Eran las tres de la madrugada. Todo el pueblo dormía. Tan sólo Urbano, como un alma en pena; deambulaba abajo, en el patio. Entraba y salía de la bodega ordenando la carga que iba a llevar a Béjar: banasta de higos, un cesto de tomates; patatas unas pocas y, al antojo de la necesidad, algunas otras cosas. Todo se hallaba ya listo, descansando en el suelo del patio.
Han dado la luz de la salita. Es Juana que se levanta y se calza unas zapatillas. Se tuerce su cuerpo frente al hogar y prende una cerilla. Brota alegre la llama de los sarmientos ya secos. Mientras Urbano se acerca a las cuadras y trae las mulas, ella presurosa, cocina almuerzo, comida y merienda; el sustento para que él aguante el día. Ya suenan los cascos de las bestias, apuñalando el silencio; se paran al umbral de la puerta cogidos por el rabel. Comienza el trajín. Y, ya listas las cargas, ávido sube y toma un café, dos perrunillas…Y, mientras traga el aguardiente, se echa la alforja al hombro y besa a su esposa. Parte ya buscando comercio, cuatro perrillas que precisa para resolver algún que otro proyecto. Y, tras de sí, a la altura de Mata Santa Ana, ya queda el pueblo. Sólo le acompañan las mulas y, en lo alto del firmamento, un cielo estrellado con luna. Aún no ha cantado el gallo (se dice) y para cuando cante estaré en El Cerro.
La marcha presurosa hacía que su mente embelesada no fuese consciente del trayecto y, como un ladrón, robaba los quilómetros del itinerario. Cinco leguas soñando bajo una noche clara y, ya despuntando el alba, aparecía en lontananza Peñacaballera. Llegaron él y las mulas a la fuente. Ellas no bebieron. Salían con prisa para la feria, con ánimo de soltar pronto la carga. Y, con los primeros rayos de sol, desde un altozano; apreciaron su destino. Ya nos queda poco trecho (convino). Y los entresijos se alegran de verse pronto vendiendo y comprando; que para eso se hizo este camino.
Han dado la luz de la salita. Es Juana que se levanta y se calza unas zapatillas. Se tuerce su cuerpo frente al hogar y prende una cerilla. Brota alegre la llama de los sarmientos ya secos. Mientras Urbano se acerca a las cuadras y trae las mulas, ella presurosa, cocina almuerzo, comida y merienda; el sustento para que él aguante el día. Ya suenan los cascos de las bestias, apuñalando el silencio; se paran al umbral de la puerta cogidos por el rabel. Comienza el trajín. Y, ya listas las cargas, ávido sube y toma un café, dos perrunillas…Y, mientras traga el aguardiente, se echa la alforja al hombro y besa a su esposa. Parte ya buscando comercio, cuatro perrillas que precisa para resolver algún que otro proyecto. Y, tras de sí, a la altura de Mata Santa Ana, ya queda el pueblo. Sólo le acompañan las mulas y, en lo alto del firmamento, un cielo estrellado con luna. Aún no ha cantado el gallo (se dice) y para cuando cante estaré en El Cerro.
La marcha presurosa hacía que su mente embelesada no fuese consciente del trayecto y, como un ladrón, robaba los quilómetros del itinerario. Cinco leguas soñando bajo una noche clara y, ya despuntando el alba, aparecía en lontananza Peñacaballera. Llegaron él y las mulas a la fuente. Ellas no bebieron. Salían con prisa para la feria, con ánimo de soltar pronto la carga. Y, con los primeros rayos de sol, desde un altozano; apreciaron su destino. Ya nos queda poco trecho (convino). Y los entresijos se alegran de verse pronto vendiendo y comprando; que para eso se hizo este camino.
Buen relato Pedro, cotidianidad rural de un tiempo duro y de estrecheces.
Saludos.
Saludos.