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LAGUNILLA: Con qué sencilla gracia nos introduces en un cándido...

Se que estos días ha nevado en Lagunilla y me imagino su entorno con tan bello paisaje. Me viene al recuerdo días infantiles, lejanos sí, pero memoria al fin que no quiero olvidar. ¿Me pregunto? Como estarán sus calles en días de nieve como estos? Cuantos niños corretearán por sus callejuelas?

RELATO: INVIERNO (II Parte)

¡Sorpresa! Esta noche ha nevado, oigo decir al abuelo; no necesito que me llamen y salto de la cama, me acerco inquieto al balcón de la sala y abro las contraventanas. ¡Maravilloso! el paisaje es impresionante, los tejados todo blanco, adornados con pirulís de hielo que cuelgan de sus aleros, las calles impolutas, no ha pasado nadie todavía por encima de la nieve,! casi medio metro ¡.

El compadre Tomás sale de su casa con una pala y se pone abrir un pasadizo hasta el centro de la calle. Al momento, Primitivo, el señor Adolfo y mi abuelo se disponen a llevar a cabo la misma tarea, toda la calle parece un laberinto de caminitos, que como vasos comunicantes van ha desembocar desde las puertas de las casas al centro de la misma. Así, en todas partes del pueblo los vecinos se afanan en abrir veredas en la nieve para poder salir de sus casas y despejar las calles más transitadas.
Salgo fuera, pronto me veo rebozándome y jugueteando con tan atractivo paisaje. Hago bolas de nieve, niños y niñas salen de sus casas con las mismas caras de sorpresa que yo, no tarda en aparecer una contienda a bolazos a ver quien tiene más tino con el contrario. El tiempo pasa volando, la abuela se desgañita para que suba a desayunar. Con toda la emoción del acontecimiento no hay hambre. Las manos se me han quedado entumecidas de frío, los dedos me duelen; pero no pasa mucho rato para que ardan de calor.
Desayuno precipitadamente y salgo para la escuela, la explanada del patio del colegio ya se adorna con un muñeco de nieve, tan alto como un hombre, con sus ojos marrones de bellota y una nariz de palo; alrededor de él, varios alumnos enzarzados, lanzándose bolas de nieve, demasiado atractivo como para no entrar en el juego.
El timbre nos hace correr para la fila de clase, recogemos los braseros que habían quedado bajo el porche y nos disponemos ha afrontar un día especial. Deseosos ya que lleguen pronto el recreo de las once.

Con qué sencilla gracia nos introduces en un cándido contexto nevado, en unos recuerdos comunes y en una explosión de sentimientos cómplices; esas sensaciones que todos hemos compartido cuando la nieve nos sorprende de súbito, al amanecer; como tu lo narras: impoluto (aún virgen). Es un milagro... la nieve transforma, cambia al ser humano.
Recuerdo a mi abuela María (unos años antes de que partiera para Argentina) cuando vivía aquí en Pamplona y yo era un mozalbete insolente. Un amanecer nevado, no tan lindo como se quisiera pero, lo suficiente como para dejar estampado en eternidad ese gesto humilde y generoso que ella llevó acabo: Tomó un tazón de la alacena y, abriendo la ventana que da a la terraza, lo llenó de nieve. Luego hizo lo mismo con otro. Los apoyó en la encimera y les echó azucar. Se acercó a mi con uno en cada mano.
- ¡Toma, un helado!
- ¿Un helado...? -Casi me daba la risa. Pero ahora lo comprendo todo mucho mejor. No era el helado lo que me ofrecía, me ofrecía: cariño, un cariño sutil y madurado; dificil de percibir cuando se es un tanto rebelde y no se atiende mas que a la calidad material de las cosas. Ese helado de nieve y azucar es el más dulce de todos los helados que he comido.