Un señor con sombrero de fieltro asoma todas las mañanas por la plaza embutido en su traje verde buscando el calor del sol. Ya es hombre desocupado, sin faenas ni pericia que le entretenga, que le distraiga de ese pensamiento sumergido en aquellos años; una época en la que su cuerpo, aún vigoroso, alzaba jovial el arado y se entornaba el cuerpo con destreza para recoger las míseras piedras que obstruían el rasado. Vedlo ahí, la mirada perdida; repasando los surcos...