Retando las irregularidades del terreno, resbalándose el agua sobre la grasa del cuero; ibamos botas y pantalones heridos de aguas hasta los huesos. Más no llovía, aún hacía bueno; y las altas hierbas del campo la tomaban con nosotros y estas cancheras tan pencas; cosa curiosa que me atrajo la atención y, de tanto mojar y mojar las malas verduras y la niebla, veo ante mi el regalo que le ha permitido a esta roca ser bella; esos musgos graciosos y alegres que se asientan sobre ella.
Regresamos cuando el sol caía, marcando el ocaso sobre la costera que da vista al valle de Hornacinos y, desde ahí, se divisa toda esa mole de montaña que tiene nuestro pueblo desde los pinos y los riscos; parte del pantano se asoma en el espolón, detrás de todo lo que aquí admiro. Un crepúsculo vespertino precioso tuvimos todo el camino, la temperatura agradable nos permitió gozar las vistas del Gurugú; y más en tramontana, colgando de la sierra, el tímido pueblo...