En junio del 85 España firma la adhesión a la CEE y aquella Rusia que creíamos enemiga nos muestra un jovial presidente llamado Gorbachov al tiempo que una fuerte corriente ideológica parece instaurarse en el seno de la Iglesia con la teología de la liberación. Eran tiempos de dinamismo y liberación sexual al que le llega como una bofetada la plaga del SIDA, llamado el quinto jinete del apocalipsis. Apenas se sabía en qué consistía, atacaba principalmente a homosexuales, heroinómanos y hemofílicos. Se pierde parte de una juventud enganchada a la nueva ola, la droga extendió sus tentáculos por toda la geografía española.
Hasta entonces nuestras drogas eran el tabaco y el vino. El tabaco una vez que pasábamos los apuros del toser con las primeras caladas y el lagrimeo que producen los primeros cigarrillos era más llevadero. Eso de querer imitar a los mayores conllevaba algún sacrificio creyendo que nos daba mayor empaque en el grupo de pipiolos que jugábamos a ser hombrecillos. Los domingos, día destinado para hacer el recorrido por los bares servían como excusa para ponerse en contacto con otra dimensión a través del alcohol.
A medida que íbamos llegando a la juventud aparecían las borracheras en todas sus escalas y de todos los colores, sobre todo si al vino lo acompañabas con otro tipo de bebidas. Pendencieras, parlonas, lloronas (en las mujeres) o de risa tonta. Raro era el domingo que no había que llevar a casa a algún amiguete de la pandilla. Lo malo era cuando le tocaba a uno. Una buena vomitona y un fuerte dolor de cabeza hacían recordarte que el amanecer de ese día era lunes.
Y miramos al cielo. Esta vez para ver pasar al cometa Halley que nos visitó en el mes de noviembre. Su brillante estela en la noche barbadillina parecía preparar la puesta de la llegada navideña. Varias noches fuimos testigos de la radiante cola del cometa con su magnífica estela luminosa.
Años 80-IX.
Hasta entonces nuestras drogas eran el tabaco y el vino. El tabaco una vez que pasábamos los apuros del toser con las primeras caladas y el lagrimeo que producen los primeros cigarrillos era más llevadero. Eso de querer imitar a los mayores conllevaba algún sacrificio creyendo que nos daba mayor empaque en el grupo de pipiolos que jugábamos a ser hombrecillos. Los domingos, día destinado para hacer el recorrido por los bares servían como excusa para ponerse en contacto con otra dimensión a través del alcohol.
A medida que íbamos llegando a la juventud aparecían las borracheras en todas sus escalas y de todos los colores, sobre todo si al vino lo acompañabas con otro tipo de bebidas. Pendencieras, parlonas, lloronas (en las mujeres) o de risa tonta. Raro era el domingo que no había que llevar a casa a algún amiguete de la pandilla. Lo malo era cuando le tocaba a uno. Una buena vomitona y un fuerte dolor de cabeza hacían recordarte que el amanecer de ese día era lunes.
Y miramos al cielo. Esta vez para ver pasar al cometa Halley que nos visitó en el mes de noviembre. Su brillante estela en la noche barbadillina parecía preparar la puesta de la llegada navideña. Varias noches fuimos testigos de la radiante cola del cometa con su magnífica estela luminosa.
Años 80-IX.