En mi tercer día en el pueblo me entró el capricho de visitar Mata Santana. Quería medir un castaño pero el guía debía de hacer otras vicisitudes diarias que marcaban un imposible si no se madrugaba. Daba la sensación de que no quería cooperar, ya que el castaño no le merecía interés; Además tenía que llevar hasta Peñacaballera al hijo de su compañera antes de las siete. Quería aprovechar la fresca para ir al huerto pero, antes, tenía que comprar en un almacén de Extremadura unos sacos...