La crisis económica actual ha derivado en una profunda crisis institucional y ésta se ha visto alimentada por una sensación de descontento generalizado con la “clase política”, producto a su vez de un insoportable malestar colectivo de una nueva visibilidad pública de la corrupción. Hasta llegar al punto en que nos encontramos han tenido que suceder muchas cosas y las tropelías urdidas desde las proximidades del poder han tenido que ser tales, que la paciencia de la gente se ha desbordado.
Por no irme muy lejos en el tiempo, en relación con la corrupción y sin describirlos pormenorizadamente, me circunscribiré a la cita de los hechos más destacables ocurridos durante los últimos 30 años; hechos que solamente mencionarlos traerán los consiguientes recuerdos a la mente de los lectores:
Esta sucinta relación la iniciaremos con el primer caso conocido y al que no se le dio una solución contundente que hubiera servicio para delimitar la responsabilidad penal y la asunción de responsabilidad política por parte del “protector”, lo que hubiera supuesto un aviso a navegantes y cortar de raíz cualquier otro intento de abuso de poder. El hecho a que me refiero es el Caso Juan Guerra, que debió acabar con este personaje en la trena y su hermano Alfonso fuera del Gobierno. Como nada de eso se produjo y se emplearon todo tipo de triquiñuelas, aprovechándose de la lentitud de la justicia, del obstruccionismo procesal, la prescripción, la nulidad de pruebas o las resoluciones prevaricadoras para salir inmunes de las acusaciones.
Al anterior, le siguieron casos como: Filesa, Cacerolo, Naseiro, Roldán, Rubio, Hormaechea, Mario Conde, Javier de la Rosa, Calviá, Peña, Piñeiro, Directora de RTVE que desvía gastos de representación a usos personales, Directora del BOE que compra obras de arte usando el nombre de la reina o de la esposa del presidente del gobierno, Casinos de Cataluña, Loterías de Cataluña, Prenafeta, Planasdemunt, Maragall y el 3% (parece que era el 5%), Tragaperras, Operación Malaya, Camps y sus trajes, Jaume Matas, Palma Arena, Fabra, Palau de la música, Trama Gürtel, ERES de Andalucía, Nóos/Urdangarin, Bárcenas y sus sobres, Monago y sus viajes, ITV en Cataluña, Operación Púnica, Caja Madrid y resto de Cajas de Ahorro, Pujol, Operación Edu (cursos de formación en Andalucía), etc.
La lista es extensa y escandalosa (más de 1.600 casos abiertos y más de 300 macroprocesos en marcha y 14 sumarios abiertos en la Audiencia Nacional), en todos ellos, y otros que en estos momentos se me escapan, se han dado coincidencias que tienen que ver con la patrimonialización de los bienes públicos por los encargados de su gestión, materializado en prácticas que van desde el abuso de los privilegios inherentes al cargo ocupado hasta la sustracción directa de los fondos del presupuesto, pasando por el desvío de los gastos de representación, el despilfarro clientelista, la percepción de sobornos y el cobro de comisiones ilegales; además de, en algunos casos, de la financiación ilegal de las formaciones políticas, escaqueos en el pago del IVA y otros impuestos, blanqueo de capitales y evasión fiscal.
A los anteriores, relacionados con la política, habría que añadir otro sinfín de casos, algunos de gran impacto mediático, relacionados con el fraude fiscal que afectan a entidades o personajes populares, E. Botín o F. Alonso, Del Nido el del Sevilla, el Fútbol Club Barcelona (caso Neymar) o Isabel Pantoja.
En la mayoría de los casos, la situación de corrupción la hemos podido conocer a través de los medios de comunicación que han sido los principales vehículos a través de los cuales han llegado a la opinión pública y eventualmente a los tribunales.
Sin entrar a valorar otras cuestiones, como las mentiras y promesas incumplidas una vez llegados al poder o las consecuencias de la política del ejecutivo que propicia la desaparición de las clases medias y agranda la diferencia entre unos pocos que tienen la riqueza del país y la mayoría que pasa dificultades; podemos afirmar, que todo ello, ha hecho surgir un viento nuevo que ha sacudido el árbol de la indiferencia, del conformismo y la modorra de los ciudadanos, amagando con echar a la cuneta de la política el bipartidismo.
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