El día 8 de diciembre hizo 27 años que me casé y, pensando en algo importante, me acordé de estas ricas patatas de mi
pueblo. Las cocí con su cáscara durante cinco minutos en la olla (conté cuando empezó la válvula a sonar. Después las pelé y las partí. Las rebocé con harina y huevo; las freí. En el caldero se iban pochando la cebolla en aceite de oliva y un chorro de vinagre; un puñado de sal y peregil molido, dos hojitas de laurel. Cuando cogieron las cebollas la testura eché unos tazones de
agua (suficiente como para cubrir las patatas ya fritas). Las dejé hervir a capricho, observando que el caldo espesara y tanteando la blandez del tubérculo (al estar abierto el caldero cuesta que se hagan). Pero en poco más o menos de venticinco minutos al borbotoneo se pueden considerar blandas y deliciosas. ¡Que tengáis buen provecho!