Unos minutos de canto y oración en compañía de rostros conocidos como desconocidos, sumidos en la paz y el sosiego del templo centenario; añejas paredes, arcadas sobrias; el altar con su retablo dando asilo a los patrones espirituales de nuestra tierra. No queda lejos el coro, desde donde las deliciosas voces caen sobre los feligreses bañando en alegría su fiesta. Aquel tamborilero con su flauta (el que llaman “Maniqueo”) ocupó el silencio de la comunión. Desde la barandilla...