3º PARTE DE RELATO
Venía yo de permiso. Estaba ubicado en Valdespartera, un cuartel de Zaragoza donde servía en la compañía de operaciones especiales. Acostumbraba llegar vestido de uniforme, cosa que me servía para hacer autoestop; ya se sabe…daba más pena y ello ayudaba a tener la garantía de que le recogieran a un servidor, con más prontitud que yendo de paisano. El caso es que, a mi padre, le impresionaba mucho ese uniforme; por su cantidad de emblemas y otros distintivos afines al cuerpo de infantería que correspondía.
-Yo también llevaba este emblema (el de guerrilleros)- señalaba. Entonces te tocó hacer muchas cosas ¿no?
- ¡Qué va ¡Yo sólo llevaba bultos: munición, morteros; yo nunca pegué un tiro. Yo era muy torpe con el fusil. – me sorprendía escuchar eso. Pero…en plena guerra y nada de nada. ¿No te tocó nunca estar en algún tiroteo?
-Nosotros pertenecíamos a un grupo que ponía bombas en los puentes, ya sabes…para volarlo y que no pasaran los otros. Sólo una vez me vi envuelto en un tiroteo, nos sorprendieron desde un alto y me tuve que atrincherar igual que un gorriato. Silbaban los proyectiles cerca de las orejas y, si no recojo bien los pies, allí me los agujerean.
- Y ¿Cómo saliste de esa?
-Ni yo mismo lo sé. Ya me daba por muerto. Cuando sentí que los disparos cesaban pensé que venían a por mí. Me arrastré por el suelo chorreado todo por el sudor, ya no sé si era polvo o barro lo que me rebozaba. Llegué con tierra en la boca hasta unos arbustos, desde ahí, sin levantarme por el miedo, me fui alejando cuanto pude de ese sitio y, sin mirar atrás, eché a correr hasta el mismo agotamiento. Y anduve horas y horas perdido; incluso, sin comer ni beber nada, seguí andando a oscuras en la noche. Y, no sé por qué, sentí que pisaba humedad. Lo supe por el chapotear de mis pasos. Pensé que esa agua me daría fuerzas. No acertaba a cogerla con las manos por la poca cantidad que fluía. Así que me eché en el suelo y sorbí como pude. Tenía un sabor raro, pero la sed lo perdona todo. Me acosté allá mismo, pensando que al amanecer daría con mejor remanso y poder beber hasta la saciedad antes de proseguir mi suerte. Y me sorprendió el amanecer con todos los huesos doloridos, digo yo que serían agujetas de esas que padecéis los deportistas; no lo sé. Pero cuando quise beber me entraron unas nauseas horribles. El agua era sangre y, siguiendo el curso de ese reguero, había una gran cantidad de cadáveres amontonados; unos encima de otros. Nunca me había sentido tan mal.
Venía yo de permiso. Estaba ubicado en Valdespartera, un cuartel de Zaragoza donde servía en la compañía de operaciones especiales. Acostumbraba llegar vestido de uniforme, cosa que me servía para hacer autoestop; ya se sabe…daba más pena y ello ayudaba a tener la garantía de que le recogieran a un servidor, con más prontitud que yendo de paisano. El caso es que, a mi padre, le impresionaba mucho ese uniforme; por su cantidad de emblemas y otros distintivos afines al cuerpo de infantería que correspondía.
-Yo también llevaba este emblema (el de guerrilleros)- señalaba. Entonces te tocó hacer muchas cosas ¿no?
- ¡Qué va ¡Yo sólo llevaba bultos: munición, morteros; yo nunca pegué un tiro. Yo era muy torpe con el fusil. – me sorprendía escuchar eso. Pero…en plena guerra y nada de nada. ¿No te tocó nunca estar en algún tiroteo?
-Nosotros pertenecíamos a un grupo que ponía bombas en los puentes, ya sabes…para volarlo y que no pasaran los otros. Sólo una vez me vi envuelto en un tiroteo, nos sorprendieron desde un alto y me tuve que atrincherar igual que un gorriato. Silbaban los proyectiles cerca de las orejas y, si no recojo bien los pies, allí me los agujerean.
- Y ¿Cómo saliste de esa?
-Ni yo mismo lo sé. Ya me daba por muerto. Cuando sentí que los disparos cesaban pensé que venían a por mí. Me arrastré por el suelo chorreado todo por el sudor, ya no sé si era polvo o barro lo que me rebozaba. Llegué con tierra en la boca hasta unos arbustos, desde ahí, sin levantarme por el miedo, me fui alejando cuanto pude de ese sitio y, sin mirar atrás, eché a correr hasta el mismo agotamiento. Y anduve horas y horas perdido; incluso, sin comer ni beber nada, seguí andando a oscuras en la noche. Y, no sé por qué, sentí que pisaba humedad. Lo supe por el chapotear de mis pasos. Pensé que esa agua me daría fuerzas. No acertaba a cogerla con las manos por la poca cantidad que fluía. Así que me eché en el suelo y sorbí como pude. Tenía un sabor raro, pero la sed lo perdona todo. Me acosté allá mismo, pensando que al amanecer daría con mejor remanso y poder beber hasta la saciedad antes de proseguir mi suerte. Y me sorprendió el amanecer con todos los huesos doloridos, digo yo que serían agujetas de esas que padecéis los deportistas; no lo sé. Pero cuando quise beber me entraron unas nauseas horribles. El agua era sangre y, siguiendo el curso de ese reguero, había una gran cantidad de cadáveres amontonados; unos encima de otros. Nunca me había sentido tan mal.