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EL MILANO: Si este roble hablara. Testigo de tantos momentos de...

Si este roble hablara. Testigo de tantos momentos de nuestra niñez, juventud. Ahora nosotros también notamos el paso del tiempo y los hijos de los que un día se fueron de su pueblo nos sentimos un poco como ellos y aparece la nostalgia de lo que en un tiempo fué el Milano...

Habia una vez un roble que crecía fuerte entre grandes piedras, en tierras duras, con severo clima; helados inviernos de escarcha y carámbanos, calurosos y secos veranos de polvo y paja. El árbol se afanaba por extender sus largas raices, asentandose firme, con cimientos de la mejor cantería. Su robusto tronco era agrietado y rugoso, cubierto con un áspero manto de musgo verde pardo que le servía de abrigo. El roble no era un árbol de esquisitos frutos ni tropicales colores pero sus viejas ramas daban calor a los hogares y su dura madera servía para que los hombres hicieran sus casas, sus muebles y aperos. El roble crecía y aunque sus ramas no eran esbeltas se abrían, empeñándose en formar una base sólida para las ramas más jóvenes y recientes. Sus hojas no eran de un verde brillante pero eran hojas cálidas de curvadas y sonrientes formas con tacto de franela.

Asi es el Milano y su gente, quienes un día lo fundaron y los que ahora nos sentimos de algún modo vinculados a él.
Son el roble que creció fuerte, batallando entre lastras y piedras , las de la tierra y las de la vida. Eran sabios en el campo aunque con torpeza sobrevivieran. Eran otros tiempos, tiempos de trabajo como no imaginamos, tiempos de estar bajo tierra en las minas de wolfram y de hacer presas al Duero, tiempos frios y de escasez . La tierra daba lo que daba, la guerra, la posguerra, las penurias de los de antes de la guerra, esas son raices olvidadas, los que fueron la semilla del árbol.
Y lograron tirar hacia arriba, echar raices, formar un tronco, crear hogares, tradiciones, enseñanzas, fiestas y costumbres. A pesar de tanta carga, tanto sufrimiento, de estar cansados, reventados por abrirse un surco en la vida, de labrarse un porvenir, tenían ganas de bailar, de echar ramas y danzar al viento. Nacieron sus ramas y el roble queria que llegaran alto, que miraran al cielo y al sol, alejarlas de la tierra, de esa tierra ingrata que estrujaban para obtener un poco de pan (¡vamos, que no era la huerta murciana!) De las ramas brotaron otras y se extendieron tanto que a veces olvidaron que son parte del roble y sus hojas nacieron mirando unas al norte, otras al sur... Pero este roble tiene resistentes hojas que parecen al tocarlas terciopelo desde Filadelfia hasta Pekin.

Porque nunca olvidemos nuestras raices. ¡viva el roble! ¡por las fiestas del roble 2007! Somos todos el roble. Si el roble hablara...
Fdo. Una hoja del roble. Maite Gonzalez Villoria.