Vivíamos frente al palacio, en una circunstancial placita; una í griega de vicisitudes latinas. Caía, tal embudo, estrechándose una pendiente que, rara vez, se hallaba seca; siempre la sorprendí húmeda, bien de aguas u orines de volcadas bacinillas. Transitaban las serranas jóvenes, las vetustas y torpes niñas; mozos y mozas que atajaban cántaros, botijos; toda arcilla. Jarrones y ánforas latosas, cestas, banastas… Un popurrí de envases repletos: casi siempre de ropa sucia....