¡Ay qué suerte! La de los toros, digo. Qué suerte más mala dieron los matadores aquel año; aún no me olvido. Salieron de culo los toros, mostrando groseras criadillas; luego la cornamenta muy lamentable con todas las astas tullidas. Y yo, desde la grada, recuperando la hidalguía de mi amigo a caballo, aquel bayo en rebeldía; pues desde un principio se negaba a girar donde Guillermo requería. ¡Ahí tenemos a “Pocholo”! Los hermanos me decían. Y… ¡Ea! Al pronto...