UN DÍA ENTRE GENTE MARAVILLOSA (cuarta entrega)
Calle abajo se oía un silbido que canturreaba, me asomé al
balcón con la certidumbre indudable de que era mi hermano volviendo de la
finca; seguramente ya había terminado de dar de
comer a las gallinas y al perro, ya tendría el riego hecho y limpiado los surcos de sus habichuelas y patatas. Las tomateras y pepinos, aquellas cebollas que necesitaría ya las traía consigo y, mientras se llegaba con lo que sería nuestra ensalada, el
huerto quedaba bañado
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