BARBADILLO: En el 88, diez años después de mi segunda marcha a...

En el 88, diez años después de mi segunda marcha a Barcelona, ya se va notando que muchos de los que eran asiduos a las charlas de solana y visitas al taller van faltando y que una nueva juventud (que la voy sacando por la pinta) va ocupando el protagonismo que tuvimos los que comenzábamos a visitar el pueblo ya casados y con hijos pequeños. Aquel llamado cariñosamente frente de juventudes descansaba en paz y una filosofía popular aprendida en los campos de la vida desaparecía con ellos. La nueva juventud era más influenciada por lo que llegaba de fuera que por nuestras tradiciones populares. En nuestras fiestas se comenzaba a ser convidado de piedra ante actuaciones y espectáculos contratados en vez de ser nosotros los propios protagonistas.
No hace falta que nos remontemos a la época de nuestros abuelos que dejaron en la memoria hechos que eran contados de mayores a pequeños por su originalidad e imaginación como aquella que protagonizó el señor José Manuel el cacharrero unos carnavales cosiéndose una rata viva en el chaleco la cual la mantenía escondida tras la chaqueta. Recorría el pueblo recitando coplas picarescas y cuando ya lograba juntar en las plazuelas un determinado público comenzaba con una serie de letanías y rezos a la vez que daba a las mozuelas a besar su “escapulario” bendecido por el Papa. Al acercarse a las mozas y ver éstas que era una rata viva comenzaban a chillar y salían todas corriendo no parando hasta encerrarse en casa.
Otro hecho más inocentón fue el protagonizado por mi abuelo. El día del Cristo de Cabrera, como todos los años, acostumbraba a llevar el manubrio y su tenderete, puesto que su medio de vida era la taberna y el salón de baile. Para dicha romería, un año, engalanó el carro a estilo varietés. Con su organillo atraía a la gente a la vez que animaba a la parte masculina a visitar lo que había dentro, eso sí, previo pago de un real y que no contasen a la salida lo que habían visto. Junto a la escalerilla de subida había un cartel que ponía: “sólo para hombres, el que quiera picar que pique”.
Una vez que comenzó a animarse la procesión de varones a ver el espectáculo, la mayoría salían con la risa tonta por lo que otros se animaban, quedando para el recuerdo la tomadura de pelo que llevó a cabo Isidro el tabernero, apodado el Cata. Ah, que qué es lo que había dentro, pues un azadón y un buen pedrusco para el que quisiera picar, que pique.
Años 80. XII.