuestras madres trataban de quitárnoslos en la jodía palangana que casi siempre tenía el agua fría o bien en el barreño, cerca de la lumbre, donde con estropajo y jabón nos restregaba hasta vernos libres de mugre. Finalizado el pediluvio comenzaban a mudarnos a la vez que se iba entonando el “Bendito y alabado”.
También aprendimos que debíamos estar siempre prestos a los recados que nos mandaban los mayores, sobre todo el ir a por tabaco y era costumbre más sana el acudir a besar la mano al cura allá donde lo encontrásemos interrumpiendo cualquier juego, eso sí, siempre teníamos cuidado de limpiarnos previamente los mocos ya fuese con el moquero o en su defecto con la manga de la camisa.
En nuestros primeros años de vida comenzamos a ver que esas formas ancestrales de relación con el entorno empiezan a tambalearse. Los avances tecnológicos que años más tarde irían llegando al pueblo mejorarían la vida de los labradores y los otrora jornaleros. Aperos de labranza, hoces y utensilios son aparcados del devenir de nuestros campos. Bueyes, mulas y asnos que marcaron el ritmo de las faenas durante siglos van siendo licenciados a medida que la economía de los labradores lo permite dejando caducos los praos donde se alimentaba el ganado que poco a poco eran incorporados a terrenos de labor. Aquellos prados donde íbamos de pequeños a coger grillos perdieron su razón de ser dejando de emitir el cri, cri, cri de reclamo de los grillos machos en los atardeceres veraniegos. La maquinaria devorará en un santiamén el orgulloso fruto de los campos dejándolos reducidos en pocos días a una rastrojera donde a duras penas intenta cobijarse la codorniz.
Pasados los años se abandonó la labor en “cerro”, hoy día se siembra en llano todo el vientre de la madre tierra con maquinaria más potente, eso sí, a costa de un gran número de labradores. Solo los más fuertes sobreviven.

Años 50. VIII. Rober