Todos los días de verano los pasábamos en "El Risco", sobre una de aquellas mesetas que se sucedían para aportarle rasura llana a la ladera y poderla cultivar. En la nuestra se remansaba un torrente de agua fresca y, mis mayores, la retenían improvisando una caudalosa poza. De ella surgían aromas frescos, de múltiples hierbas que eligen los humedales para vivir. Y, un acinamiento de piedras, daban techo y pared a una acogedora cabaña. Entre las amorfas oquedades que libraban tales cantos pétreos se hallaban (lo que eran para mí) los tesoros de la caseta: Un cuchillo ajado, una botella de aceite con vinagre y, hurgando en el sitio adecuado, sorprendías la bolsita de sal y pimentón; siempre estaban allí, esperando la hora de comerse un buén tomate o aderezar una copiosa ensalada. Desde la más tierna infancia... eso era mi tesoro.
Un saludo amigos.
Un saludo amigos.